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viernes, julio 18, 2025
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Las cenizas contienen brasas

Nieve Chamberlain, Primer Ministro del Reino Unido, pasó a la historia por haber pactado el Acuerdo de Múnich, por el cual se entregaba la región checa de los Sudetes a la Alemania Nazi, en un intento desesperado por darle tributo a un Führer que había jurado que con eso saciaría su sed expansionista. Su retorno triunfante a Inglaterra, en septiembre del 38, quedó en la memoria colectiva por la sobrada pose, levantando papeles firmados y presumiendo que, negociando, había evitado la guerra… Sí, papeles, para detener a un sádico.

Con esto, había llegado al cenit de su estrategia, conocida como “Política de Apaciguamiento”, que consistía en que, para lograr la paz, debían tolerar las acciones emprendidas por el Tercer Reich para fortificar Alemania, aún y cuando con éstas se pisara el Tratado de Versalles impuesto por los vencedores tras la Gran Guerra; vista gorda originada en el reclamo de las condiciones de vida que sufrían los germanos desde su derrota.

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El error se evidenció al poco tiempo: en seis meses, Hitler anexó lo que restaba de la antigua Checoslovaquia y, a un mes del primer aniversario del acuerdo, detonaba la Segunda Guerra Mundial invadiendo Polonia. Ante la miopía e ingenuidad británica por haber pactado, Churchill, entonces compañero parlamentario de Chamberlain, le espetó lo que fue su lápida política: “Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra. Elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra”.

¿Qué lección nos deja la historia? Que cuando el adversario tiene claridad en su destino final, te pondrá a prueba una y otra vez, desmenuzando tus reacciones y si dentro de ellas cedes, avanzará mientras te distraes e ignoras tu debilidad, hasta que sea demasiado tarde y la amenaza que creías controlar, ha aplastado tu libertad más elemental. Porque a los absolutistas no se les apacigua, se les enfrenta desde la primera ofensa; de lo contrario, superarlos costará la misma “Sangre, Esfuerzo, Lágrimas y Sudor”, que pagó el pueblo inglés y les anticipó Churchill en su discurso de protesta.

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La reforma a la Ley de Amparo modificó el alcance de la Suspensión del Acto Reclamado a favor de la autoridad, en perjuicio de los gobernados y contraria al principio de progresividad que ordena nuestra Constitución en derechos humanos.

El fraude constitucional ejecutado por nuestras Autoridades Electorales, le regaló a la coalición mayoritaria una sobrerrepresentación legislativa que no le correspondía, violando los principios de pluralidad, representación y proporcionalidad; como resultado, la reforma constitucional para votar al Poder Judicial, que nació de la corrupción de comprar senadores y violó los derechos de miles de trabajadores judiciales, remplazándolos por una elección donde el 90 por ciento de los votantes no acudieron, costándonos 586 pesos cada voto emitido -tres veces más que el voto del 2024- en un país sin medicamentos, camas en hospitales, un cinco para techos de primarias, mezcla asfáltica para baches, pero con harto dinero para nuevas plazas de burócratas judiciales, ahora privilegiados de la 4T.

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La mal llamada reforma de Supremacía Constitucional ató de manos a la Suprema Corte para conocer impugnaciones por reformas constitucionales que pudieren llegar a ser contrarias al procedimiento legislativo, como declarar alguna aprobada sin votos necesarios o inclusive contrarias a los principios que le dieron origen a la misma Constitución, como la militarización de todo lo civil.

Desapareció el INAI, un logro ciudadano que garantizaba la transparencia, herramienta principal de la prensa libre y útil para la izquierda populista, hasta que se trasformó en status quo y aprendiz de tirano.

Los anteriores hechos son cinco baldes de agua fría para intentar extinguir el fuego interno que requiere México para salir adelante: el del Estado de Derecho. Energía que, por nuestra indiferencia y tolerancia, estamos cediendo a un régimen que tiene como único objeto perpetuarse en el poder.

Son cinco ejemplos de que somos un país que no ha entendido que, sin el Imperio de la Ley, no se encenderá el desarrollo humano, social y económico para el futuro de nuestros hijos. El frío que genera haber entregado el calor de libertades que asumíamos, ya acecha nuestros cuerpos.

Aun así, este país es más grande que nuestros errores y no basta la voracidad de unos cuantos para apagar por completo sus Instituciones. Entonces, ¿si en las cenizas de nuestro Estado de Derecho aún existen brasas ardiendo, encontraremos madera y aire para avivar su fuego? ¿O apaciguados, nos sentaremos a observar cómo el último carbón muere?

 

Héctor R. Ibarra Calvo es mexicalense, abogado postulante y catedrático de Amparo en Cetys Universidad. Regidor en el XXII y XXIII Ayuntamiento de Mexicali.

Correo: [email protected] X: @ibarracalvo

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