Apenas habían pasado unos cuantos días del enero de 1990, cuando don Jesús Blancornelas, en una cita solicitada exprofeso, decidió hacerme parte de su equipo de reporteros. Después de una plática breve pero provechosa para identificar mis querencias profesionales, sugirió que subiera las escaleras y en la oficina del lado derecho, esperara al licenciado Francisco Javier Ortiz Franco, para que diera la primera asignación reporteril.
Con nervios, pero muy firme, me encaminé a la oficina que ahora es la mía. Francisco no estaba, pero sí Miguel Cervantes Sahagún, por entonces editor de Fotografía y miembro del Consejo de Editorial; me presenté con él, pero apenas si interrumpió la lectura de un periódico impreso.
Minutos más tarde llegaría Francisco Javier Ortiz Franco, hombre afable, maestro nato; se instaló en esa pose tan suya de reflexión, pensando en un tema para asignarle a la aprendiz de reportero que tenía frente a sí. Después de unos minutos de silencio, se le iluminó el rostro y recomendó bajar a la hemeroteca de ZETA para leer todo lo relacionado a la irrupción policiaca y judicial en una invasión de predios, donde la lideresa de los invasores había terminado en prisión.
Una vez que leas todo sobre el caso, haz una lista de dudas que tengas: qué hace falta saber, por qué está en prisión la lideresa, de quién es el predio, cumplieron con la Ley o hubo presión para impactar la invasión de tierras, qué pasará con ella, qué sucederá con los invasores, dónde están sus pertenencias, adónde se fueron, realmente no tenían propiedades, es un tema político o uno de necesidad social. Cuál es el destino de la lideresa encarcelada, elaboró el licenciado Francisco Ortiz, y sin más, recomendó ir a entrevistar al juez que llevaba el caso: Miguel Ángel Barud Martínez, Juez Segundo de lo Penal en Tijuana.
Sin experiencia alguna, sin herramientas, sin habilidades para la escritura rápida, pero con toda el hambre de hacer periodismo, quedó establecida la cita para la entrevista con el juez. Don Carlos Navarro, acumulador nato, encontró entre sus cachivaches una grabadora enorme de casete TDK. Baterías nuevas y vámonos.
Las oficinas del Juzgado Segundo de lo Penal estaban donde ahora se instala la Fiscalía General del Estado en Tijuana, en la colonia Revolución. A la hora pactada, el licenciado Miguel Ángel Barud Martínez, amabilísimo, atiende a esta reportera. Con voz también de experimentado maestro, responde pausadamente las preguntas que llevaba escritas en una libreta; la entrevista habrá tomado unos 20, 30 minutos.
Publicidad
Por supuesto, después de agradecer el encuentro periodístico, la emoción del primer entrevistado, llevaron al momento de regresar la cinta del casete y escuchar la primera entrevista. Pero nada. La aparatosa grabadora no emitía sonido alguno con la activación del botón de “Play”. Otro intento. Nada; uno más, nada. Y entonces la alerta: había otro botón que indicaba pausa y estaba activado. No se había grabado nada de la entrevista.
La disyuntiva fue entonces qué hacer. Regresar con Francisco Javier Ortiz Franco y decirle del fracaso, no volver más a las oficinas de ZETA ante el bochorno, o regresar y pedirle al Juez que respondiera las preguntas una vez más.
La siguiente escena es estar parada frente a la puerta del juzgado tocándola. Miguel Ángel Barud Martínez se rio, incluso hasta una carcajada soltó, cuando se enteró que la grabadora había estado en pausa, que no había grabado nada, que aquel día era mi primero en ZETA, mi primera asignación de nota, y él mi primer entrevistado en la vida, y que si por favor, me permitía hacerle de nueva cuenta las preguntas.
Por supuesto, me dijo entre risas, y se sentó en su silla de juez para, pacientemente, volver a responder las preguntas. Asegurándose que, en esta ocasión, la grabadora sí estuviese grabando.
Esa anécdota la contó el licenciado Barud Martínez en más ocasiones que esta periodista. A la larga, exitoso en su trayectoria en el Poder Judicial, y por ende en muchas ocasiones más un entrevistado de esta casa editorial, respetuoso de la libertad de expresión, del ejercicio periodístico, de la transparencia antes que esta fuera una obligación, nunca regateó declaración ni negó entrevistas. No se ocultaba de los compañeros de la prensa, ni de las víctimas cuyos casos estaban en sus manos para hacer justicia, fue un buen juez, y llegó a la presidencia del Tribunal Superior de Justicia de Baja California, donde de igual forma se desempeñó con honradez, sabiduría y compromiso con las leyes.
Fue él, como Juez Segundo de lo Penal, el juzgador que tuvo a su vista el expediente del crimen contra Héctor Félix Miranda, El Gato, codirector de ZETA, asesinado el 20 de abril de 1988 por gatilleros que servían a Jorge Hank Rhon. Fue él quien sentenció a Antonio Vera Palestina, el jefe de seguridad de Hank Rhon, a 25 años de prisión por el crimen del periodista; y a 27 años de cárcel a Victoriano Medina, por el mismo caso.
Al asesinato de Francisco Javier Ortiz Franco, periodista, abogado y editor de ZETA, el licenciado Miguel Ángel Barud Martínez se convirtió en una especie de guía en materia de derecho de algunos reporteros de ZETA, amable como siempre, docto; apoyó con sus conocimientos para hacer un mejor periodismo.
Se retiró del Poder Judicial y regresó al despacho privado, después de un breve paso por consejerías jurídicas, con la misma ecuanimidad que le caracterizó siempre: sobrio, tranquilo, con el deber cumplido y sin haber sacado provecho de la máxima posición en el Tribunal Superior, sin actos de corrupción ni amiguismo, sin haber hecho ligas con mafiosos o con políticos abusivos.
El licenciado Miguel Ángel Barud Martínez, como juez, como magistrado, como presidente del Tribunal Superior de Justicia de Baja California, encarnó a un representante de uno de los tres poderes del Estado mexicano, como los que ya no existen y tanta falta hacen: imparcial, independiente, incorruptible, experto, analítico, capaz, justo, equitativo, con una gran responsabilidad en la administración de la justicia.
El jueves 10 de julio falleció don Miguel Ángel Barud Martínez. En Paz Descanse. Desde Tijuana, se le recordará por su impartición de justicia que en estos tiempos ya parece ser una práctica efímera.