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lunes, junio 16, 2025
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Gallegos en el tren

Tres gallegos llegan a la estación del ferrocarril cuando ya está partiendo el último tren del día, de Madrid hacia La Coruña.

Comienzan a correr porque el tren ya está en marcha. El primero puede subir con ayuda del guarda, el segundo con mucho esfuerzo logra trepar, pero el tercero no puede alcanzarlos y queda en el andén.

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Una persona ve esto y le dice al último:

— Bueno, buen promedio; de tres subieron dos.

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El gallego que quedó de a pie le aclara:

— Sí, puede ser… pero el que tenía que viajar era yo. Ellos vinieron a despedirme.

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Autor: La Pilarica.

 

El taxista y el profeta

Un tipo toma un taxi y le dice al chófer:

— Señor, por favor apague el radio, mi religión no me permite escuchar música porque en el tiempo del profeta no había música ni radio.

El taxista lo ve medio enojado y apaga el radio, prende un cigarrillo, y en eso el tipo le toca el hombro:

— Señor, por favor apague el cigarrillo, mi religión no tiene vicios, ya que el profeta no tenía ningún vicio.

El taxista enojado detiene el auto, se baja y abre la puerta del pasajero… El tipo, intrigado, le pregunta:

— ¡Oiga! ¿Qué hace usted?

— Bájese del taxi, en el tiempo de tu profeta no habían taxis, ¡así que se baja de mi auto y espera un camello!

Autor: Un chofer ateo.

 

La monja y la rubia

Ya iba anocheciendo y una monja estaba caminando por la calle. De repente una rubia se ofrece a llevarla en su carro. Muy agradecida, la monja aceptó y se sube al automóvil, un reluciente Ferrari rojo con asientos de piel, equipo de sonido BOSE y como 100 lujos extras.

— Qué bello auto tiene usted — comentó la monja—. Debe haber trabajado mucho para poder comprarlo.

— No, no fue así, madre. La verdad es que me lo regaló un empresario que anduvo conmigo algunos meses.

La monja no dijo nada; mirando hacia el asiento de atrás vio un hermoso abrigo de visón y le comenta nuevamente a la rubia:

— Su abrigo es muy bonito, le debe haber costado una fortuna.

— No me costó nada, me lo regaló un jugador de futbol con el que salí un par de noches.

La monja tampoco dijo nada y ya no habló más durante todo el viaje. Llegando al convento se fue a su cuarto y se acostó. De pronto alguien toca la puerta…

— ¿Quién es? —preguntó la monja.

— Shhhhhhh. Soy yo, el Padre Martín.

— ¿Sabe qué, Padre? ¡Se puede ir al mismísimo infierno con sus cajitas de chocolates!

Autor: Una novicia.

 

El mago y el loro

En un crucero todas las noches, después de la cena, un mago realizaba su espectáculo a los pasajeros. Hace casi tres años que el mago realizaba sus rutinas, y era tan bueno que a menudo la audiencia se le acercaba y le decían que no era necesario que se preocupara por nuevos trucos.

El capitán de la nave tenía una mascota muy particular, un loro, que noche tras noche, año tras año, había observado al mago realizar sus trucos, a tal punto que el loro había descubierto su secreto. Desde entonces el ave solía advertir al público cómo los realizaba. Cuando el mago hacía desaparecer un ramo de flores, el loro gritaba desde el fondo del salón:

— ¡Lo tiene en su espalda! ¡Lo tiene en su espalda!

Esto irritaba terriblemente al mago, que llegó a pensar en deshacerse de él en varias oportunidades, pero como se trataba de la mascota del capitán, esto sería demasiado riesgoso.

Un día el barco sufre un accidente y se hunde.

El mago se las ingenia para llegar nadando hasta una tabla de madera que flotaba y se aferra a ella. Al poco tiempo el loro aparece volando y se posa en el otro extremo de la tabla y ambos naufragan. Han estado a la deriva durante tres días sin pronunciar una sola palabra. En la mañana del cuarto día el loro observa al mago y le dice:

— Bueno… me doy por vencido. ¿Dónde rayos escondiste el barco?

Autor: El capitán.

 

Rapidísimos

¿Cómo será de loco el idioma que uno dice “el avión arriba en 10 minutos” y 10 minutos después el avión en vez de estar arriba, está abajo?

 

* * * 

 

Trabajaba en una fábrica de jugos. Me corrieron por no estar concentrado.

 

* * * 

 

Robaron una fábrica de pelucas. La policía está peinando la zona.

 

* * * 

 

— En mi trabajo las redes son muy importantes.

— ¿Eres influencer?

— No, soy trapecista.

 

* * * 

 

Si llamas por teléfono, pero casi no puedes hablar porque estás ronca, ¿cuenta como una llamada teleafónica?

 

* * * 

 

— Lo noto nervioso, ¿es la primera vez que viaja en avión?

— Sí, señorita azafata.

— No se preocupe, todo saldrá bien.

— Una pregunta señorita, en caso de que se incendie el avión ¿por dónde salimos?

— Por la tele.

 

* * * 

 

Me designaron Director Ejecutivo en una empresa, pero nadie me hace caso. Soy un CEO a la izquierda.

Autor: Jubilado de Telégrafos.

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