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Tijuana
lunes, febrero 10, 2025
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El taxi

Tres borrachos salen de un bar. El Primero llama un taxi. Después de unos minutos llega el taxi. El taxista, al ver que están muy borrachos, lo que hace es encender y apagar el taxi.

— ¡Ya llegamos!

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El primero le paga. El segundo le da las gracias. El tercero una bofetada. El taxista lo ve, sorprendido de que se dio cuenta, y el borracho dice:

— Maneje más lento la próxima vez; casi me mata.

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Autor: Un taxista ebrio.

 

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En el confesionario

Un hombre entra al confesionario en una iglesia:

— Padre, he pecado. He sido infiel a mi esposa. Soy productor de música y cine y hace unos quince días tuve una aventurilla con Zendaya.

— ¿Algo más que confesar hijo?

— Sí padre. La semana pasada fui débil y también la pasé muy bien con Anne Hathaway y Charlize Theron.

El cura, muy calmado, le pregunta:

— ¿Algún otro pecado, hijo?

— Sí padre, esta semana no he podido contenerme y la pasé estupendo con Margot Robbie.

— Lo siento hijo, pero no te puedo absolver —le responde el cura.

— ¿Por qué no, Padre, si la misericordia de Dios es infinita?

— Sí, pero ni Dios te va a creer que estás arrepentido.

Autor: Un fantasioso.

 

El zorro y el camello

Va un zorro inglés por el desierto y se tropieza con un camello, a lo que el zorro dice:

I’m sorry.

Y el camello le contesta:

I’m camelli.

Autor: Un zootecnista bilingüe.

 

Tom, Sam y los indios

— ¡Soldados! ¡Necesitamos voluntarios! ¡EI ejército pide vuestra ayuda! ¡Vayan al territorio de los indios, y por cada cabellera de Sioux que consigan traer al fuerte les daremos 100 dólares en oro!

Sólo se ofrecen dos voluntarios: Tom y Sam, que parten al territorio indio.

Al caer la noche, montan sus carpas. Casi al amanecer Tom oye el chasquido de una ramita. Se despierta y ve que alrededor del campamento hay 700 indios sioux con pinturas de guerra, rodeándolos en absoluto silencio.

Tom no puede creer lo que ve y grita:

— ¡¡¡Sam!!! ¡Sam, despierta! ¡¡¡Somos ricos!!! ¡¡¡Somos ricos!!!

Autor: Un yanqui.

 

Qué es…

— ¿Qué es rojo y malo para los dientes?

— Un ladrillo.

Autor: Un dentista.

 

De Marte

Bajan los marcianos de la nave, se acercan a la casa del gallego Paco:

— ¿Quién es?

— ¡Venimos de Marte!

— ¿De marte de quién?

Autor: Antonio.

 

No hay química

— Mi novia me ha dejado una nota en la mesa que ponía: “Me voy, no hay química”.

— No la entiendo: ¿Si no habrá clase, para qué va?

Autor: Un ex de alguien.

 

Chicles

Paco, en el avión. Una azafata reparte chicles.

— Oiga, y esto ¿para qué es?

— Para que no tengan molestias en los oídos al cambiar de presión.

Todo va bien.

Cuando aterrizan, Paco le pregunta a la azafata:

— ¿Y cómo me quito ahora el chicle de las orejas?

Autor: Venancio.

 

Entre uvas

Están tranquilamente charlando dos uvas, una verde y una morada:

La uva verde le dice a la morada:

— ¡¡¡¡RESPIRAAAAA!!!!

La uva morada le contesta a la verde:

— ¡¡¡¡Y TU MADURAAA!!!

Autor: Una fresa.

 

Condenados

Una conversación en el patio de la cárcel entre dos presos condenados a cadena perpetua:

— ¿Estás casado?

— ¡No, prefiero ser libre!

Autor: Un libertino.

 

Complejo de superioridad

Un hombre llega a la consulta del psicólogo y dice:

— Doctor, tengo un gran complejo de superioridad.

— A ver, siéntese, aquí lo vamos ayudar.

— ¡Qué me vas ayudar tú, doctorcillo de pueblo!

Autor: Un sangrón.

 

Desde el medievo

Siete de la mañana, finales de enero, siglo XI, baja Edad Media. Un caballero regresa al castillo después de una dura batalla. El tío daba pena: iba con la armadura abollada, el yelmo torcido, la cota de malla hecha jirones y el caballo cojeando.

El señor del castillo sale a su encuentro y le dice:

— ¿Pero qué te ha pasado?

— Señor vengo de serviros como os merecéis, castigando duramente a vuestros enemigos de Poniente.

— ¿Pero qué decís? Si yo nunca he tenido enemigos en Poniente.

— ¿Ah, no? Pues ahora los tenéis.

Autor: Un asesor político.

 

La madre de los Bernardos

Una señora va a sacar el pasaporte. El funcionario de turno le pregunta:

— ¿Cuantos hijos tiene, señora?

— Diez.

— ¿Cómo se llaman?

— Bernardo, Bernardo, Bernardo, Bernardo, Bernardo, Bernardo, Bernardo, Bernardo, Bernardo, y Bernardo.

— ¿Todos se llaman Bernardo? ¿Y cómo le hace para llamarlos cuando, por ejemplo, están jugando todos afuera?

— Muy simple, grito Bernardo y todos entran.

— ¿Y si quiere que vayan a comer?

— Igual. Grito Bernardo y todos se sientan a comer.

— Pero si usted quiere hablar con uno en particular, ¿cómo le hace?

— ¡Ah! En ese caso, lo llamo por su apellido.

Autor: Los papás de los Bernardos.

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