Hace unos días, el Gobierno de la República, a través del Sistema Nacional de Seguridad Pública, informó que al cierre de administración de Andrés Manuel López Obrador, los números de los homicidios dolosos se situaron en los 196 mil 216. Con ello dieron por concluido el conteo de las ejecuciones. Esos “otros datos” son falsos.
La realidad es que el sexenio de AMLO es, hasta ahora, el más violento en la historia moderna de México. De acuerdo a un conteo aquí publicado en ZETA, en cinco años y diez meses que tuvo la duración de la administración del tabasqueño se registraron en México, oficialmente, 200 mil 78 ejecuciones.
La cifra se obtiene del análisis y acumulación de casos mensuales que proporcionan de manera oficial instituciones como el INEGI y el Sistema Nacional de Seguridad Pública. En promedio, cada mes que duró la administración de López Obrador, en México más de 2 mil 800 personas fueron asesinadas.
La suma, terrible por la pérdida de vidas en condiciones de inseguridad y violencia, rompe con el mito de la efectividad de la estrategia de seguridad “Abrazos, no balazos”, pues por mucho, los ejecutados en tiempos de López Obrador sobrepasan los registrados en cada uno de los dos sexenios anteriores, particularmente el tan criticado en la era morenista, el del panista Felipe Calderón Hinojosa.
Vaya, en seis años de gobierno del priista Enrique Peña Nieto (2012-2018), es decir, con un conteo de dos meses adicionales a los que fungió López Obrador, en México se registraron 158 mil 268 ejecuciones que, frente a las más de 200 mil en el último sexenio, significan que AMLO superó por 20.42 por ciento las muertes dolosas con el sexenio inmediato anterior a su mandatado.
Y en comparación con el acumulado de ejecuciones en el sexenio de Calderón (2006-2012), el villano favorito de López Obrador y sujeto señalado de todas las desgracias de la época actual en Palacio Nacional, AMLO registró 65.85% más homicidios dolosos que el panista. En los seis años de Calderón el conteo se ubicó en los 120 mil 635 homicidios dolosos, frente a los 200 mil 078 en los cinco años y diez meses del morenista originario de Tabasco.
Sin lugar a dudas, fácilmente se puede etiquetar -dado que se trata de cifras oficiales- que Andrés Manuel López Obrador es el Presidente de los 200 mil ejecutados.
Y precisamente este número es parámetro para medir los índices de inseguridad y violencia. En esa dinámica, ciudades mexicanas como Tijuana, Baja California o Celaya, Guanajuato aparecieron en los últimos seis años como las más violentas del mundo, con relación al número de muertes dolosas y de habitantes.
Aunque los números se leen y se escuchan reprobables, una nación en paz, sin conflictos bélicos ni civiles, ni con disturbios desde la clandestinidad, suma en cinco años 10 meses 200 mil 078 ejecutados; lo que sí es explicable desde el punto de vista de que hubo una fallida estrategia de seguridad, que no logró el cometido y, por el contrario, exacerbó la violencia en un clima de impunidad para los principales detonadores de las muertes y otros delitos: los cárteles de la droga.
En la última administración, la de López Obrador, se desmantelaron áreas de investigación e Inteligencia en la Secretaría de Seguridad, se le dio autonomía a la Fiscalía General de la República y se creó una corporación nacional no de combate, contención y operación contra la criminalidad, sino de proximidad social, como Guardia Nacional.
En este escenario de ausencia de Estado de Derecho, con una FGR más ocupada en los adversarios políticos del Presidente, la SSPC concentrada en ser más una concentradora de cifras y las Fuerzas Armadas patrullando el país con la Guardia Nacional para disuadir a los criminales, los cárteles de la droga registraron un importante crecimiento no sin guerras para apoderarse de sierras, costas, municipios y estados para producir, distribuir y trasegar drogas y sustancias ilícitas tanto en el país como hacia Estados Unidos, primordialmente.
De esas insanas guerras entre cárteles, por ejemplo, la más notoria y sangrienta durante el sexenio pasado, entre el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación, fue que sucedieron cientos de miles de ejecutados. Hoy día, en la guerra interna del Cártel de Sinaloa la historia se repite aunque esos registros ya se incluirán en el aún incipiente sexenio de Claudia Sheinbaum, quien, al modo de su antecesor, ha dicho que no seguirá la política de la guerra contra las drogas de Calderón, sexenio al que superan por 65.85% en las muertes violentas, aunque no necesariamente signifique que el del pasado fue mejor, pero sí que en las dos siguientes administraciones no hubo una estrategia integral que disminuyera la cifra de homicidios, sino todo lo contrario.
El morenista tabasqueño, que tanto ansía pasar a la historia, por lo menos ya está en el primer lugar de homicidios dolosos, al concluirse con datos oficiales, que el de Andrés Manuel López Obrador es el sexenio más violento de la historia moderna de México.
Ahora, la Presidenta Sheinbaum y su secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, tienen la oportunidad de contener esa inseguridad, disminuir los índices de homicidios, perseguir a los criminales organizados, desmantelar a los cárteles de la droga y hacer un llamado a la FGR a investigar a narcotraficantes, criminales, sicarios y delincuentes que, desde el negocio ilícito de la droga, han bañado con sangre al país, razón por la que AMLO ya es el Presidente de los 200 mil ejecutados.
Ojalá la presente administración, la primera que encabeza una mujer en este país, quiera y pueda cambiar la historia y, al fin, hacer de México un país seguro. Ahí tiene el beneficio de la duda.