Con aplausos y ovaciones, familiares, amigos y comunidad, intentaron llenar el vacío que dejó don Hugo Torres Chabert, empresario y forjador de Playas de Rosarito fallecido a los 88 años de edad el 31 de octubre de 2024, a consecuencia de cáncer de páncreas.
Las calles aledañas a la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Fátima estaban saturadas desde antes del mediodía del miércoles 6 de noviembre, cuando se ofreció una misa en su honor. Ahí se congregaron más de 500 personas de la comunidad rosaritense para despedir al fundador del municipio y dar el pésame a la familia Torres Ramírez.
Sus hijos tomaron la palabra. Rosy Torres expresó sobre su padre: “Ejemplo de fortaleza, de lealtad, de honestidad, de padre de familia, de padre de Rosarito. Persona bondadosa, siempre viendo cómo podemos ayudar todos a nuestra comunidad, eso es lo que nos deja con su fuerza. Necesitamos 500 zapatos para llenar los de él, pero echándole ganas”.
Por su parte, Gustavo compartió: “Ya en su cama se reía porque él veía algo. Era hermosísimo que nos describía y sentía que venía mi abuelita o mi tía abuela por él o que lo estaban viendo. Eso es algo inolvidable de verlo con tanta felicidad en él”.
Don Hugo Torres Chabert fue delegado municipal en Rosarito en la década de los ochenta, a inicio de los noventa promovió la municipalización del poblado, lo cual logró en 1995, cuando también se convirtió en presidente del Concejo Municipal y posteriormente en el primer alcalde del quinto ayuntamiento de Baja California.
A la par, fue un exitoso empresario dedicado a la promoción del turismo y la inversión en el desarrollo del Estado. Priista de aquellos tiempos, destacó por apadrinar las luchas de la comunidad rosaritense y contribuir al desarrollo de oportunidades.
No hace muchas semanas, en septiembre, don Hugo presentó un libro de memorias que le llevó dos años concluir, en el cual relata cómo llegó de Ciudad de México, donde nació un 29 de septiembre de 1936, y fue apoyado por su tío, Manuel P. Barbachano, que estaba casado con su tía María Luisa Chabert; Barbachano no sólo le apoyaría para estudiar Contabilidad en el Tecnológico de Monterrey, también lo educó en los negocios.
“Conocí de la construcción, me enseñó inversiones, negocios; consiguió el trato de la concesión de la telefónica fronteriza y de la planta de la luz de la termoeléctrica. Era un hombre muy activo, con muchas acciones y compromisos”, relató entonces.
Por ello, al concluir sus estudios regresó a Rosarito para trabajar por la región. Sobre su llegada al Hotel Rosarito, “cuando vine para acá ya se estaba convirtiendo en un resort que traía a artistas de Hollywood, que venían y trabajaban en el cine mudo, venían un grupo de artistas y Rosarito se dio a conocer por su atención. Era un hotel de 50 cuartos con artistas de cine, había más artistas de cine aquí que en Hollywood, escribió una reportera”, recordaría don Hugo.
También participó en la lucha por la tierra, cuando, por decreto, a inicios de los 80 el Gobierno de la República encabezado por José López Portillo expropió el centro de Playas de Rosarito para supuestamente regularizarlo: “El pueblo había sido atacado por López Portillo que expropió, pero pedía que pagaran el avalúo otra vez y había que pagar otra vez. En esa expropiación ya habíamos pagado e invertido y llegan a decirnos que todos tenían que volver a pagar con avalúos nuevos. Hicimos huelgas y manifestaciones, fuimos con el alcalde (de Tijuana), pero no nos ayudó; el gobernador (Roberto de Lamadrid) nos dijo que era amigo de López Portillo y sólo nos quería condonar la tenencia”, expuso Torres en su momento.
En 1982, ya con un nuevo presidente en el país -Miguel de Lamadrid-, logró dar reversa al decreto: “Hicimos la presentación con De la Madrid, estábamos con los terratenientes, con los Machado, les expresamos que no estábamos de acuerdo cómo le estaban haciendo y nos prometió que lo echaría abajo; y lo cumplió”.
Con el triunfo de la lucha social, don Hugo encontró su nueva misión: la independencia de Rosarito del municipio de Tijuana. Inició promoviendo los atractivos turísticos del puerto para hacer de ese sector una fuente de ingresos que diera sustentabilidad a Rosarito, y de ahí, explicaría a ZETA, “salió a la plática que lo mejor sería convertir a Rosarito en un municipio, y en marzo 3 de 1983, formé el comité; doce años después lo conseguimos. No era fácil, como ahora que los políticos lo hacen para ser famosos, promover a Rosarito como municipio con financiamientos, fraccionamientos, agua y drenaje; la idea era que todo fuese con servicios públicos”.
Cuando finalmente Rosarito logró la municipalización, después de 12 años de lucha, don Hugo fue electo primer presidente municipal. Al llegar a la que antes era delegación y por tanto, en ese entonces la nueva alcaldía, encontró todo vacío. Los políticos se llevaron todo. Cuenta su hijo Hugo Torres Ramírez: “Yo preguntaba en el hotel, a los contadores, ¿qué estaba pasando? Entonces dijeron: ‘Tu señor padre se está llevando todo al municipio’, le hablé y le dije: ¿Por qué haces esto? Y me dijo: ‘Tijuana nos dejó en la ruina y necesitamos ayudar, Dios nos va a ayudar a que esas computadoras regresen un día al hotel con mucho trabajo’, ese era mi padre”.
En la época de prohibición en Estados Unidos, Rosarito se promovió como un atractivo turístico para marinos, militares y artistas de la industria cinematográfica. La fama alcanzó al Hotel Rosarito al concentrar la atención de visitantes que buscaban destino de playa, de entretenimiento y alimentos.
Años más tarde, en 1997, el quinto municipio llegó a otro nivel de satisfacción para Hollywood, cuando el director de cine James Cameron eligió esa tierra como locación de estudios para su magna obra, “Titanic”.
Al respecto, don Hugo contó: “Conocí a James Cameron, yo era el alcalde y era autorizarles todo, fui con el gobernador y con Juan Tintos y se les metió todas las ganas para que se abrieran las oportunidades del cine y ayudarles en la promoción de la producción. Yo quería que se hicieran películas, que se hicieran varias”.
Torres estaba orgulloso de contar la historia sobre cómo se equipó al Hotel Rosarito y cómo es que los trabajadores migrantes fueron realmente los primeros rosaritenses, de manera oficial: “Pedro Arias Guzmán era un cantinero que contrató Manuel Barbachano cuando estaba contratando gente del sur, él era de Jalisco y se vino con su familia, y aquí en el hotel había unos cuartitos como del tamaño de este cubículo para que se quedaran los camareros y cantineros, porque aquí no había quien supiera trabajar en el bar. Se fueron al interior para contratar y se vino a trabajar como gente de bares. De ahí surgió Pedro, lo trató bien Manuel, vio otras oportunidades y tuvo a su hijo Juvenal, que dice, es el primer rosaritense, porque nació en el Hotel Rosarito”.
La historia de Rosarito no se puede contar sin la figura preponderante de don Hugo Torres Chabert, su forjador, impulsor, promotor y ciudadano rosaritense excepcional.
Que en paz descanse.