Al inicio de la década de los 90, en una redacción periodística en la frontera de Tijuana, los editores solíamos bromear: ¿Y si le pedimos una entrevista a Manuel Bartlett Díaz, pero en San Diego?, sabedores -o al menos con la firme sospecha- de que el hombre fuerte de la Secretaría de Educación en el inicio del sexenio de Carlos Salinas de Gortari no se atrevía a ir a Estados Unidos por temor a ser detenido.
Trascendió por entonces que las autoridades de la Unión Americana habrían determinado que de cruzar la frontera el político priista sería aprehendido por la sospecha sostenida sobre su participación, cinco años atrás, en febrero de 1985 en el asesinato del agente de la DEA en México, Enrique “Kiki” Camarena. Sin embargo, ni Bartlett cruzó la frontera, ni EU emitió orden de aprehensión en su contra o siquiera la posición pública de que el poblano fuese una persona de interés para una de sus investigaciones más públicas y notorias: la del asesinato de Camarena, caso sobre el cual se han escrito infinidad de libros, reportajes, investigaciones y filmado películas, documentales y series, donde invariablemente aparece un oscuro personaje no identificado, ligado a la política y el gobierno, que termina por proteger a los narcotraficantes y participantes del homicidio del policía encubierto que investigaba al Cártel de Guadalajara.
En muchos de los casos, se asume que se trata de Manuel Bartlett, quien en 1985 fungía como secretario de Gobernación en el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado.
El oscuro personaje que tuerce las investigaciones y protege a los criminales del caso Camarena está compuesto con rasgos de la personalidad de Bartlett, pero también del General Juan Arévalo Gardoqui, quien en el mismo sexenio fue secretario general de la Defensa, y de quien también se sospechó protección a la mafia de la época.
Pero Bartlett no sólo viene a la mente de muchos, autoridades o ciudadanos como partícipe en la materialización de la impunidad que ha rodeado el crimen de Kiki Camarena en México, también de otros. Un año antes, en 1984, fue asesinado Manuel Buendía Tellezgirón, reconocido investigador y comunicador, particularmente en temas del espionaje, la labor de la DEA en México y la corrupción en las altas esferas del poder político en el país.
Para 1986, otro crimen se sumó a las sospechas sobre Bartlett, el secretario de Gobernación. En febrero de aquel año murió, en un aparente accidente, el periodista y político mexicano, además de ex gobernador de Yucatán, ex senador y ex diputado, Carlos Loret de Mola Mediz, caso que el hijo, Rafael Loret de Mola, ha denunciado se trató de un crimen de Estado y desde entonces ha culpado a Manuel Bartlett.
Ya entrados los dosmiles, en la Plaza de Toros México en la Capital del país, con Bartlett en el retiro, el ostracismo y la ignominia política, acudió con su mujer a la presentación de un cartel taurino de primer nivel. A su sola entrada al pasillo del coso taurino, una voz retumbó en la México: Bartlett, ¡eres un asesino! ¡Asesino, asesino! ¡Bartlett asesino!”. Era don Rafael Loret de Mola gritando fuerte, hasta las lágrimas, ante la impunidad que a su ver lleva la muerte de su padre. El ex secretario de Gobernación ni se inmutó. Callado, derecho, estoico, tomado del brazo de su acompañante, partió plaza en los pasillos de la México, ignorando el grito de angustia y justicia del periodista.
Uno de los yerros por los que ha sido más notorio Manuel Bartlett, es el de 1988, cuando como secretario de Gobernación era también el titular de la Comisión Federal Electoral, que justo ese año iniciaría con el sistema de resultados preliminares en la elección presidencial. La competencia giraba en torno al candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, y el del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, sin menospreciar la participación del panista Manuel Clouthier del Rincón.
Al finalizar la jornada, que se anticipaba sería ganada por primera vez por la oposición en la persona del ingeniero Cárdenas, al secretario de Gobernación “se le cayó el sistema”. En aquel conteo preliminar, los votos se iban transmitiendo y contando por la vía telefónica, y cuando se observaba una ventaja para el opositor, las líneas se “saturaron”. Cuando se “superó” la caída del sistema y con ello el reinicio del conteo de votos, la tendencia ya favorecía, de manera irreversible, al priista Salinas de Gortari.
Este hombre acusado de fraude electoral, de proteger a los asesinos del agente de la DEA, de sostener reuniones sobre la actividad del periodista Manuel Buendía, de ser el sospecho en el accidente del político Loret de Mola Mediz, se transformó en la política en un hombre próspero aun en la ignominia. Ex gobernador de Puebla y ex secretario de Estado en diversas ocasiones, hizo fortuna en la misma dimensión de la mala fama. Y cuando el Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien en 1988 había acompañado a Cuauhtémoc Cárdenas en la campaña presidencial y en la lucha contra el fraude, tomó posesión y anunció su Cuarta Transformación”, Bartlett reapareció. Una vez más, encumbrado en el poder, conservando la impunidad del intocable priista y transformándose él mismo en el intocado morenista.
Sin decir sus razones, ni las ligas que lo unen a uno de los personajes más oscuros de la historia contemporánea de México, López Obrador metió a Bartlett al cajón de su política contra la inseguridad, y lo abrazó durante toda su administración, manteniéndolo allende las denuncias de enriquecimiento ilícito, de corrupción y nepotismo, al frente de la Comisión Federal de la Electricidad.
Pero a cuatro días que concluya la administración de López Obrador, y con ello la vida políticamente activa de Manuel Bartlett (la Presidenta Electa, Claudia Sheinbaum, no lo ratificó en el cargo ni lo incluyó en alguna otra área gubernamental), a sus 88 años de edad, la autoridad de EU desclasificó documentos de la investigación sobre el asesinato de Kiki Camarena, donde se relata la sospecha de la intervención del entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz.
En uno de esos documentos desclasificados se lee que los investigadores en México “sospechan firmemente que las actividades de protección de narcóticos (…) no lo beneficiaron únicamente a él, sino que llegaron quizás al Secretario de Gobernación Manuel Bartlett Díaz”.
El documento, testado en partes significativas, desclasificó el nombre de Manuel Bartlett Díaz, y concluye (al menos en las fojas desclasificadas): “Si bien se trata simplemente de fuertes sospechas debido a indicios de corrupción generalizada y actividades de extorsión (…) no es difícil concluir lógicamente que estas actividades benefician en última instancia a los principales líderes del gobierno mexicano”.
Los documentos fueron desclasificados a partir de la petición de periodistas investigadores, y confirman la añeja teoría de la participación del entonces secretario de Gobernación en actos de protección de narcotraficantes, corrupción y extorsión, lo cual no significa necesariamente una persecución del gobierno de Estados Unidos sobre la persona de Bartlett 48 años después, pero sí que es persona de interés en uno de los crímenes más notorios para el vecino país y para el México de finales de siglo pasado.
Al final hay una certeza: Bartlett, hoy de la mano de López Obrador, tuvo en el ocaso de su vida su propia transformación, la de un hombre impune del poder político priista, a un intocable del morenismo.
Y definitivamente, no daría entrevistas. Mucho menos en San Diego, California.