“Lo tango que más tengo” es el título del poemario de Hermes Millán Redi, editado por Jitanjáfora Ediciones, mismo que fue presentado el sábado 10 de agosto en Tijuana.
Bajo la organización de Lapicero Rojo Editorial, en la tertulia literaria que se llevó a cabo en la librería El camino de las letras participaron el autor Hermes Millán; Marcelo Fernández, prologuista del libro; y Miguel Alberto Ochoa, editor de Lapicero Rojo Editorial.
En la presentación editorial, también estaba anunciada la participación de la poeta Ruth Vargas Leyva, pero una situación dental le impidió leer su reseña que había preparado para la ocasión.
“Leer a Hermes Millán Redi requiere una cultura del tango para sumergirse en su profundidad. Cruzan el poemario el homenaje a Aníbal Troilo cuando cita Malena, la que canta el tango como ninguna, y tiene penas de bandoneón; así como Tango Sur, con sus calles y lunas suburbanas; la memoria de Horacio Ferrer y el bandoneón de Piazzola”, de acuerdo con Ruth Vargas Leyva sobre “Lo tango que más tengo” de Hermes Millán.
“En el poemario de Hermes se percibe un paisaje donde la memoria y el olvido, el pasado y el presente, trazan una línea entre el sur y el norte, en un exilio que puede ser buhardilla o puede ser espejo, que es nostalgia del azul del Atlántico y reconocimiento del Pacífico, que sin contraponerse se potencian uno con el otro, generando una nueva memoria”, reseña Vargas Leyva.
“Un mérito de este poemario es que mantiene un aire entre festivo y triste. El humor y la burla que la parodia insinúa en el tango, que Hermes retoma y vuelve moderno con una mirada crítica”, complementa Vargas Leyva en su reseña.
Aunque no pudo asistir a la tertulia literaria, Ruth Vargas Leyva envió a ZETA su reseña titulada “Del norte al sur. Lo tango que más tengo de Hermes Millán Redi”, misma que se comparte íntegra a continuación con la autorización de su autora:
DEL NORTE AL SUR. LO TANGO QUE MÁS TENGO DE HERMES MILLÁN REDI.
Ruth Vargas Leyva
Caminando por una calle de Sevilla, escuché el sonido inconfundible, profundo, dolido y prolongado de un bandolón. La seducción de la música de “Adiós Nonino” me condujo a un oscuro y estrecho callejón. Una mujer de la tercera edad, sentada en el piso hacía pasar el aire abriendo o cerrando el bandoneón, mientras presiona varias teclas. No me miró, o no quiso hacerlo. Un aire de dolor inundaba el espacio que ocupaba una migrante. Un espacio de soledad con la música, que yo había llegado a invadir. En ese momento pensé en esa imagen como en la letra de un tango, con el exilio existencial como tema central. Un “estar fuera de”, un “haber salido del lugar propio”, que se expresa en un verso, en una nota musical, en una exclusión que puede ser una desgracia o una oportunidad. Un exilio que puede ser literal o figurado, pero que lo cambia todo.
Los tangos expresan la pena del amor, la fugacidad de las cosas humanas, la síntesis de una tragedia cotidiana o extraordinaria, personal y colectiva, fugaz o interminable. Imposible sustraerse a él. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar Ernesto Sábato, entre otros, se inclinaron por este género musical y lo incluyeron en sus obras. Ni Juan Gelman permaneció indiferente a los llamados del tango-canción; ni Manuel Puig que, en Boquitas pintadas, donde de introduce el imaginario del tango. Préstamos, reescrituras y parodias, y aunque la letra de los tangos haya cambiado, queda el carácter triste del tango, y en el caso de “Lo tango que más tengo” el espacio citadino como elemento de transformación narrativa, porque el tango se reinventa y convive con formas y temas con los que en décadas anteriores ni siquiera se hubiera pensado, pero sigue siendo un encuentro, un espacio para “compartir experiencias íntimas”. Es también la añoranza de lo que se fue y la nostalgia de lo que dejará de ser, donde la poesía, lejos de ser un complemento para la música, aporta un componente dramático, narrativo y lírico.
Fenómeno musical” y “fenómeno poético”, cada tango, cada milonga, refiere un relato que sostiene una concepción de mundo con un código y un lenguaje, de ahí que nos preguntemos por la concepción del mundo de Hermes Millán, tan local y tan cosmopolita; por su código, abierto y críptico y por su lenguaje, que recurre a juegos verbales, a guiños, a términos del lunfardo, que ocultan un doble significado.
Hermes escribe varios poemas que se construyen con versos colifas, que con cierta forma de ternura expresan que alguien está loco, piantado.
“Desde el tango y su cerrojo nace este verso colifa: si se sortearan tus ojos me compro toda la rifa”.
Cita el término grela que en las primeras letras de tango se refería a la mujer y pasó a partir de 1960 a utilizarse como “mugre”; a forola por citar aficionado. Denomina bitango al pájaro y recurre a “descangayada” que significa literalmente descoyuntada y también maltrecha, malherida.
Recurre a gurisa, por decir muchacha:
“Si a vos la voz te abre una puerta y vuela paralela a tu sonrisa pido al tango que corte de tu huerta la semilla y la flor, digo gurisa”.
Está también el desliz textual, tan sutil como el que se encuentra en “Tango in the rock”, que va del tango al bolerón, ambos ejecutados con bandoneón. Uno de la tradición río platense, el otro del norte de México. En el poemario de Hermes se percibe un paisaje donde la memoria y el olvido, el pasado y el presente, trazan una línea entre el sur y el norte, en un exilio que puede ser buhardilla o puede ser espejo, que es nostalgia del azul del Atlántico y reconocimiento del Pacífico, que sin contraponerse se potencian uno con el otro, generando una nueva memoria:
“Vení y girá este tango sobre su eje inclinado: giro de tierras perdidas, de mar azul desbordado. Vení y girá este tango sobre su eje azulado: desborde de tierra ajena sobre este mar inclinado. Vení y girá este tango en su eje desbordado para asomarte al misterio de mi silencio azulado. Vení y girá este tango para bajarte al condado donde se busca en los muros tu corazón inclinado”.
Porque el tango es letra de inmigrantes, de amor y de dolor, también de denuncia social, Tijuana no resiste un bolero, pero merece un tango que recuerde el mito del casino, la historia de prostíbulos en la Avenida Revolución; que exprese el dolor, la desesperación, la pérdida de la amada; la añoranza, la nostalgia del terruño, el deseo de volver y la huella profunda y permanente de habitar dos mundos.
“Amo a Tijuana por ser turbia como yo: esquiva, taciturna y maloliente, redonda y peligrosa como un sol, amarga como un dios entre los dientes / Amo a Tijuana por ser fea como yo: necesaria de verse bajo un lente que transforme lo mudo en viva voz, lo curioso, en desparpajo decadente. Amo a Tijuana por ser frágil como yo: animal patinando en el aceite, matemática imperfecta del fulgor, campana de cristal, flor del poniente”.
Porque recuperando las palabras del prólogo, “la misma ciudad que nos cobija nos muestra el filo de su navaja, su lado meretriz, su decadencia, y solo tras un primer encuentro receloso con su facha atrevida y mal maquillada descubrimos su desinteresada vocación maternal que nunca nos pedirá olvidar de dónde venimos y algún día nos verá volar sin rencores”.
Todo en el tango y en sus letras es un encuentro. Aníbal Troilo cita que, al bailarlo, “la vida se inmortalice en ese abrazo conmovedor que une, por tres minutos, a dos almas sensibles que se consuelan mutuamente de los males que los agobian. Y para esos dos que se abrazan, el tango es un salvavidas”. A ese salvavida, con frecuencia es un territorio, al que nos aferramos en la vida y en la tragedia.
“He de morirme tango, lo sé. Mi pecho no silbará más melodías. Troilo y Piazzola me harán inútilmente una maniobra de Valsalva ilusionada. Y el fuelle de mi pecho sonará con un lánguido respiro. He de morirme tango, lo sé. No hay polvo que no regrese a su rebaño. Y Horacio Ferrer me guiñará tres luces oscuras. Prometo que mi último pensamiento será para ti”.
Leer a Hermes Millán Redi requiere una cultura del tango para sumergirse en su profundidad. Cruzan el poemario el homenaje a Aníbal Troilo cuando cita Malena, la que canta el tango como ninguna, y tiene penas de bandoneón; así como Tango Sur, con sus calles y lunas suburbanas; la memoria de Horacio Ferrer y el bandoneón de Piazzola.
Tango de Moscú:
“Silbo un tango (a ver qué pasa) y en vez de Malena o Sur, tan rojo como una plaza nace un tango de Moscú. No puede hablar de malevos ni de una grela y su cruz: qué hable de los tiempos nuevos este tango de Moscú”.
Un mérito de este poemario es que mantiene un aire entre festivo y triste. El humor y la burla que la parodia insinúa en el tango, que Hermes retoma y vuelve moderno con una mirada crítica.
“Si este tango fuera un muro para treparme por él y así mirar el camino del paredón y después. Si este tango fuera un vuelo, sin condición ni laurel, sobrevolando el misterio del paredón y después. Si este tango fuera un hombro, que, como amigo de ley, se ofreciera en el exilio del paredón y después. Abrazaría mi sombra para ponerme a correr silbando el tango prohibido del paredón y después”.
En otros versos dice:
“Con el gacho requintado oculto este lagrimón: mal colirio recetado echarle al ojo limón”.
Y en Tango fogoso:
“Voy a quemar este tango: fuego purificador que abrace letra por letra como un disparo de sol. Voy a tirar en del fuego mi traje de resplandor, mi anillo de compromiso, mi parentesco con Dios. Voy a quemar este tango: préstame el encendedor”.
Los títulos de los poemas son una declaración de lo festivo y lo trágico: tango de tan tan, Tango nocturno, Tango in the rock, Tango terráqueo, Tango fogoso, Tango del agradecimiento, Tango amor a Tijuana, Tango póstumo, Tango catedral, Decatango, Tamgolectiva de los perdidos, Tanguijuela, Tango del delirio, tango del patio, Tango del hombre-fueye y Tango que más tengo, entro algunos títulos que recuerdan la letra de los tangos de los grupos Gotán Proyect y Tanghetto, movida electrónica del tango, donde la ciudad está siempre presente.
Uno va de un poema a otro, abriendo cuerpos:
“Te presto el pecho de mi tango para que llores tu alegría, el pubis de su dos por cuatro enamorado al medio día. Te alquilo el aire ensimismado (segundo piso y escalera) de aquellos muslos de gigante donde bailé la noche entera. Te vendo el sexo de mi tango (su semental arrabalero) y esa distancia del olvido para llorar bajo el sombrero. de los perdidos”.
O en Tanguijuela:
“Te prendiste a mi cuello con uña y diente. Entre esto y aquello, fui tu cliente. Te prendiste a mi sombra de noche y día. ¿Qué mejor te nombra?: alevosía. Te prendiste a mi orgullo con blanco guante. Lo que fingió embullo, vuelo rasante. Te prendiste a mi mano, aunque me duela. Por eso te llamo mi sanguijuela”.
Y si uno calla, escucha el fuelle, porque el tango nos habla con el lenguaje de lo inconsciente, de los cuerpos, de las emociones, del deseo; nos conmina a pensar, y nos ayuda a clarear las oscuras, sutiles y enigmáticas profundidades del alma humana. Es terapéutico en su abrazo. En el poemario de Hermes Millán Redi, hay además un lazo social que cruza fronteras. Hay que dar gracias por este poemario que recupera la tradición del tango, su melancolía y desarraigo, y agrega una nueva letra desde el norte de México. Tangos tijuaneados, que han atravesado, topes, baches, que se han gestado en el tumulto de un tráfico intenso, de vialidades inclinadas y extraviadas voces nocturnas, de análisis psicoanalíticos y añoranzas portuarias, y de un amor desbordado por los otros, por nosotros. ¡Felicidades, Hermes!