Un ciego queda con otro amigo, también ciego, encontrarse para tomar un café. Después de pasar un rato, el primero de estos amigos invidentes saca un rallador de queso de su mochila, se lo pasa al otro y dice:
“Fíjate, Ramón, lo que encontré tirado en la calle”.
El otro amigo toca un poco el utensilio y contesta:
“Pero ¿quién ha escrito esta tontería?”.
Autor: Un maestro de Braille.
Bilingüe
— ¿Hablas inglés?
“Of course”, sí.
— ¿Cómo se dice repollo en inglés?
“Rechicken”.
Autor: Un maestro de idiomas.
El candidato
Es necesario cubrir una plaza de conserje en una institución. Al encargado de seleccionar al candidato, le sugieren que haga un examen fácil de acuerdo con el perfil del puesto. Como primera pregunta se le ocurre que le cuenten del 1 al 10.
Llega el primer candidato y le recita:
“Uno, tres, cinco, siete, nueve…”.
— Un momento, ¿cómo me dice los impares?
“Es que yo antes fui cartero, y ya ve que las casas van de pares e impares…”.
— Okey. Que entre el siguiente”.
El siguiente empieza su retahíla:
“Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco…”.
— Pare, pare… ¿Usted cuenta siempre así?
“Es que durante mucho tiempo fui el que daba la salida en carreras contrarreloj y me quedó esa costumbre”.
— El siguiente, por favor. Un momento, antes de empezar, ¿podría decirme qué trabajo tenía usted antes?
“Funcionario de gobierno”.
— Bien, empiece.
“Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, ¡maaambo!”.
Autor: Anónimo de cualquier gobierno de México.
Cura para la desmemoria
Dos amigos se encuentran:
— ¿Qué tal te va con aquellos problemas que tenías de memoria?
“Totalmente curado, estoy como nuevo”.
— ¿Y quién te curó?
“Una eminencia”.
— ¿Podrías decirme su nombre? Mi mujer tiene también problemas de memoria.
“Claro, es el doctor… cómo se llama, este… el doctor este… ¿Cómo se llama esa virgen morena que se le apareció a un indito en un cerro?”.
— ¿Guadalupe?
Dirigiéndose a su mujer, el hombre dice:
“Oye, Lupita, ¿cómo se llama el médico que me curó de la memoria?”.
Autora: La Lupita.
Sordera
Un hombre va al otorrinolaringólogo:
— Mire, doctor, vengo porque tengo un problema. Mi esposa no oye muy bien.
“¿Dónde está su esposa?”.
— Ahí está el problema, doctor, no quiere venir, dice que son ideas mías, que yo estoy loco, que ella está bien.
“Pero si no trae a su esposa, ¿cómo quiere que le haga un diagnóstico?”.
— Doctor, piense algo, porque estamos a punto de separarnos y yo la quiero mucho, no desearía perderla.
“Mire, lo único que se me ocurre es que cuando usted llegue a casa, la llame por su nombre y la va llamando mientras se acerca hasta que ella le oiga, y cuando le conteste, mida la distancia entre usted y ella, y así podré saber el grado de sordera que padece”.
— Gracias doctor, ¡creo que ha salvado usted un matrimonio!
El hombre llega a casa y nada más abrir la puerta grita:
“¡AMPAROOO!” … Silencio. Pasa al recibidor y vuelve a gritar:
“¡AMPAROO!” … Nada. Desde el pasillo de nuevo:
“¡AMPAROOO!” … Nada. Entra a la sala e insiste:
“¡AMPAROOO!… Silencio total.
Por fin va la cocina, la mujer está preparando un guiso y se coloca a la espalda de ella, casi al oído le grita “¡AMPAROOO!”.
La mujer voltea como resorte y responde:
“Qué demonios quieres, ¡ya te contesté cuatro veces, sordo!”.
Autor: Un otorrino.
El reloj
Un recién casado se va con los amigotes de copas. El hombre promete a su mujer que estará de regreso antes de la media noche, pero, como suele pasar, la fiesta se extiende a tremenda borrachera y al joven le dan las tres de la madrugada cuando entra por la puerta de su casa.
Justo en ese momento, el reloj da tres campanadas y, temiendo que su esposa despierte, el tipo imita las campanadas, dang, dang… nueve veces más para que piense que son las doce de la noche. Entonces piensa para sí:
“Me salió perfecto, seguro que ni se dio cuenta”.
Muy confiado, el hombre se mete a la cama y de inmediato empieza a roncar. A la mañana siguiente, la mujer le pregunta a qué hora llegó. Él responde:
— A la media noche, mi amor.
“Ya, ya. Oye, creo que vamos a tener que comprar otro reloj”.
— ¿Cómo que otro reloj?
“Sí, es que este debe estar roto”.
— ¡Pero si da la hora perfectamente!
“Pues anoche dio tres campanadas, hizo una pausa, dio otras cuatro campanadas, se aclaró la voz con un carraspeo, dio tres campanadas más, eructó, dio las dos últimas y ¡soltó la carcajada!”.
Autor: Separado.