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viernes, febrero 16, 2024
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Víctor Rodríguez Núñez, homenajeado

El poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez fue homenajeado durante la XVIII edición del Festival Internacional de Poesía Caracol Tijuana, mismo que se celebra en Tijuana y San Felipe, del jueves 28 de septiembre al 1 de octubre de 2023.

El jueves 28 de septiembre, en la Sala Federico Campbell del Centro Cultural Tijuana (CECUT), estuvieron en la mesa de homenaje, además del poeta laureado, Víctor Rodríguez, autores como Karla Ruiz y Jorge Ortega, que compartieron sendos discursos.


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Bajo la dirección de Yohanna Jaramillo e Iván García Mora, el Festival Internacional de Poesía Caracol Tijuana ha rendido homenaje a autores como Celedonio Orjuela Duarte (2009), Roberto Castillo Udiarte (2013), Flora Calderón (2016), Tomás Di Bella (2017), Olga García Gutiérrez (2018), Víctor Soto Ferrel (2019), Luis Cortés Bargalló (2022) y Víctor Rodríguez Núñez (2023).

Cabe destacar que Víctor Rodríguez Núñez (La Habana, Cuba, 1955), es poeta, periodista, crítico, traductor. Es doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Texas en Austin y catedrático de esa especialidad en Kenyon College, Estados Unidos. Es autor de poemarios como “desde un granero rojo” (Premio Alfons el Magnànim, Hiperión, 2013), “despegue” (Premio Fundación Loewe, Visor, 2016), “el cuaderno de la rata almizclera” (Buenos Aires Poetry, 2017), “enseguida [o la gota de sangre en el nivel]” (RIL- ÆREA, 2018), y “la luna según masao vicente” (Espacio Hudson, 2021).  En 2021, CETYS Universidad y Editorial Aldus coeditaron su antología personal “inversa [poesía 2021-1979]”.

A continuación, ZETA comparte, previa autorización de sus autores, los textos leídos por Karla Ruiz y Jorge Ortega durante el homenaje al poeta Víctor Rodríguez Núñez.


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VÍCTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ

POR KARLA RUIZ

«Bienvenidos, personas extrañas y post-pandémicas que habitan en este cosmos poético, en esta realidad hecha poesía. Hoy estamos disfrutando el presente con el fin de surcar los versos y las esencias de un poeta de resonancia singular, un habitante de mundos y palabras: Víctor Rodríguez Núñez. Víctor, con mucho respeto, el poeta que nació bajo el sol caribeño de La Habana en 1955, es un hilandero de palabras, un alquimista de la poesía que ha cruzado mares y tierras, desde Cuba hasta Nicaragua, Colombia, y los Estados Unidos, donde teje sus enseñanzas en el ilustre Kenyon College. Un hombre de letras y de mundos, Víctor, ha cosechado más de veinte libros de poesía, trascendiendo fronteras y barreras lingüísticas, sembrando su arte poético en distintas lenguas y rincones del globo. Su poesía, como un inmenso océano de palabras y sentimientos, abraza temáticas diversas, desde la introspección hasta el mundo que lo rodea; donde el mundo académico, por cierto, también hace presencia. Sus versos se mezclan con la esencia de la vida, formando una acuarela de percepciones que nos hacen reflexionar sobre la existencia y el ser. Obras como “Cayama”, “Con raro olor a mundo” y “Cuarto de desahogo” son testigos de su odisea poética, de su diálogo con el universo. Y, como el espejo borgeano, el universo de Víctor es infinito, plagado de premios que han reconocido su aportación al mundo poético, desde el Premio David hasta el Premio Loewe, distinciones que son eco de su transcendencia en el arte de la palabra. Víctor, el viajero de palabras, también ha explorado el arte de la traducción, tendiendo puentes entre idiomas, entre letras. Desde Mark Strand hasta Juan Gelman, su pluma ha danzado en un vals de traducción, uniendo voces y almas en un compás universal. Este mago de las letras ha vertido su amor por la literatura también en la crítica literaria, en el periodismo cultural, siendo voz de la revista cultural cubana El Caimán Barbudo y subdirector de la revista mexicana, La Otra, siempre en una constante danza con las palabras, con el arte ».

«En este entramado de realidades y ficciones, Víctor se encuentra con los ecos de aquellos que han transitado también los caminos de la poesía. Opiniones y valoraciones de sus contemporáneos y antecesores han trazado una sinfonía de reconocimiento a su obra, reflejando la diversidad y la riqueza de su propuesta literaria, que se ubica entre la revitalización del lenguaje poético y la profundidad de la experiencia humana; a las cuales quisiera acceder a fondo, ya que me hace repensar mi propio camino poético. He de agregar que, al revisar sus entrevistas y conversaciones (gracias a la magia de YouTube), Víctor está en constante construcción de su propia definición, de su propio impulso de encontrar la cultura, la historia, que se traspasa a la política. Donde de no tener el panorama de la poesía cubana a autonombrarse escritor desde Cuba, desde una pintura temporal y visión que sólo él conoce, cada imagen, cada verso. Sin duda, adentrémonos juntos en el laberinto de Víctor Rodríguez Núñez, permitamos que sus palabras se entrelacen, que sus versos dibujen paisajes en nuestra mente, que su poesía nos transporte a esos mundos donde la realidad y la ficción se funden en un abrazo eterno».

«El libro que yo pude leer por completo, inversa, llegó como su nombre; proporcionado por Jorge Ortega. Es una obra de arriba a abajo, de izquierda a derecha, sin puntos de referencias: del 2021 a 1979, o de otros tantos números. Es una obra que presenta la humildad de vivir el presente, sentir y acontecer desde la emoción más primitiva hasta la cotidianidad de cualquier humano que tiene familia, amigos, personas conocidas. Aquí entendí, que en efecto, la poesía no es un subconjunto de la literatura, la poesía es poesía, la poesía es la respuesta ante la adversidad. Cualquier adversidad: pensamiento disociado, extranjero, frío o la ausencia de crepúsculos, es poesía, una línea desdibujada a la inversa».

LA POESÍA DE VÍCTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ

POR JORGE ORTEGA

«La poesía de Víctor Rodríguez Núñez (La Habana, 1955) es inseparable de la condición de extranjería, que en su caso es discurrir acerca de la tensión entre memoria y destino, filiación y porvenir. Son los polos vitales de cualquier individuo, pero que en la piel de un foráneo tienden a estirar la cuerda del sentido de extrañeza, apuntalado por la gravitación de los recuerdos en el ámbito de una cultura ajena y por las secuelas dramáticas de un viaje sin retorno. Aunque las circunstancias hayan cambiado y Rodríguez Núñez sea ya un ciudadano de la Unión Americana, el núcleo identitario nunca cede y, vayamos a donde vayamos, mantiene siempre intacta su reserva de reminiscencias, vigorizadas en la adversidad o los motivos de júbilo de una nueva realidad. Entre el Caribe y Ohio, la canícula del trópico y las nieves invernales de los Grandes Lagos, Víctor Rodríguez Núñez esboza una poética de la errancia pautada a la vez con piezas que velada o explícitamente remiten a latitudes intermedias: Managua, Bogotá, México. ¿Éxodo o autoexilio? Ni trashumancia ni huida, ni desarraigo, sino fuga hacia un futuro propio a través de un voluntarioso ejercicio de libertad». 

«Así, la cosecha de la poesía de Rodríguez Núñez posee su eje de emotividad, su dimensión entrañable, justo en el contrapunto que engendra la patria adoptiva en paridad con la isla natal, la materialización de un aquí con la virtualidad del pasado. La evocación constituye, no obstante, el salvoconducto para trasponer las categorías del tiempo y hacer de la inteligencia poética un estado mental sin cortapisas donde la inmediatez física resulta consustancial a la remembranza y la geografía añorada. La poesía de Rodríguez Núñez se halla entonces sembrada a discreción de topónimos que emergen a los labios como talismanes de un migrante, tablas de salvación y puntos de apoyo para guardar noción de uno o alzarse por encima de las vicisitudes. Urbes, pueblos, parajes, rincones en los que reposa el aura de los retales de una historia íntima, familiar. No es casual, en efecto, que en el imaginario poético de Víctor Rodríguez Núñez seres queridos, instantes indelebles, estén invariablemente asociados a la calidez de un enclave concreto, avatares de un ombligo geodésico bajo la advocación de los dioses lares».

«Por consiguiente, la poesía de Rodríguez Núñez perfila a un autor que, más allá de los tópicos de la nostalgia y el sabor local, sugiere una síntesis de la naturaleza con la civilización mediante una mirada contemplativa y analítica que ahonda en la densidad del paisaje —con su plétora de especies vegetales y animales— e inaugura una gramática singular para fijar la interpretación del universo circundante. La de Víctor Rodríguez Núñez es una escritura proclive a colmarse de registros y, por tanto, ceñida a la especificidad. En su poesía no se encontrarán denominaciones genéricas como pájaro o mamífero, árbol o hierba, tortuga o pantano, insecto o fruto, lluvia o brasa, automóvil o grava, agricultor o vasija, sino tojosa, danto, almiquí, yagruma, reseda, jicotea, manigua, zunzún, galanto, cellisca, favila, almendrón, recebo, guajiro, alcuza, entre una legión de felices vocablos inusuales que escapan del español estándar. ¿Cubanismos o antillanismos, dialectalismos o arcaísmos? Es lo de menos. Lo extraordinario yace en su poder sonoro y semántico para suscitar la representación de una existencia primigenia en el marco de la edad contemporánea. La poesía de Víctor Rodríguez Núñez establece un parangón entre creación poética y creación genésica, reiterando la posibilidad de los prodigios edénicos».

«Podría suponerse que, fiel al barroquismo endosado a la poesía de su lugar de procedencia, Víctor Rodríguez Núñez trabaja alentado por el desbordamiento o la exuberancia. Es cierto que a su fabulación la preside una constelación de nominaciones botánicas, antropológicas y zoológicas, pero hay que advertir que ese caudal de referencias de particular fascinación —signo de un entorno fecundo de estímulos— detenta un muro de contención en formas poéticas breves, si no epigramáticas, y en la brida de los metros cultos del idioma: heptasílabo, endecasílabo, alejandrino, en cuanto a los poemas extensos o de mediana longitud. Sin embargo, lejos de abandonarse de lleno a la seguridad y complacencia de las medidas canónicas, Rodríguez Núñez aprendió a escucharse a él mismo y dio con una insobornable prosodia amasada de líneas fraccionadas, hemistiquios, esquirlas de versos de arte mayor que, citando a Rimbaud, dan cuenta de una música rara que ronda la oda y la elegía. Entre la alabanza y el atisbo melancólico, la curiosidad del observador y el testimonio del cronista, la poesía de Víctor Rodríguez Núñez exhibe, igualmente, las facetas de un lirismo poliédrico».

«A estos rasgos deben añadirse las que en el plano textual confieren a los poemas de Víctor Rodríguez Núñez un toque heterodoxo, por llamarlo de una manera: jubilación del sistema de puntuación, uso absoluto de minúsculas, títulos entre corchetes, estructura fragmentaria, ausencia de guiones cortos o largos. Excepto la aplicación de la letra negrilla, se trata, pues, de una tipografía lisa y llana, límpida, depurada de atributos comunes o reglamentarios que potencia la percepción del flujo de conciencia. Equidistante a la herencia de la tradición y a la búsqueda de una formulación diferenciada, la poesía dé Rodríguez Núñez expone asimismo, como epítome de una obra suprema, los extremos de tamaño dilema, recolectando desde tríadas de haikús a modo de estancias que honran el simbolismo del número tres, hasta sonetos anómalos integrados de dos cuartetos y dos tercetos de índole irregular. Homenaje y emancipación de las formas, sístole y diástole de toda apuesta poética sensata, con un pie en el legado de los predecesores y, el otro, en el excitante abismo de la autodeterminación estética. La yuxtaposición de esdrújulos —“sótano dialógico”, “lógica del relámpago”— matiza aun más esta gama de estilemas, efusiones de un culturalismo metabólico».

«A la acumulación, Rodríguez Núñez adosa la oquedad, fiel a la ecuación del tokonoma de Lezama, el mago de la calle Trocadero. Es la porosidad del mundo y de aquello que nos rodea, prodigando su infinita sementera de cavidades donde germinan las incógnitas. El hueco que asedia y nombra Víctor Rodríguez Núñez encubre quizás una pérdida afectiva, pero también depara una metafísica. Sin incurrir por entero en los evanescentes dominios de la mística, su poesía comporta los indicios de una corporalidad deseada conducente a interpelar cualquier viso de ausencia. Lo reconoce el autor en un pasaje: “yo no voy ni regreso / me paro allí reverbero el vacío”. E, incardinado entre aquende y allende, las dos orillas de la persistente fluctuación ultramarina del sujeto, y en consecuencia de su ambulante querencia anidada en el corazón, apunta en otra latitud: “yo soy un resplandor / de la nada ardorosa”. Piensa uno en la brasa del espíritu del asceta en el oscuro cosmos de su celda, sobrevolando el orbe en las alas de la imaginación: “yo no duermo vigilo / las nubes del desierto / que navegan en el mediterráneo / ni una sola isla por testigo / solo el rastro del sol / que no siguen las naves ni mi alma / marinera de espacios”. Desde una altura interior, el acto poético cobra tintes lúdicos y visionarios».

«La poesía de Rodríguez Núñez da razón de una suma poética fraguada de equilibrios internos que compensan las variadas directrices que sus libros. Por ejemplo, la vena bucólica cribada en la auscultación filosofante de un hábitat encuentra un contrapeso en la redignificación del círculo doméstico legislado por la sombra tutelar de los padres y por el corro de tíos y seres fraternos. Imposible no ceder ante estampas tan conmovedoras o sencillas como “mi madre recoge flores silvestres / entre los barrancos de selva negra”, o bien, “mi hermano en su herrumbrosa bicicleta”, y finalmente: “y la luna quemada / que lleva mi madre sobre sus hombros”. Por algo, hacia el alba, tras declarar que “la noche es mi jornada laboral”, el hablante nos confía que “y yo me voy para la madrugada / a conversar un rato con los muertos”. Órfica y telúrica, dispuesta a los signos del cielo y a los portentos de la tierra, la poesía de Víctor Rodríguez Núñez articula un frugal oráculo sobre las minucias de la vida abriéndose al horizonte, conciliando en su rosa de los vientos el magnetismo de los puntos cardinales». 

Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Estudió Comunicación en UABC Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en Baja California en la categoría de Periodismo Cultural. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”. Periodista cultural en Semanario ZETA de 2004 a la fecha.
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