El México de antaño se quedó en mi recuerdo,
pues iba de paseo, vestida de ilusión.
Hoy me siento muy triste; sin motivo me pierdo
porque todo ha cambiado dentro del corazón.
Caminaba en el campo con la mente tranquila
y todo el que encontraba, sonriente, saludaba;
no tenía el temor que la paz aniquila,
no sabía que el mal a mi tierra acechaba.
Sueño en tiempos mejores cuando la lluvia llega:
vuelve la vida al campo, siembra el agricultor.
Al ver las maravillas, va mi alma de andariega
y en la rama de un sauce se anida el ruiseñor.
El ser humano es libre de escalar las montañas,
de navegar los ríos y conquistar los mares,
de recorrer los valles y tierras aledañas
para borrar del alma tristezas y pesares.
Mi tierra no es la misma, pues lleva herido el pecho
y sufre por su gente que lejos se ha marchado.
Nadie siembra el maíz en el viejo barbecho
porque su corazón se muere desangrado.
Bajo el azul del cielo de México querido
hay aves de rapiña que pajaritos cazan,
pues ellos van atados; sólo se oye un gemido
porque la culpa de otros sus voces amordazan.
Y “se vale soñar”. Me sueño siendo niña
cuando con libertad paseaba en mi tierra,
del pueblo a la ciudad; de vuelta en la campiña,
inhalando el aroma de pinos en la sierra.
Hoy hace muchos años que estuve en ese suelo
de donde eran mis padres y fueron tan felices;
los mirasoles rosa el águila en su vuelo
Y podré olvidar todo, más nunca mis raíces.
Lourdes P. Cabral.
San Diego, California.