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martes, octubre 1, 2024
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La ciudad que recorre Francisco Morales

“La intención del escritor, del poeta, es escribir, por vicio, porque quizá ni siquiera tiene la preocupación de dejar una época”, expresa a ZETA el poeta tijuanense que expone la individual “Rosarito Blues” en CEART Playas de Rosarito; prepara antología de su poesía completa

La poesía tijuanense o bajacaliforniana no puede contarse o documentarse sin la inclusión de la obra de Francisco Morales, uno de los autores fronterizos más prolíficos con -por lo menos- 26 poemarios, una novela y un libro de relatos publicados.

Poeta mayor de la literatura tijuanense o “el papá de los pollitos”, como lo reconoce la escritora Estela Alicia López Lomas “Esalí”, Francisco Morales es el autor con el que inicia una generación de poetas -nacidos en las décadas de los 40 y 50-, que surge después de la época de Rubén Vizcaíno Valencia (Comala, 1919-Tijuana, 2004).

UNA GENERACIÓN

Forman parte de una generación sólida de poetas tijuanenses reconocidos a nivel regional, binacional, nacional o internacional, autores como Francisco Morales Vásquez (El Campanero, Sonora, 1940), Estela Alicia López Lomas “Esalí” (Tlaquepaque, Jalisco, 1944), Ruth Vargas Leyva (Culiacán, Sinaloa, 1946), Víctor Soto Ferrel (San Miguel del Cantil, Durango, 1948), Eduardo Hurtado Montalvo (Ciudad de México, 1950), Roberto Castillo Udiarte (Tecate, Baja California, 1951), Luis Cortés Bargalló (Tijuana, Baja California, 1952), Rosina Conde Zambada (Mexicali, Baja California, 1954) y José Javier Villarreal (Tijuana, Baja California, 1959), entre otros.

¿Cómo describes esta generación de poetas tijuanenses de la cual formas parte?, cuestionó ZETA a Francisco Morales en una entrevista realizada en su estudio de Playas de Rosarito, frente al frío mar del Pacífico.

“Como unos jóvenes que coincidieron en Tijuana y de los cuales se formaron dos grupos: el grupo de la calle y el grupo de la UABC, que generalmente no amistaron, pero se conocieron y produjeron cada grupo por su lado, cada poeta por su lado, sus obras. Es clarísimo que surgen después de la generación de Rubén Vizcaíno para abajo, para atrás, como un cambio grande, notable, en la manera de escribir la poesía. Y hasta en México se acostumbra, hay cierta manera de decir en México, en el centro, la Capital: ‘Los poetas del Norte’, o ‘Los bárbaros del Norte’, algo así, porque es algo diferente la poesía del Norte a la poesía del centro del país o de otras partes del país.

“La poesía del Norte del país es muy fuerte, va a lo mismo, pero como que surge de otros rumbos y dice cosas distintas a las de las grandes urbes o a la gran urbe del centro del país, también se diferencia mucho del pasado; yo creo que recibe las influencias de muchos lados, pero también de la poesía beat, hippie, de Estados Unidos, principalmente de California, muy poco de Arizona, ésa es la diferencia. Es un rompimiento con el pasado”, cuenta “Pancho” Morales, a la vez que rememora sus orígenes, sus influencias, la ciudad no sólo como escenario sino como personaje y su forma de concebir la poesía.

DE SONORA A TECATE

Hijo de Secundino Morales (El Tata) y María del Socorro Vásquez, Francisco Morales Vásquez nace en El Campanero, Sonora, alrededor del 15 de marzo de 1940.

“Yo nací en 1940, en la Sierra Madre, no conozco, en un aserradero que va más allá de Yécora. Tú vas de Obregón hacia la sierra, hacia el norte, y lo más lejos llegas a Yécora, hasta donde yo sé, y luego, de ahí para allá había un aserradero que se llamaba El Campanero, ahí estaba mi padre, que ha de haber tenido 20, 22 años, algo así. Y mi madre, que era sorda, desde Cananea fue a parir allá al Campanero, llegó hasta Yécora, hasta ahí pudo llegar, entonces mi padre bajó de la sierra, del aserradero, consiguió una mula, la montó y así llegó mi madre al Campanero a parir. ¡Oh, maravilla!, yo salí”, relata Morales en la entrevista con este Semanario.

Hacia 1950, Francisco se establece en Baja California, con su familia: “Llegamos a Tecate, procedentes de Sonora, migrantes, con mi abuela materna, Rita Vale; mi madre, María del Socorro, y dos hermanos”.

Claro, cuando trae Sonora a la memoria, lo hace citando su poemario “¡Apache!”, contenido en la antología “Cruza un río de nostalgia por Avenida Juárez…” (La Mar Mitad Alucinada, 2018):

“Yo le puse el título ‘¡Apache!’ porque a mí me gustaría ser descendiente de los apaches, y como no puedo ponerlos a todos, pues escogí ‘¡Apache!’. Yo soy un inmigrante, venimos de la otra frontera, allá en Sonora. Yo creo, y me encanta decirlo, que mis orígenes son de apaches, es como una parte de la novela que uno vive, que uno inventa, porque a algunos de los grandes jefes de la historia ahí los apresaron, ahí los atraparon o los colgaron los blancos, que es entre Arizona y Sonora, en el Noroeste. Y de lugares podemos decir Caborca, pero también podemos decir Benjamín Hill, Santa Ana, Magdalena, Agua Prieta, Nacozari, toda esa zona de apaches”.

EL POETA NARRADOR

Entre 1950 y 1968, Francisco Morales vive en Cananea, Nogales y Magdalena, en Sonora; en Tecate, Valle de las Palmas, en Baja California; y Tepic, donde estudia entre 1965 y 1970, en la Escuela Normal Superior de Nayarit, con especialidad en Lengua y Literatura Castellana.

Todavía recuerda que a los 20 años escribe canciones influenciado por su papá: “La música influye en mí porque mi padre era tanguero, tenía una hermosa voz de barítono; entonces, la música siempre estuvo en mi rededor. Para los 20 años, yo ya tenía 100 canciones compuestas: huapangos, rancheras, boleros, etcétera. Las escribía en libretitas de espiral y se perdieron. Algunas se me quedaron en el cerebro. Yo tocaba la guitarra, tenía un trío -te estoy hablando de mis 20 años-, digamos, como Los Panchos, y ahí entraban mis canciones”.

Entre 1966 y 1979, Morales escribe los ocho relatos contenidos en “¡Es el adiós, Johnny Weismuller!”, contados siempre con una prosa poética, pero los recopila y publica hasta 2015, en su editorial La Mar Mitad Alucinada.

– En algunos relatos de “¡Es el adiós, Johnny Weismuller!” aparecen lugares y personajes de Tecate, como en los cuentos “Susurros y murmullos: Palmares” o el “Bar D&ana”, por ejemplo. ¿Los escribiste mientras vivías aún en Tecate?

“Algunos los escribí en Tecate, algunos los escribí en Tijuana, algunos los escribí en el lugar donde trabajaba porque fui maestro rural, pero los recuerdos que me quedaban los incluía en la narración que quería hacer. Ahorita puedo empezar a escribir una historia recordando algo que sucedió en El Hongo, Valle de las Palmas, porque eso tiene el escritor: tiene los recuerdos, los sueños y, además, lo que inventa, y cuenta muchas cosas que fueron verdad, pero también que son mentira, pero que existen ya en un relato, ya son verdad, y eso es la literatura”.

A propósito del actor Johnny Weismuller que personificaba a Tarzán, ¿cómo influyen las tiras cómicas o las películas de Tarzán, por ejemplo, en tu vocación de escritor en los 50, 60?

“Influyó el cine, íbamos al cine, desde Nogales. En Tecate íbamos a ver el matinée, las películas, nos encantaba jugar a ser Tarzán, quién era Tarzán, o las películas de vaqueros.  Todos los de Tecate fuimos a él, se llamaba Cine Tecate. No sé a quién se le ocurrió ponerle Cine Tecate, era el único cine”.

En “¡Es el adiós, Johnny Weismuller!” abundan escenarios o personajes sobre todo de Tecate y Tijuana de las décadas de los 60 y 70. De hecho, Francisco Morales reconoce: “El libro ‘¡Es el adiós, Johnny Weismuller!’ es tijuanense, es el origen de ‘Póker del hombre triste en la tarde azul’, como novela. Los personajes que están en ‘¡Es el adiós, Johnny Weismuller!’ son los jóvenes, se narra de ellos cuando eran jóvenes, pero en ‘Póker del hombre triste en la tarde azul’ ya son adultos y ya andan en los 80 paseando en el Centro de Tijuana o en los distintos lugares de Tijuana”.

EL PRIMER POEMARIO

Francisco Morales publica su primer poemario en 1985, “La muerte adentro, al lado… conmigo”, editado por la Casa de la Cultura Tijuana, institución que es coordinada, entre 1983 y 1986, por el artista plástico Ángel Alfonso Valenzuela Ramos, mejor conocido como Ángel ValRa.

– ¿Cómo se concretó la publicación de tu primer poemario “La muerte adentro, al lado… conmigo”?

“Ese poemario lo hizo Ángel ValRa, que era director de la Casa de la Cultura y lo ilustró Corinne Mariotte, francesa, era la mujer de Ángel ValRa, luego ValRa se fue a pintar allá a Marsella, estuvo un tiempo allá. El libro se fue haciendo solo, yo creo. Es una escritura un tanto exquisita, por el ritmo, por los temas, por la filosofía, por la profundidad de lo que se dice ahí, aunque sea sencillo. Juntamos los textos, se los enseñé a Ángel ValRa y los publicamos, pero es tan lejano, no me acuerdo cómo nacieron; yo creo que fui acumulando textos y decidimos escoger ésos para ese libro”.

– Los poemas de “La muerte adentro, al lado… conmigo”, ¿eran inéditos o se habían publicado en algún suplemento?

“Fueron inéditos. En esos tiempos logramos tener algunos suplementos compitiendo con Rubén Vizcaíno (que dirigía el suplemento Identidad en El Mexicano), en El Heraldo, en el Noticias, y en otros. Y no fueron publicados, pasaron directamente al libro”.

LA CIUDAD DE FRANCISCO MORALES

Tras la publicación de su primer poemario “La muerte adentro, al lado… conmigo” (Casa de la Cultura Tijuana, 1985), Morales da a conocer uno de los poemarios más celebrados de la literatura tijuanense: “La ciudad que recorro”, editado en 1986 por el sello Panfleto y Pantomima, de Rosina Conde.

– ¿Cómo surge la idea de escribir “La ciudad que recorro”?

“Surge porque yo siempre me la paso caminando, recorriendo. Recorrí Tijuana por todos lados y en cada parte escribí algo, pero ahí tiene mucho que ver la vida sentimental, los amores, los desamores, los sueños, el trabajo, lo que observa el poeta, cómo observa a la ciudad y a la gente, cómo alcanza a sentir el sufrimiento, el trabajo, la dificultad que tienen para sobrevivir el que vive en la calle, en los camiones, en los mercados, en el día, en la noche, en aquellos inviernos, en aquellas tormentas, inundaciones”.

Evidentemente, con “La ciudad que recorro” no tienes ninguna intención de moralizar sobre Tijuana, sobre todo con temas como la prostitución o la Zona Norte, como en su momento hacía Rubén Vizcaíno con textos como “Tijuana a go-go”…

“No, porque ninguno de los escritores que se toman en serio, no es que lo piensen que no deben moralizar, sino que casi la moralidad va ahí inserta en el texto, porque José Revueltas no trata de moralizar; William Faulkner, menos. Los escritores no tienen mucha moralidad, no la usan, no la presumen ni se encubren con ella. Los escritores, los poetas miran, captan y escriben, sin intenciones de moralizar.

“Toda la problemática de la ciudad es muy fuerte y no te puedes poner a hacer versos bonitos y moralizantes. En esa época ya habíamos viajado, ya habíamos hecho esto y lo otro: me fui en camión hasta Panamá y me regresé en camión de Panamá, y solamente tenía 250 dólares. Entonces, te dan mucha información los viajes, los problemas para encontrar trabajo, los amigos, los libros, las revistas, el cine, todo eso por supuesto influye para que se escriba ‘La ciudad que recorro’, y siempre es el ser humano la preocupación en mi poesía. Yo todavía no lo logro entender, es tan extraño”, relata.

“En la escritura de Francisco Morales siempre hay un problema social señalado: En ‘La ciudad que recorro’, yo no soy el único que recorre la ciudad, sino montones. En ‘San Ysidro Zone’, no soy el único migrante”, sostiene.

Entonces llega la sentencia:

“La intención del escritor, del poeta, es escribir, por vicio, porque quizá ni siquiera tiene la preocupación de dejar una época, de dejar a un personaje fijo para la posteridad; ellos escriben como con un mal que adquirieron o como una pasión”.

“NOS QUEDARON GRANDES LAS PALABRAS”

Se lee por “La ciudad que recorro”: “¡Nos quedaron grandes las palabras, ciudad! / Si dijimos amor amor resultó flirt; / cuando gritamos días nos bramaba la noche; / clamábamos por vida y el genocida aullaba; / cuando pensamos viaje los pies tejían raíces; / dije: ¡Somos lo mismo! / y el eco sin cosquillas reía alucinado. / Nos quedaron muy grandes, ciudad, / las condenadas, las malditas palabras, /esas bestias sin amo”.

– ¿Por qué nos quedan grandes las palabras?

“Porque dijimos ‘te amo’, y no era ‘te amo’; dijimos ‘te tengo’, y no te tengo, no era cierto; porque los proyectos, los sueños, no salieron al cien por ciento. El gobierno decía: ‘vamos a resolver el problema del agua, vamos a resolver la educación, vamos a pagar bien a los maestros’; todo lo que se decía, nada más se decía, no era dicho con la mística que se hubiera necesitado. ‘Vamos a tener progreso, vamos a hacer esto’, eran nada más palabras huecas, eran palabras muy grandes, pero todo quedó muy chiquito. La misma ciudad no fue lo maravilloso. Los migrantes llegaban a morir aquí o a cruzar, y los que se quedaban enriquecían la ciudad. Para decirlo de otra manera, el discurso político no alimentó lo que prometía al pueblo, eso significa; el discurso político no era dicho con la fe, con la pasión de quien va a realizar eso que prometió”.

LA MIGRACIÓN EN “SAN YSIDRO ZONE”

Con el emblemático poemario “San Ysidro Zone”, Francisco Morales gana el Premio Nacional de Poesía Tijuana 1999, editado por el Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMAC) de la ciudad fronteriza en 2002. “San Ysidro Zone” es parte no sólo del acervo del certamen literario, sino de la historia de las letras tijuanenses.

En “San Ysidro Zone”, con poemas escritos entre 1989 y 1994, Francisco Morales aborda el tema de la migración que prevalece en la zona de Tijuana-San Diego: “‘San Ysidro Zone’ surge de los cruces que hacíamos al otro lado y era muy notable que cuando regresábamos a Tijuana podíamos ver a familias atravesándose en el freeway, entrando sin papeles, a instalarse en distintos lugares de California. San Ysidro era Tijuana, era la misma cosa. No sé ahora, hace mucho que no voy. Tijuana era San Ysidro, o San Ysidro, Tijuana, era lo mismo”, recuerda.

“Haber visto adioses de silencio / labios mascullando ceniza / manos en el remiendo del anhelo / los mil hombres tras el sitio que no hallan / es haber visto todo: / las torres de Babel desde la propia esquina”, se lee por “San Ysidro Zone”.

¿Por qué haces esta analogía cuando dices ‘torres de Babel’ en “San Ysidro Zone”?

“Por las mil lenguas, los cholos, los pachucos, los gringos, los mexicanos, los tarascos, los mixtecos, las mil lenguas y toda la angustia en cada uno de los seres, todos los ensueños sin cumplir, el fracaso de una vida, más o menos sobrevivir con ciertas cosas, pertenencias, propiedades y que ese sueño tronaba, no era posible realizarlo”.

SUS INFLUENCIAS LITERARIAS

En “La ciudad que recorro”, Morales cita un epígrafe de Julio Cortázar que hace referencia a la ciudad: “(…) suponiendo que empezaras a murmurar un largo poema donde se habla de la Ciudad que también ellos conocen y temen y a veces recorren (…)”; además, en “San Ysidro Zone” cita un fragmento de “El astillero”, de Juan Carlos Onetti: “Sospechó de golpe, lo que todos llegan a / comprender, más tarde o más temprano: que era el / único hombre vivo en el mundo ocupado por / fantasmas, que la comunicación era imposible y / ni siquiera deseable…”; y Jorge Luis Borges en “Tijuana Tango”: “El tango crea un turbio pasado irreal / que de algún modo es cierto…”.

¿Podrías hablarnos de tus influencias literarias?

“De mis influencias literarias, uno de mis grandes maestros es William Faulkner, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti. Toda la narrativa de Onetti es la ciudad, incluso de manera fugaz o de lado, ‘El astillero’, pero es la ciudad, es lo urbano, es un escritor muy urbano; igual Julio Cortázar. Julio Cortázar en todas sus lecturas aporta la innovación, algo más moderno, la inventiva en la presentación del texto.

“Onetti es el maestro que te enseña a escribir, a que tengas paciencia y analices esto o lo otro o describas al personaje, a su problemática, a su mujer y lo enredado del asunto entre ellos dos, entre los tres. Y así, contándote el romance o no romance del personaje, Onetti te informa sobre la ciudad, que puede ser Montevideo, que pude ser La Plata, pero te está informando todo eso.

“Juan Rulfo te dice cómo es el mero centro de tu país, de Jalisco, Colima, la problemática de esos pueblos, de esa gente y el mismo enredo del hombre y la mujer, el amor y el desamor, el mismo enredo, pero en otra geografía, en otro tiempo y con otro lenguaje y manera de decir.

“William Faulkner te habla de la abuela del vecino, del nieto del vecino, te va contando y va haciendo esto: William Faulkner parte de sí mismo, se va extendiendo, te va contando todo de la manera más sencilla y de los personajes más sencillos, porque es como un borbotón que le sale de la boca en forma de palabras dibujadas, no halla cómo echar fuera todo ese montón de cosas que quiere contar. Faulkner en ‘La mansión’, ‘El villorrio’ y ‘En la ciudad’, o sus cuentos cortos, te cuenta que nada tiene que ser adornado, vaporoso o elegante.

“En el caso de Borges, es una influencia grande como personaje, sobre todo; es un gran maestro latinoamericano y universal. Un maestro que no te he mencionado es João Guimarães Rosa, un grandioso escritor brasileño, un libro de cuentos que tiene, se llama ‘Primeras historias’, es grandioso; ‘Gran sertón: Veredas’ es la novela más importante de João Guimarães Rosa”.

“LA POESÍA ESTÁ EN TODOS LADOS”

Durante la charla, Francisco Morales también se muestra dispuesto a compartir algunas ideas sobre cómo concibe la poesía. Para empezar, comparte que el poeta siempre está “en movimiento”:

“El poeta se mete a un lugar a tomar café o a tomar cerveza o a la iglesia o en una banca del parque central; está pensando, está observando, está atrapando instantes, líneas y colores, figuras, imagina, piensa, está en movimiento. El poeta siempre está en movimiento, hasta en los sueños, durmiendo, está activo y es muy sensible. El poeta es hipersensible, el poeta no puede evitarlo, porque el tiempo anterior en que llegó a ser poeta se fue sensibilizando de tal manera que se hizo poeta y se dedicó, sí lo escribió. Hay mucha gente que también es poeta, pero que no escribe, o no pinta, o no danza o no fotografía pero son poetas, tienen el alma de poeta ahí. Realmente el poeta es el que escribe en verso o en prosa, que a eso se dedica”.

– ¿Has llegado a alguna definición sobre qué es la poesía?

“No he logrado esa definición de poesía y las que he leído no me satisfacen. Sea César Vallejo o Antonio Machado, no me satisfacen sus puntos de vista o sus definiciones sobre la poesía; es algo que no logras atrapar con palabras, fijar, definir, cuadricular, meter en coordenadas. Es maravillosa la poesía.

“La poesía está en todos lados. El poeta se dedica a trabajar con la poesía o en la poesía o desde la poesía, pero la poesía está en todos lados: el anciano la mira, el viajero la capta, la mujer, etcétera, ahí está la poesía, nada más hay que aprender a hallarla, a verla, a sentirla, es una burbuja, es un universo, es un espacio, es algo mágico que nadie te lo puede explicar, pero eso es poesía. Yo no creo que alguien pueda decir: ‘Ésa es la poesía, esto es poesía’. Poesía es una danza, una fotografía, es un poema, una pintura, un atardecer”.

“LA AUREOLA DE UN ESCRITOR O DE SANTO O DE ÁNGEL O DE DIABLO”

“(…) Algunos de nosotros / estamos y no estamos en los huesos / mire usted: / puede que la camisa y los zapatos / lleven dentro un fantasma (…)”, advierte Francisco Morales en “San Ysidro Zone”. Así llega el momento de hablar sobre quién habla en su poesía.

– ¿Podrías hablarnos del yo lírico? ¿O quién habla en la poesía de Francisco Morales?

“En mi poesía hablo yo, el ‘Pancho’; es un tipo raro que muchos amigos no lo entienden, que vive como poeta siempre, no como pintor; él es el que habla, es como si fuera una autobiografía. En mi poesía es el ‘Pancho’. En ‘¡Es el adiós, Johnny Weismuller!’ soy yo; los distintos personajes de ‘Póker del hombre triste en la tarde azul’ soy yo, son las situaciones que he vivido, que se las endilgo, se las pongo, a un personaje. El autor de muchos de los textos que tú lees, Hemingway, Faulkner, el que escribe ‘En busca del tiempo perdido’, Marcel Proust, el mismo Dostoievski, son ellos mismos con sus vivencias, sus observaciones, sus análisis y sus concepciones del universo, son ellos mismos; si tú quieres un retrato de Juan Rulfo pero no tienes la imagen, lee ‘Luvina’, es Juan Rulfo”.

Asimismo, reconoce:

“Si tú quieres hacer algo, requieres pasión y la mística, que te pongas la aureola de escritor o de santo o de ángel o diablo, necesitas esa cosa, ese espíritu, como que un espíritu se mete a ti y se apodera de ti y te pone esa cosa de ceremonia, de ritual, de magia y te pones a escribir o a pintar o danzar o a fotografiar en tu laboratorio, en tu cuarto, en tu espacio; tú eres el protagonista, tú estás tratando de describir el universo, el universo más cercano, el más lejano y el universo que está dentro de ti, ése que está ahí en el interior, pero necesitas la pasión. El creador es porque tiene pasión y esa pasión lo hace crear y todo eso le da la mística y ésta es la mística de Sor Juana”.

EL RITMO VIENE DE SU PADRE

La obra de Francisco Morales tiene un ritmo, una cadencia, que se percibe al escucharlo leer de viva voz, al leer su obra y, por supuesto, también visualmente se aprecia en la estructura de sus versos y poemas.

– ¿De dónde viene ese manejo del ritmo que tienes en tu obra?

“En cuanto a mí, al manejo del ritmo, mi padre era tanguero, por eso es que yo leía a Borges. Mi padre, desde muy joven, cantaba tango en la radio, tenía programas de radio en Cananea, Sonora, se fue a México y se regresó porque no le gustó ese mundo, yo creo que se sintió muy solo. Entonces, mi padre siempre cantó tangos, también boleros y rancheras, pero él no paraba de cantar, cantaba, cantaba: estaba partiendo leña, cantaba; pegando ladrillos, cantaba; cantaba dos minutos un tango y le cambiaba a otro o a un bolero, todo el día, ocho horas de trabajo. Tenía una hermosa voz, muy parecida al mejor Pedro Vargas. Y de ahí me viene el ritmo, y de la radio. Antes no había televisión; al despedirte de tus amigos, en las tardes, te metías a la casa y en la casa estaba pasando la radionovela y las canciones; entonces, de ahí me viene el ritmo, llegó por todos lados, desde pequeño. En mi poesía vas a encontrar siempre la musicalidad, el ritmo. Es muy difícil que el poeta que no tenga ritmo sea poeta. El escritor que quiera escribir poemas que no tema en cuenta el ritmo, la musicalidad, es muy difícil que lo sea”.

DE LA MUERTE

Además de la ciudad y la migración, la muerte es uno de los temas abordados por Francisco Morales en su obra.

– Desde tu primer poemario “La muerte adentro, al lado… conmigo” (1985), ¿por qué en tu obra es como constante el tema de la muerte?

“Porque la muerte siempre está ahí, siempre la estamos percibiendo o siempre está amenazando, pero no siempre queremos hablar de ella, porque queremos escondernos de la muerte, pero la muerte está ahí, por eso dice ‘La muerte adentro, al lado… conmigo’, porque a cada rato nos estamos muriendo. Este momento que tenemos ahorita, va a morir, ya va la mitad de la vida este momento. El Francisco Morales que era, ya no lo soy, soy otro. Vamos pasando etapas y en todas ellas impera la muerte y la vida. Somos la vida y la muerte. Este momento es la vida en cuanto ustedes llegaron, nació este momento y va a morir, es un constante devenir, eso es la vida”.

DE LA NOSTALGIA A LA INDIGNACIÓN

Una característica de la obra poética de Francisco Morales es la nostalgia, por eso es pertinente preguntarle:

– En tu obra poética en general se percibe un tono de tristeza, soledad, nostalgia, ¿por qué?

“Yo creo que soy melancólico, en la añoranza, en la nostalgia. Habemos seres que somos melancólicos, hay seres que son la carcajada viva, hay vidas que han sido fáciles, hay vidas que han sido difíciles. Una escritura también puede ser las influencias: César Vallejo, tan triste; Antonio Machado, no tanto; Octavio Paz, nada. Juan Rulfo era triste. También puede ser las influencias: Cuando tú lees ‘Gran sertón: Veredas’, de João Guimarães Rosa, percibes una cosa tan preciosa que te está narrando el noreste del Brasil, ahí por Pernambuco, pero con unos fondos que tú dices: ‘¿Esto es alegre o es qué?’, porque también está el escéptico. Y en mí encuentras a la melancolía, son sellos, no puedes evitar echar fuera mucho lo que tienes adentro”.

– En ‘Vasta, informal manera de decir Acteal’, de 2013, prevalece un tono de indignación…

“Sí, es una denuncia. Toda mi obra es una denuncia y ‘Vasta, informal manera de decir Acteal’ es lo mismo. Jorge Luis Borges dice en uno de sus poemas: ‘Sólo una cosa no hay, es el olvido’. Y yo digo: ‘Sólo una cosa no hay, es la justicia’. Principalmente, eso es en mi literatura, la justicia; y lo de Acteal es clarísimo. Todavía no terminan de resolver el problema de Acteal de los tiempos de Zedillo (Presidente de México, 1994-2000). Entonces, el escritor a veces, de manera concreta y directa hace la denuncia, pero de otra manera; José Revueltas hace la denuncia, pero hay otros que no lo hacen tanto, pero de todos modos están denunciando; como un loco que no sabe que es loco, cuando todo mundo sabe que es el loco; o el chistoso en el salón de clases, él no lo sabe, pero él es el que hace reír. Entonces, el poeta es triste y quizás no sabe que es triste, o que se percibe de él la tristeza, la melancolía”.

– ¿Tu indignación por la violencia es vigente? Continúan las ejecuciones en el país…

“Sí, es vigente la indignación como es vigente la injusticia, la violencia del fuerte hacia el débil, es vigente, es la historia del mundo, y se va a recrudecer porque la amenaza de estos años futuros no dice paz, dice guerra”.

SU OBRA POÉTICA COMPLETA

A la fecha, dos antologías recogen la obra de Francisco Morales; primero, “La desalmada palabra. Antología poética” (FORCA Noroeste, ICBC, 2015), que incluye una selección en títulos como “La muerte adentro, al lado… conmigo”, “La ciudad que recorro”, “Desde el día común”, “Desencuentros del blues, de los amores”, “Amanecida”, “Rubai: Cantos de olvido”, “Puzzles”, “La tarde gastada, perdida”, “Poemas del hogar y sus orillas”, “Poema del mesón”, “Desolado amor”, “Malaconciencia”, “Diario del noventa y cuatro”, “San Ysidro Zone”, “Tijuana tango”, “Ítaca, circa”, “Correo del hombre gris”, “Dulzura Road-Casanana”, “Casanana” y “Vasta, informal manera de decir Acteal”.

Y “Cruza un río de nostalgia por Avenida Juárez…” (La Mar Mitad Alucinada, 2018), incluye los poemarios “Avenida Juárez”, “Dulzura Road-Casanana”, “Tata Bar”, “Ímuris” y “¡Apache!”. Por cierto, en ninguna de las dos antologías están incluidos los poemarios “Cirrus. –nimbus, cumŭlus, strãtus-” (2012) y “Rosarito blues” (2020).

Por supuesto continúa, además de pintando, escribiendo: “Tengo un montón de cuadernos y libretas, un montón de textos, que quizás los reúna, quizá uno en prosa y en verso; y quizás en prosa, si reúno esos textos, se llamarán quizás ‘Passional’. En esa etapa estoy, recogiendo lo que alcance a escribir todavía”.

Hacia el final de la entrevista, se le cuestiona:

¿Habrá una antología que reúna tu obra poética completa?

“Está trabajando en ello Luis Humberto Crosthwaite, ya está trabajando en recoger toda la obra, no toda la obra, sino todo lo que se pueda recoger. Sería como antología, no sé, yo creo que va a ser obra completa, es mucho trabajo. Podría ser en 2023, no creo, pero es mucho trabajo”.

SU EXPOSICIÓN EN CEART ROSARITO

Finalmente, Francisco Morales expone la individual “Rosarito blues” (homónimo de su poemario publicado en 2020 en la colección La Rumorosa de la Secretaría de Cultura de Baja California), en la Galería Internacional del Centro Estatal de las Artes (CEART) de Playas de Rosarito, misma que está compuesta por 87 piezas donde también aborda algunos personajes y sitios conocidos de Tijuana y Tecate.

“Me encuentro como pintor como en la sexta o séptima exposición de mi obra, de mi pintura abstracta o figurativa. Soy un pintor que juega, no que sabe”.

En cualquier caso, reconoce sobre su obra pictórica en relación con la literaria: “Yo soy tijuanense; aunque no nací en Tijuana, soy tijuanense, Tijuana es mi ciudad, pero ya me cambié a Rosarito como una manera de hacerle también homenaje a Rosarito, en donde llegué a un cerro, donde nada más yo estaba, en 1998. En ‘Rosarito blues’ es el mismo protagonista, el mismo creador, por un lado; por otro, yo vivo en Rosarito. Blues, porque es un ritmo, no es huapango; en el norte no se usa el huapango; es muy clara la influencia de la canción americana, el blues, muy pariente del tanto y del bolero; y como una manera de balancear con ‘Tijuana tango’: ‘Tijuana tango’ y ‘Rosarito blues’”.

Concluye “Pancho” Morales: “Yo no soy pintor, soy escritor. Si acaso pinto literatura pero jugando, con la técnica que alcanzo a adquirir con los pinceles y la pintura”.

Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Estudió Comunicación en UABC Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en Baja California en la categoría de Periodismo Cultural. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”. Periodista cultural en Semanario ZETA de 2004 a la fecha.
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