— ¿Por qué vas tan elegante a la universidad?
“Porque tengo clase”.
* * *
— Quisiera comprar un libro sobre la fatiga y el cansancio.
“Lo siento, están agotados”.
* * *
— ¿Te gusta la Teoría de Einstein?
“Relativamente”.
* * *
— Doctor, soy asmática. ¿Es grave?
“No, señora, es esdrújula”.
* * *
— El mes pasado contraí matrimonio.
“Contraje…”.
— Claro, ¡tenía que ser formal!
* * *
— No me quieres porque soy daltónico, ¿verdad, Celeste?
“¡Me llamo Violeta!”.
* * *
— ¿Cómo te llamas?
“No soy el ayer, ni soy el mañana”.
— ¿De qué hablas?
“Me llamo Eloy”.
* * *
— Hola, cielo, ¿cómo estás?
“Parcialmente nublado, con probabilidades de lluvia”.
* * *
— Joven, ¿podría decirme dónde vio por última vez a la señora de las empanadas?
“Por su puesto”.
* * *
Alguna vez pensé que entre tú y yo todo se podría… y pues sí, se pudrió.
* * *
Mi hijo está practicando natación. Nada mal…
Autor: Un filósofo…. ajá.
La suerte de dos gallegos
Dos gallegos se encuentran en el aeropuerto:
— Hola Venancio, ¿qué haces en México?
“¡Hombre! Vengo a probar suerte”.
— Pues ojalá se te cumpla. Adiós, Venancio.
“Adiós, Manolo”.
Diez años después, los gallegos se encuentran, sólo que Manolo trae un carrazo y Venancio anda más pobre que las ratas.
— ¡Manolo! ¿Cómo has estao?
“Bien”.
—¿Recuerdas aquella ocasión en que nos vimos? Me subí a un taxi y me encontré una maleta llena de dinero, pesos y más pesos. Y pues que hombre, ¡hice muchos negocios y me he hecho rico! ¿Y tú? Te ves mal, ¿qué ha pasao?
“Me pasó algo parecido, pero subí a un microbús y encontré un portafolios, lo abrí y hallé un montón de documentos con deudas… ¡y desde hace diez años estoy pagándolas!”.
* * *
Estaba Venancio desnudo a la orilla de un río y con una bicicleta, en eso llega Manolo y le
pregunta:
— Pero qué hacéis por acá… ¡y desnudo!
“Es que, ¿te acuerdas de la Manoleica?”.
— Sí, claro que sí, esa de la tienda.
“Pues que me ha dicho que si le ayudaba a cerra la tienda, me llevaba a su departamento”.
— ¿Y qué hiciste?
“Pues acepté. Llegamos a su departamento y me dijo que si me quitaba lo pantalones, ella se quitaba la blusa”.
— ¿Y qué hiciste Venancio?
“Que me los quito y se la quita. Y después me dice que si me quito la camisa, ella se quita la falda… pues que me la quito y que se la quita. Ya cuando estábamos desnudos, que me ha dicho: ‘Venancio, toma de mí lo que quieras…’. Y tomé esta bicicleta, ¡y me fui rápido antes de que se arrepintiera!”.
Autora: La Pilarica.
No confiar
Un hombre joven estaba de compras en el supermercado, cuando notó que una viejecita lo seguía por todos lados. Si él se paraba, ella se paraba al lado de él y, además, se quedaba mirándolo.
Al fin, camino a la caja, ella se atrevió a hablarle y le dijo:
“Espero que no lo haya hecho sentirse incómodo, es sólo que usted se parece mucho a mi hijo recién fallecido”.
Con un nudo en la garganta, el joven replicó que estaba todo bien, que no había problema.
Entonces la viejita insistió:
— Joven, le quiero pedir algo poco común…
“Dígame en qué puedo ayudarla, señora”.
La viejita quería que le dijera “Adiós, mamá” cuando se retirara del supermercado, que eso la haría muy feliz.
Sabiendo que sería un gesto que llenaría el corazón y el espíritu de la viejecita, el joven accedió gustoso. Mientras ella pasaba por la caja registradora, volteó y, sonriendo con la mano, exclamó:
“¡Adiós, hijo!”.
Lleno de amor y ternura, el joven respondió efusivamente:
“¡Adiós, mamá!”.
Satisfecho porque seguramente había dado un poco de alegría a la viejecita, continuó pagando sus compras, entonces la cajera le informó:
— Son 4 mil 250 pesos.
“¿Cómo tanto, si llevo sólo cinco cosas?”.
— Sí, pero su madrecita dijo que usted pagaría por sus cosas también”.
Autor: Un rotundo desconfiado.