Pocos días antes de presentar su examen de licenciatura en filosofía en Roma, un amigo fue a parar al hospital ocho días; recuperado, debió “defender” su tesis.
Cual si fuera el juicio final, se cae el pelo, hay colitis, infartos, hiper stress, neura, dolores de espalda, de cabeza, y ataques de pánico, y lo peor es que por los “nervios” se olvida todo en una amnesia casi Alzheimer.
Lo mejor sería pensar como los burros o descuidados: “el que nada sabe, nada teme”, en referencia a Sócrates: Yo solo sé que no se nada. Dirán algunos: Yo sólo sé que no he cenado.
A estas alturas de su vida, la ministra Yasmín Esquivel, ya habrá leído ciento o miles de escritos, libros, documentos multitemáticos relacionados a su profesión de Derecho, y en su trabajo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Los ministros no son solo licenciados; han cursado maestrías, diplomados, doctorados. Para lo cual requieren dominar idiomas, y proponer alguna novedad en sus tesis profesionales.
Nuestro maestro de filosofía del ser, que había dado clases en la Universidad inglesa de Oxford, el veracruzano padre Guillermo Nicolás Kuri, doctorado, solía repetir que un especialista es “una persona que sabe más y más sobre menos y menos”. Por eso Aristóteles expresaba: Qué tanto puedo llegar a saber.
En las universidades públicas y privadas, hay estudiantes (“estudihambres”) que se dedican a vender tesis profesionales. O ya de plano si usted quiere un título, creo que en la Plaza Santo Domingo en la Ciudad de México, hay de todos los grados académicos, y no sé si incluyan tesis.
Don Juan Bosco Abascal, hijo de don Salvador Abascal, recuerda que a sus 11 años ya se había despachado algo así como 700 libros de la biblioteca paterna. Hoy posee su página en YouTube, y comparte sus enormes conocimientos que le dan vuelta a la historia oficial o a las mentiras oficiales que se nos han repetido en la escuela sobre todo en historia nacional y civismo. Abascal posee los doctorados en historia, psicología, derecho, filosofía y más. Para qué le alegas al ampáyer.
Fue candidata a la Presidencia de la República una hija de don Vicente Lompardo Toledano, que tenían más doctorados que dedos. Pero no llegó.
San Agustín de Hipona, el que fue retórico en el Imperio Romano en el siglo IV, y Premio Nacional de Oratoria y Retórica, nos legó escritos célebres como Contra Académicos; algo sabía de los límites del conocimiento humano académico. Y a dieciséis siglos, San Agustín está vigente, porque sus conocimientos no eran meramente librescos u ocurrencias, sino que, sometido a la oración, leía la Biblia, como san Juan Crisóstomo.
Si la cosa no es leer, estudiar, y conocer por conocer; sino para servir. El genial brasileño Pablo Freire en Pedagogía del Oprimido(siglo XXI, editores), o como Jacques Maritain en La Educación en este momento crucial (Club de Lectores, Argentina), enseñan que hay una educación bancaria, deshumanizada, repetir por repetir; y la educación liberadora, aprender con sentido de servicio. Como la moral que detalla Henri Bergson, por obligación o por aspiración. Aspirar a servir libremente a los demás.
Algunos de los más grandes genios del siglo XX y XXI, y de todos los tiempos, estudiaban porque les gustaba para compartir con los demás: Steve Jobs el fundador de Apple, dejó la carrera de ingeniería casi al iniciarla; el genio de la arquitectura el catalán Gaudi, iniciador del maravilloso templo de la Sagrada Familia de Barcelona, nunca terminó la universidad. Y ni se diga del mexicano Nobel de Literatura (1990) Octavio Paz. No eran académicos, sino estudiosos de la cultura humana universal.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali.
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