“Los cobardes no sirven para esto”.
–Riszard Kapuscinski, Sobre el Buen Periodismo
En el ámbito humano y eclesial, sacerdotes periodistas como el jesuita holandés Tito Brandsma, o el polaco franciscano Maximiliano María Kolbe, son reconocidos en la Iglesia Católica como beatos o santos. Ambos sacrificados por el nazismo hitleriano por ejercer el periodismo libre y responsable. Como lo hiciera el mexicano de Totatiche, Jalisco, San Cristóbal Magallanes Jara, martirizado durante la Cristiada (1926-1929).
Que muchos periodistas de todo el mundo, como consigna el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), no sean reconocidos como beatos o santos mártires… Miles de ellos, hombres y mujeres, han sido privados de su vida profesional y personal, al tratar de vivir en sus países la ética o deontología periodística. El periodismo, académico o lírico (es decir, ejercido por experimentados y talentosos periodistas), como todas las profesiones, es motivado por valores y deberes en el ámbito de la comunicación.
México y Afganistán son, por ahora, las naciones en las que la profesión periodística es una de las más riesgosas. Muchas investigaciones sobre crimen organizado o narcotráfico, por discreción y seguridad de los investigadores o redactores, no obligan a incluir su nombre o crédito en sus reportajes o escritos.
En la actualidad, identificarse como periodista es casi un suicidio. Sin embargo los comunicadores no han renunciado a su actividad, pese -como en México- a las nulas o mínimas garantías a la libertad de pensamiento o prensa.
Regímenes autoritarios (totalitarios) son alérgicos al buen periodismo de investigación. Hace ya veinte años que no se sabe más de comunicadores como Alfredo Jiménez, del casi Centenario Imparcial de Sonora; o el crimen del Lic. Francisco Ortiz Franco, editor de ZETA de Tijuana; recientes el de Javier Valdez, de Río Doce de Culiacán; o de Miroslava Brecht de Proceso y La Jornada de México, su corresponsal en Chihuahua.
Los periodistas mártires, al ser sacrificados, dejan una herencia cultural impactante; en el caso de Valdez, por ejemplo, sus libros sobre Los Huérfanos del Narco o Las Viudas del Narco.
A ningún profesionista, obrero o persona común, le gustaría que por ejercer recta y honestamente su trabajo, le privaran de la vida, y a su familia de los beneficios de su trabajo, necesario para sacar adelante a sus hijos. Es el caso de los comunicadores o periodistas, que solo piden garantías para su oficio.
En gran medida, muchos pueblos y naciones tienen una deuda moral y de gratitud por quienes ejercen su trabajo en circunstancias tan difíciles, que en cientos -o miles- de casos son privados criminal e injustamente de su vida, e incluso de sus familias.
Es admirable en las circunstancias actuales reconocer que muchos comunicadores son testigos o mártires de la Libertad de Prensa. Porque al asumir los deberes o deontología periodística, que tiene un carácter internacional, latinoamericano, mundial, regional, y nacional, los hace responsables de lo que investigan o publican.
Afortunadamente, en el mundo y en México siguen existiendo instituciones como el CPJ, Universidades, Gobiernos, que reconocen y se detienen a admirar a literatos o periodistas y viceversa; determinados a describir la realidad y la verdad de muchas situaciones que todos conocemos y platicamos, pero que pocos tienen el valor de documentar y compartir en la prensa, radio, televisión o redes sociales, pero con responsabilidad en el marco de siglos de reflexión sobre los deberes de los comunicadores.
Inundados por tantas vertientes sin sustento, aún hoy existe la buena prensa, y claro, los que a riesgo de su vida, cumplen con la deontología o deberes del Buen Periodismo, como expresara el icónico periodista bielorruso-polaco Kapuscinski.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali.
Correo: saeta87@gmail.com