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martes, octubre 1, 2024
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“Cien Boleros”

Me imagino un libro con tal título. Así como el de “Cien Corridos”. Pero en tamaño carta. Se vería más bonito. Pastas verdes no. Mejor negras. Barnizadas. Letras blancas resaltadas sobre barrita rojo carmesí. En lugar de dibujo estilo Posadas, la portada luciría fotografía de aquellas viejitas. Por ejemplo El Órgano, desaparecida e inolvidable calle defeña. O hay muchas, de Agustín Lara. Autor de tantos boleros. Allá de los treintas. Recuerdo una. Magnificada sobre las mamparas de la exposición banquetera en Chapultepec. Muy catrín. Brillosamente envaselinado. Esquelético. Sentado frente al piano. Polainas. Rodeado de mujercitas. Todas boquita pintada “de corazón”. Harto rimel, colorete y bien polveadas. Cabellera también engominada. Su chinito en la frente. Otras con rules. Varias luciendo cintas en la cabeza sin presionar su frente. Sirviendo para lucir imitaciones de pluma. Entonces la moda eran los vestidos holgados. Largos, largos collares. Zapatito de charol medio tacón. Correa con broche y medias oscuras. La clásica escena del burdel mexicano. O como se decía en aquellos tiempos “casa de citas”.

Esa foto o de El Órgano a contraluz. Tal vez como fondo teclas de piano. Micrófono antiguo. Figuras desvanecidas del “Trío Los Panchos” o María Luisa Landín. Bastarían 132 teclas de piano. Una por cada bolero. Más fotos de las y los mejores intérpretes. La orquesta de Juanito García Medeles. O los solistas de Agustín Lara. El son “Clave Azul”. Pedro Vargas. Las hermanitas Aguilar. En fin. Igual que “Cien Corridos”, éste de “Cien Boleros” sería aprobado por y con billetes de la Secretaría de Educación Pública. Lo imprimiría la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito (CONALITEG). O hasta podría encargarse el trabajito a una de esas grandes empresas editoras particulares. En Iztapalapa hay muy buenas. Cumplidoras. Se significan por trabajos de alta calidad. Naturalmente, “Cien Boleros” sería incluido en el Plan Nacional de Lectura. Por eso imprimirían mínimo 100 mil ejemplares. Así no faltarían uno o dos en cada biblioteca o salón de escuela primera, cuarto, quinto y sexto grados. Toda la República. Oficiales o no.

Sobra quien escriba el prólogo. Yo me inclinaría por Monsiváis. En esto como en muchas otra cosas, se las sabe de todas, todas. Hasta labrar el subtítulo. A “Cien Corridos” le agregaron “Alma de la Canción Mexicana”. Segurito: A Monsiváis se le ocurrirá algo mil veces mejor. La diferencia entre corridos y boleros es enorme. De todo. Aquéllos son claridosos: “Dicen que venían del sur/ en un carro colorado/ traían cien kilos de coca/ iban con rumbo a Chicago”. Posiblemente algún escolapio preguntaría a su profesor “¿cómo que cien kilos es coca? ¿Qué la Coca-Cola no es refresco?” Bueno. Entonces el maestro ya se vería obligado a explicar. Igual como aquello de “…traían las llantas del carro/ repletas de hierba mala/ eran Emilio Varela y Camelia la Tejana”. Aquí también el maestro debería aclarar cuál es la hierba mala y sus efectos. Así los niños podrían aprender a diferenciar el bien del mal.

Pero volvamos al bolero. El catálogo en el imaginario libro podría empezar con aquel de “yo que tuve tus manos/ tu boca/ tu pelo/ y la blanca tibieza/ que derramaste en mí”. Tal vez los alumnos preguntarían “¿qué es eso de la blanca tibieza?” Como aquel otro bolero: “…blanco diván de tul/ aguardará/ tu exquisito abandono/ de mujer”. Sería preciso aclarar a los alumnos qué es eso de “exquisito abandono de mujer”. Cualquiera piensa: El abandono es triste. No exquisito. Luego seguiría con un clásico: “te vendes/ quién pudiera comprarte/ quién pudiera pagarte/ un minuto de amor”. Ya me imagino: “¡Maestro, maestro! ¿Por qué se vende el amor? ¿Cuánto cuesta un minuto?” Es que leí en otra página y dice casi lo mismo: vende caro tu amor/ aventurera/ da el precio del dolor/ a tu pasado/ Y aquel que de tu boca la miel quiera/ que pague con brillantes tu pecado”. Pregunta entonces: “¿Quiénes son las aventureras y por qué venden caro su amor? ¿Y cuál es el pecado tan grande como para cobrarlo en diamantes?” A ver. Otro: “vendo placer/ a los hombres que vienen del mar/ y se marchan al amanecer/ ¿para qué yo he de amar?” Aquí debe recordarse aquella película con Andrea Palma. “La Mujer del Puerto”. Pero entonces hacer entender la compra de placer para revender. Y por qué nada más a hombres que vienen del mar y no a los recién bajados del cerro. Más todavía: Hay otro bolero famoso: “yo sé que es imposible que me quieras/ que tu amor para mí fue pasajero/ y que vendes tus besos por dinero/ envenenando así mi corazón”. Algún chavalo interesado preguntaría “¿a cómo se venden los besos, profesor?”

Naturalmente escasean los ingenuos en primaria. Son tan listos como para poner en apuros al profesor. Nada más de maloras. La letra de los boleros se presta: “¿Por qué te hizo el destino pecadora/ si no sabes vender el corazón?/ ¿Por qué pretende odiarte quien te adora?/ ¿Por qué vuelve a quererte quien te odió/ si cada noche tuya es una aurora…?” Aquí los maliciosos aprovecharían. No cuadra eso de la pecadora ignorante para vender el corazón. Unos dirían “a mí me late por aquella chamaca del salón. Pero de tarugo lo vendo. Me muero”. Entonces el maestro deberá detallar el simbolismo romántico muy diferente al hecho. Aclarar cómo el destino convierte en pecadoras a vendedoras de amor.

Hay más boleros. Tarareados y bailados hasta el cansancio hace años. “Perdida/ porque al fango rodaste/ después que destrozaste/ tu virtud y mi amor/ no importa que te llamen perdida”. O “amor perdido/ si como dicen y es cierto/ que vives dichosa sin mí/ vive dichosa/ quizá otros labios/ te den la fortuna que yo no te di”. Y hasta aquel enigmático de “cada noche un amor/ distinto amanecer/ diferente soñar”. O el misterioso “me arrodillé para besarte/ y así entregarte/ toda mi vida”. Compuesto para María Bonita. No era tan chaparra como para arrodillarse Agustín. Ni Lara tan gigante. Cuestión de explicar. Y hasta el resucitado bolero por Luis Miguel: “No sé tú/ pero yo quisiera repetir/ el cansancio que me hiciste sentir/ con la noche que me diste”. Algún malora le preguntaría al profesor: “¿Cómo que cansancio en una noche? ¿Qué no es para dormir y descansar?”

En fin. “Cien Boleros” es un libro imaginario.

 

Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas,

publicado por última vez en agosto de 2017.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Jesús Blancornelas Jesús Blancornelas JesusB 47 jesusblanco@zetatijuana.com
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