En los tiempos de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, de repente aparecían muchos policías. Esa presencia normalmente temida, era el prólogo de las famosas giras presidenciales. Detenían a cuanto sospechoso se les antojaba y empezaban por los declarados, conocidos o sospechosos comunistas. Ni siquiera la disfrazaban con una orden de aprehensión; simplemente los capturaban en o fuera de su casa y punto. Tiempo después supe que unos eran refundidos en casuchas de las barriadas. A otros en sótanos o bartolinas. A veces los trepaban a un auto y se iban a otra ciudad mientras se realizaba la gira. Lo malo era que los agarraban a garrotazos con el pretexto de interrogarlos.
La mayoría de las veces los pobres sacrificados ni siquiera sabían de la visita presidencial. Pero sus captores siempre imaginaban un complot y los dejaban sangrientos, amoratados y a veces hasta tullidos. A los panistas no los detenían. Normalmente eran vigilados día y noche. Años después, cuando tuve más acceso a los círculos del poder, pregunté porque hacían eso. Un funcionario de la Secretaría de Gobernación me respondió fríamente: Todo estaba permitido, hasta lo ilegal, con tal de garantizar la seguridad del Presidente.
Por fortuna eso fue desapareciendo poco a poco.
Recuerdo que en 1992 el Licenciado Carlos Salinas de Gortari nos invitó a varios mexicanos para acompañarlo en una gira. Sin saberlo nos convertimos casi casi en rehenes del Estado Mayor Presidencial. Nos decían qué comer, a qué horas levantarnos, en dónde sentarnos, cuál autobús abordar, por dónde entrar o salir del hotel o del acto superconcurrido. Y siempre que subíamos a un templete para acompañar al Presidente, estaba el nombre de cada invitado en un papel pegado al piso y allí era donde uno debía pararse. El programa lo manejaban con tal exactitud que un banquero invitado me comentó, más o menos: “Si así como el Estado Mayor maneja todo esto se manejara el país, seríamos del Primer Mundo”. Es que la verdad de las cosas, todo lo hicieron con precisión y por ello efectividad.
Pero después supe de contratiempos.
En 1993 llegó Salinas a Tijuana, y como el gobernador era panista, no se le programó arribar a hotel ni en la casa oficial. Nadie sabía ni querían que se enterara donde se alojaría. Al llegar al aeropuerto los reporteros de ZETA viajaban en un Suburban blanca. Oficiales del Estado Mayor la confundieron con una de ellos y sin preguntar nada al chofer le dieron apresuradamente entrada a la plataforma. En cuanto llegó el avión presidencial le indicaron colocarse a un lado de la nave para cargar los aparatos donde haría sus ejercicios matinales Salinas. Y mientras trataban de meter los armatostes, dieron al chofer la famosa dirección a donde llegaría el Presidente y que nadie sabía. Al no poder introducir los aparatos le ordenaron seguir en la comitiva, y a pesar de sus intentos para explicar que no era del Estado Mayor sino de prensa, lo callaban inmediatamente. Bueno, hasta llegaron a darle un juego de placas nacionales para que le quitara las fronterizas que traía, llamándole fuertemente la atención porque eso se veía muy mal.
En la primera oportunidad que nuestro chofer tuvo se salió de la caravana, pero al día siguiente -y sabiendo el domicilio donde estaría Salinas- los reporteros de ZETA fueron los primeros en captarlo saliendo de la residencia.
Otro episodio con ese mismo vehículo fue increíble… Precisamente el día que Mario Aburto disparó a Colosio. Nuestra Suburban estaba colocada para salir primero a la hora de terminar el mitin. Por eso cuando el candidato cayó herido, los reporteros de ZETA y otros se fueron a la Suburban y pudieron escapar de aquel gentío. De pronto un hombre subió. Llevaba un montón de cartas en la mano que los asistentes al mitin le dieron a Colosio, pero no dijo nada. Por el radio, la editora Adela Navarro reportó a la oficina que Luis Donaldo fue herido. Dijo: “No sabemos si con un palo o con una pedrada”. Entonces el hombre aquel, sin que nadie le preguntara aclaró: “Le dispararon a la cabeza” y un “¿Quéééé?” fue pronunciado por los reporteros.
Eso sacudió al militar, obligándolo a preguntar: “¿Y Ustedes quiénes son?”. Todos se quedaron mirando a todos y le respondieron: “Periodistas”. El hombre hizo una pausa. “¿Todos Ustedes son periodistas?”; y al encontrar un sí, el custodio de Luis Donaldo se dio cuenta: Estaba en un vehículo que no era del Estado Mayor. Metió los sobres bajo el asiento. Y al mismo tiempo que ordenó al chofer “¡Dale para el hospital!”, bajó la ventanilla de la portezuela trasera. Sacó medio cuerpo y haciendo señas desesperadas abrió paso para colocar a nuestra Suburban atrás de la ambulancia que transportaba a Colosio. Al llegar al hospital, los reporteros de ZETA se colaron con el hasta las mismas puertas del quirófano. Ya no lo volvieron a ver.
En otra ocasión, el vocero presidencial José Carreño Carlón confundió también nuestra Suburban y se subió muy seguro, hasta que el chofer le dijo de quien era el vehículo. Y cuando Zedillo visitó Tijuana por vez primera como candidato, la unidad de ZETA se emparejó a la de él para los reporteros hablarle sobre la marcha y de ventanilla a ventanilla.
Pertenecientes al pasado esos episodios, varias veces hemos comentado que, si alguien hubiera querido realmente atacar a Salinas o a Zedillo, no hubieran tenido problema utilizando un vehículo como el nuestro.
Recuerdo esos pasajes porque el miércoles 21 vi por la televisión, y luego quienes estuvieron allí en el D.F. me lo contaron: El equipo de guarda-espaldas del Licenciado Francisco Labastida Ochoa fue rebasado por la peligrosa “cargada” cuando fue a registrarse como aspirante a candidato presidencial. Es que muchos de sus sinceros o forzados simpatizantes no fueron al Monumento a la Revolución, donde arrancó la caminata para dirigirse al bunker del PRI. Prefirieron esperarlo para no cansarse. Y cuando llegó, los que estaban adentro querían salir a encontrarlo. Y los que venían con el querían entrar. Según me cuenta un testigo, en ese momento hubo tal desbarajuste que Labastida quedó totalmente desprotegido. Dios quiera que no le suceda algo ni a los demás candidatos, pero ese es el gran peligro de la “cargada”. Fue lo mismo que le pasó a Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas. Rebasaron a su cordón de seguridad.
Lo contrario pasó con Roberto Madrazo, también en el registro. Sus protectores actuaron hasta el punto que Televisa manejó la versión de que sus guarda-espaldas actuaron contra los reporteros. “Entre empujones y golpes fue el registro”, dijo Guillermo Ortega en su telediario. Pero será el sereno. Resguardaron a Madrazo. No los rebasó la “cargada”.
En Tijuana, el exgobernador del Estado, Licenciado Ernesto Ruffo Appel recomendó hace días y públicamente a su candidato Vicente Fox utilizar chaleco antibalas. Y coincidentemente, el de Guanajuato suspendió una visita anunciada a la frontera.
Y nada más como un punto de referencia: En los registros de los precandidatos presidenciales priistas en el Distrito Federal, todos, absolutamente todos, tuvieron una asistencia ocho a diez veces más que la reunida el trágico 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurinas.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas,
publicado por primera vez el 27 de julio de 1999.