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domingo, octubre 6, 2024
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Las tazas

Se llamaba Bugambilia y era un restaurancito. No tenía ni diez mesas. Pero de los pocos abiertos toda la noche. Es que al lado estaba reducida terminal de autobuses. Allí hacían escala o arrancaban a la Ciudad de México. Fue abierta apenas se construyó la carretera que le decían central: San Luis Potosí-Distrito Federal; por eso siempre había viajeros con hambre, antojo de un refresco, “…cafecito para espantar la modorra” o entrar apurados a los mingitorios. Estaba frente al Hotel Imperial, donde arrancaba la Avenida Constitución.

A veces íbamos a cenar allí cuando salíamos tarde del periódico. El Tokio era nuestro comedero favorito, pero cerraba a las dos de la mañana. Y en una de tantas, caímos varios compañeros de madrugada al Bugambilia. Pedimos nuestro acostumbrado filete con papas “…y una cervecita”; Emma, la mesera dejó de apuntar la orden para decirnos, tan sensual como era, “…se me van a quedar con las ganas. No se puede muchachos. Acuérdense que hay Ley Seca hasta mañana”. Vestida toda de rosa pálido y a la medida, no dejaba nada para la imaginación. Mucha cadera y poca cintura. Delantal blanco. Debía tener unos 25 años. Blanca. Nariz respingona y labios bien pintados. Igual las uñas. Rojo carmesí. Calzaba blanco y de tacón bajito. Aun así, era alta.

Cuando le dijimos “…bueno. Pues ni modo. Nos vamos a otra parte…”, se inclinó como si nos fuera a decir un secreto: “A ver…espérense”. Unos por el contoneo y otros para saber qué, pero todos nos quedamos viendo su partida. Entró a la cocina. Y de ratito regresó con tazas y platitos en la charola. Puso las servilletas. Luego la azucarera y cuchara para cada uno. Entonces nos sirvió, y como para dejarse oír por todos: “Aquí está su café, muchachos”. Antes de retirarse advirtió que si queríamos más le llamáramos. No tuve tiempo para decirle “…yo no pedí esto”. Pues al mirar la taza ni podía creerlo; estaba llena de cerveza. Luego vino lo máximo. Antes de servirnos la milanesa, Emma la hermosa llegó con la cafetera; volvió a servirnos. Parecía milagro. Era pura cerveza. Por vez primera en mi vida la sorbí en una taza.

De repente se aparecían los gendarmes. Entonces ni patrullas. Puros de a pie. Desde la entrada veían las mesas por si había botellas de cerveza o tragos. Los saludábamos alzando la mano. Correspondían con una sonrisa y se iban. Jamás se les ocurrió -ni a mí- que las tazas no humeaban ni les poníamos azúcar. Tampoco maneábamos con la cuchara. Eran fines de los años cincuenta. Y desde esa noche estoy seguro: La Ley Seca no sirve para nada.

Entonces ni refrigerador en mi casa. Y a menos de comprar media barra de hielo y picarlo, podíamos enfriar cerveza. Todavía no vendían bolsas con cubitos. Por eso, en vísperas de domingo con Ley Seca era obligado: desde antes encargábamos de una o dos de tequila. Así no necesitábamos nada helado para combinar ni era la costumbre; pero, por la famosa prohibición había más antojo que vicio. Simplemente, y sin nadie decirlo, demostrar cómo si podíamos tomar a pesar de la prohibición. Lo curioso: ante el cierre de cantinas, sobraban mamás que ofrecían su casa para reunirnos. Hasta botana. Copas, servilletas y tocadiscos.

Me fue quedando claro cómo lo prohibido es lo más deseado. Por eso cuando llegué a Tijuana y luego a Mexicali (iniciando los sesentas), era menos problema. La famosa Ley Seca terminaba en la línea internacional. Entonces como ahora, basta cruzar la frontera para tomarse uno o varios tragos y regresar como si nada.

En Tijuana vivía con cinco de mis compañeros. Rentábamos casa y nos hicimos de refrigerador nuevo y en abonos. Lo retacábamos de tecates días antes de enjaretarnos la Ley Seca. Entonces sí había hielo en cubitos para cualquier otro trago. Era de las pocas veces cuando nos reuníamos todos y hasta invitados teníamos. Trabajábamos en diferentes departamentos y turnos, pero la purita prohibición nos despertaba el ánimo de organizarnos.

Nunca batallamos para comprar cerveza mexicana. Ahora, si el gusto era por norteamericana, nada más había que ir “al otro lado” y punto. Sin problemas. Hasta cuando hace años alguien soltó una orden absurda en las aduanas: decomisar toda la cerveza que los mexicanos trajeran en sus autos. Eso provocó la “mordida” en unos casos. O comprarla con anticipación. Y si por desidia u olvido no cruzábamos a Estados Unidos, el consumo de bebida mexicana aumentaba. Luego sucedió como ahora: muchos saben en sus colonias dónde, quién y a cómo la venden. De la marca que sea.

Una vez comenté esto con algún empleado de cierto depósito cervecero, y me confesó cómo aumentan sus ventas cada vez cuando hay Ley Seca. No son altas como en Navidad y Año Nuevo, pero tanto como la noche de “El Grito” o en Semana Santa. Luego dijo una gran realidad. Nadie va impedir que se tome cuando hay Ley Seca. Pero me aseguró: nunca tendrían ni tendrán cerveza para emborrachar a todo mundo. Jamás.

La Ley Seca fue un invento del PRI o sus gobiernos. Era cuando había otras reglas y nada más los priistas ganaban. También para maquillar la votación o no darle armas a la oposición. Según eso evitaban a los amantes del trago amanecer tan crudos como para no levantarse a votar. Fue una “puntada” pueblerina, y todavía mal aplicada para tales comunidades. No existe un rancho donde todos amanezcan envueltos en la resaca… Ni autoridad capaz de impedirlo. Y como no hay borracho que coma lumbre, ninguno iría a votar sabiéndolo bien: “Me van a detener”. Y a falta de autoridad, los electores no le permitirían estar haciendo fila. Le correrían.

En la frontera hay la influencia de un fin de semana feriado. Los norteamericanos descansan desde el viernes. Es cuatro de julio, día de su independencia. Muchos no vendrán como antes y por miles a descansar. Ya saben de la Ley Seca. No podrán tomar. No gastarán en costosos, modestos y regulares hoteles, comidas y bebidas. Tampoco los consumidores de cerveza. Millones de dólares no ingresarán a nuestro país. Lo más cómico. Ni siquiera vienen a votar. Su presencia será cómo la de cualquier fin de semana feriado. Los gobernantes -ahora del PAN, como ayer priistas- en lugar de componer, descomponen.

Con uno u otro gobierno, la Ley Seca pinta a este país, como si de borrachos fuera. Cerrar licorerías, bares, cantinas, cabarets, impedir la venta de bebidas en restaurantes es niñería. No significa que habrá más votos, pero es un hecho que provocará pérdidas en comercios y hoteles. Estudiosos electorales han demostrado al pasar de los años: La votación va en disminución. Y en sus argumentos valederos no figura para nada el consumo de bebidas alcohólicas. Ni siquiera cuando hace cuarenta y tantos años Emma servía cerveza en las tazas de café.

Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas,

publicado por primera vez en julio de 2003. 

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Jesús Blancornelas Jesús Blancornelas JesusB 47 jesusblanco@zetatijuana.com
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