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lunes, octubre 7, 2024
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Perla y las aves del paraíso

Aquel domingo de abril, entregamos despensas que el Gobierno Federal envía a diario a Baja California de Chihuahua, a las fronteras del norte del país. El desempleo cundió, los despidos estaban a la orden del día, y lo están aún, pese a que estamos más allá de la mitad del 2020, sobre todo en el ramo del turismo. El aeropuerto de Tijuana, por ejemplo, funciona a 20% de su capacidad normal: de 61 vuelos diarios, tenemos 12.

Llegamos con el apoyo de la Guardia Nacional, que en su camioneta traían otro tanto de alimentos básicos: azúcar, avena, cuatro latas atún, arroz, frijol, lentejas, cereales, un kilo de maseca, una botella de aceite. La bolsa no pesaba más de siete kilos; es modesta y simbólica, pero algo es algo. Eso no alcanza para una semana en familias de cuatro personas; aun así, cada persona que recibe queda agradecida, porque es y deben ser absolutamente gratuitas. Luego supimos que algunos sátrapas funcionarios de las delegaciones más marginadas junto a líderes estaban vendiéndose. Infelices.

La fila larga, unos doscientos metros de personas a lo largo de tres cuadras en pleno arranque de pandemia: una fila en una banqueta, otra en la de enfrente. Les pedimos de favor que se separaran dos metros por lo menos y que todos usaran cubrebocas. Explicamos que tuvieran paciencia. Por medio de voluntarios de la misma colonia, se toman datos de las personas, para entregarles a los organizadores en Palacio de Gobierno el listado de beneficiarios de este programa de emergencia a la población.

Así se repitió en 50 colonias que llevamos despensas desde La Presa, El Florido, hasta la 10 de Mayo, y la zona oeste de Tijuana, donde encontramos de migrantes centroamericanos, haitianos y familias mexicanas. Tijuana experimenta oleadas de migrantes jóvenes de Guerrero, Chiapas, Michoacán, Estado de México, Tabasco, Veracruz, Jalisco, Puebla, Sinaloa, Nayarit que buscan empleo maquilador. Obreras desempleadas, madres solteras, discapacitados, adultos mayores, que urge recibir algo para paliar el escaso ingreso. Se reparten aún miles de despensas diariamente en toda la ciudad y esto ha paliado la desesperación y hambre.

El liderazgo de las colonias había tomado sus precauciones para que los indígenas fueran beneficiados por primera vez en el reparto de víveres. Nos indicaron, que los blancos y mestizos eran la tercera vez que recibirán, porque organismos del PRI y del PAN ya les había dotado de comestibles gratuitos recientemente y no era justo que recibieron por cuarta vez y los mixtecos quedarán rezagados. Tenía sentido la observación y, sin embargo, algunas de las personas de enfrente no dejaron de cuestionar y protestar que, por la mejor apariencia y vestimenta, los dejaran para una visita posterior. Se retiraron, sin más consecuencias que el enfado y algunas mentadas entre dientes.

Entre las trescientas personas en condiciones precarias en la fila, aparecieron casos extraordinarios de la familia de un adulto mayor con diabetes -permanente pandemia, junto a obesidad, alta presión, drogas, analfabetismo funcional y absoluto- avanzada que requiere apoyo para sus diálisis, tres veces por semana. Y una familia cuya vivienda está en situación casi de precipicio.

Primero observamos una niña que acompañaba a dos hermanitos pequeños de menos de 10 años, y conocimos su historia crítica. Visitamos su casa y encontramos que viven al filo de un barranco, en una casita de tablas viejas. En el interior, una litera como recámara. Más allá de lo humilde, abandonadas del padre, con madre invidente, que aun así lavaplatos en un restaurante del centro de la ciudad. Conversé con los niños, particularmente inteligentes, sensibles, fuertes, sanos, limpios, solidarios y cariñosos con sus hermana y madre.

El Instituto Municipal de la Mujer, gestionó ante una fundación privada un comodato para que vivieran en un espacio digno; alguien prestó un regular terreno. Seguro en todos los sentidos de una familia vulnerable. La niña, centrada, seria, responsable, circunspecta, ha madurado prematuramente, esmerando el cuidado de sus hermanitos y a su madre. Perla es todo un ejemplo: estudia secundaria, voluntaria de la Cocina Comunitaria de Triquis, Mixtecos y Zapotecos que habitan en las cañadas de la Colonia Obrera. Flores del paraíso que germinan en medio de la impune y multiplicada distribución de enervantes, de la que está infestada la frontera más visitada por el narco.

Un Estado deliberadamente manco.

 

M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana. Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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