La diligente visita del presidente López Obrador a la Casa Blanca, una vez que Donald Trump la anunció en el marco de su campaña por la reelección en el vecino país, obligó prácticamente al que esto escribe a confrontar las palabras de AMLO el candidato, con la actitud y el discurso del hoy Presidente. En tono beligerante y tajante, López se refería así en sus mítines a Trump y a su gobierno: “Estos astutos, pero irresponsables gobernantes neofascistas, quieren construir muros para hacer de Estados Unidos un enorme gueto y equiparar a los mexicanos en general y a nuestros paisanos migrantes en particular con los judíos estigmatizados e injustamente perseguidos de la época de Hitler”, para concluir con la amenaza de denunciar al presidente republicano ante la ONU.
Una verdadera fiera, en las palabras, para condenar al que ha llamado a los mexicanos violadores y criminales, pero que, como se ha visto en su primer año y medio de gobierno, dio un giro de 180 grados una vez instalado en Palacio Nacional. López asumió el compromiso de contener la migración centroamericana hacia los Estados Unidos, para lo cual desplegó a 27 mil elementos del Ejército y de la Guardia Nacional, a pesar de que en abril de 2018 había dicho “no aceptamos la construcción del muro con nuestra frontera, no aceptamos el uso de la fuerza, la militarización de la frontera, no se resuelven así los problemas”.
De igual manera, el gobierno morenista firmó en diciembre de 2018 el acuerdo Migration Protection Protocols (MPP) y Remain in Mexico, “Quédate en México”, un programa del gobierno de Estados Unidos a través del cual las personas que solicitan asilo en ese país, en la frontera con México, deben esperar la resolución de sus casos en territorio mexicano. El proceso puede tardar meses o años. De tal manera que, cuando Trump, celebrando los avances en la construcción de su muro fronterizo, anunció que pronto lo visitaría el Presidente mexicano, éste lo ratificó de inmediato; quedando en el olvido aquellos discursos en los que comparaba a Trump con Hitler, cuando igualaba el trato que le da el gobierno del republicano a nuestros paisanos emigrantes con el que sufrían los judíos perseguidos por el nazismo.
El gobierno mexicano actual ha aumentado la dependencia hacia el imperialismo norteamericano, por ejemplo, para adquirir equipo médico indispensable para atender a los enfermos de COVID-19, por la imprevisión e ineptitud del sistema de salud mexicano que no aprovechó los meses en que tardó en llegar el coronavirus para comprar ventiladores y otros pertrechos médicos en el mercado internacional. De igual manera, López tuvo que pedir el apoyo de los norteamericanos para cumplir las cuotas de recorte en la producción fijadas por la OPEP, pues se ha comprometido reiteradamente a incrementar la producción de Pemex.
En más de un sentido, sin duda, ha debilitado y comprometido todavía más la soberanía nacional. Dependencia que también ha crecido ante la falta de compromiso del gobierno para apoyar a las familias mexicanas afectadas económicamente por la pandemia: no ha creado un programa que garantice un ingreso básico para todos los que perdieron parcial o totalmente sus fuentes de ingresos, ni tampoco suspendido el pago de algunos servicios (como se hizo en varios países), por lo que millones de familias mexicanas dependen más que nunca de los envíos de sus familiares indocumentados que trabajan en los Estados Unidos.
Una vez más, como ocurría en el pasado, los pobres, los trabajadores desamparados por el Estado mexicano, alivian su sufrir con el apoyo de los inmigrantes que laboran en los Estados Unidos, sin protección y rodeados de un discurso de odio.
La respuesta oficial ante la crisis provocada por la pandemia ha sido, por un lado, insistir en la política de austeridad y recortes al gasto gubernamental, a niveles tan grotescos como el de cancelar computadoras en la Secretaría de Economía; tal y como hacían los más conservadores de los gobiernos en la década de los 70’s, obedientes a los dictados del FMI de esa época; por el otro, sostener que los programas que idearon para mantener a los votantes más necesitados cautivos son, en las condiciones inéditas provocadas por el desplome económico actual, la solución mágica para todos los problemas y males agravados o generados por la prolongada cuarentena.
Tozudamente, el gobierno se niega a afectar los intereses de los grandes potentados con una reforma fiscal progresiva, que incremente los recursos públicos por la vía de que aporten más los que más se beneficia de la economía, de la mano de obra y de los recursos naturales de la nación. Ni la pandemia les provocó la necesidad de replantarse sus metas y programas, de repensar la realidad para ajustarse a las nuevas circunstancias, a eso que ellos han dado en llamar “la nueva normalidad”. ¡Para nada! Siguen con sus mismos 17 programas, que ya fueron, por cierto, cuestionados por el propio organismo oficial encargado de medir su eficacia para combatir la pobreza, el Coneval, tanto en su diseño como en su operación y en sus resultados.
Presumen que atienden a 22 millones de mexicanos en pobreza, cuando el propio gobierno viene reconociendo más de 52 millones de pobres y los organismos oficiales auguran que por la pandemia se sumarán diez millones más de pobres. Es decir que, conservadoramente, 40 millones quedan fuera del alcance de sus programas estrella. Aquello de primero los pobres se queda, como la condena al “fascista” Trump, en puro recurso discursivo para ganar votos, para engatusar al que se deje.
El gobierno que acusa a sus opositores -para invalidarlos absolutamente a los ojos del pueblo- de “conservadores”, es, en los hechos, más conservador que los que le antecedieron. Conservador al no emprender una reforma fiscal progresiva como la que el país necesita; conservador al no establecer los programas que los pobres de México, en aumento, necesitan con urgencia; conservador por haber cancelado programas que dignificaban la vida de los marginados construyendo obras e introduciendo servicios en pueblos y colonias o mejorando su vivienda; conservador por la militarización de la seguridad pública, exactamente lo que antes cuestionaba; por su política de austeridad, que cumple el sueño de los neoliberales más ortodoxos que siempre han reclamado el “adelgazamiento” del aparato burocrático y un gobierno barato; conservador por su intolerancia hacia el pueblo organizado, por su campaña de calumnias hacia las organizaciones sociales, en la ruta de los más retrógradas que a lo largo de la historia han pretendido desmantelar la unión popular para imponer sus dictados al pueblo indefenso.
Por su obsecuencia con el gobernante republicano y por su traición a los paisanos maltratados en el norte, que esperaban a un gobierno solidario que negociara mejores condiciones para su trabajo, para el envío de recursos a sus familias en México y para su seguridad social, y no a un gobernante que se deshiciera en halagos y lisonjas hacia el presidente gringo más antimexicano de la época moderna… hasta el grado de que AMLO afirmara que Trump -sí, el mismo al que antes llamó fascista- “siempre ha ayudado a los mexicanos”.
Oposición conservadora y gobierno conservador, exigen que del pueblo se levante, organizado, consciente, preparado para dar la batalla democrática por un México más justo y soberano un organismo social poderoso del que podamos decir, con las palabras de Pablo Neruda: “…este habitante transformado/ que se construyó en el combate,/ este organismo valeroso,/ esta implacable tentativa,/ este metal inalterable,/ esta unidad de los dolores,/ esta fortaleza del hombre,/ este camino hacia mañana,/ esta cordillera infinita,/ esta germinal primavera,/ este armamento de los pobres,/ salió de aquellos sufrimientos,/ de lo más hondo de la patria,/ de lo más duro y más golpeado,/ de lo más alto y más eterno”.
Ignacio Acosta Montes.
Dirigente estatal del Movimiento Antorchista en Baja California.