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miércoles, octubre 2, 2024
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Pandemias y siniestros continúan a través de los siglos

Epidemias mortíferas y aterradoras han ocurrido en todas las épocas sin echar de menos otras calamidades y siniestros, como a continuación se transcribe:

“Epidemia del cólera, que dos años antes había asolado toda Europa. No obstante, la distancia del antiguo continente y a la poca frecuencia de comunicaciones, nadie en México llegó a alarmarse hasta que se supo que en La Habana estaba causando millares de víctimas la terrible enfermedad: poco tardó en aparecer en Tampico, San Luis Potosí, Guanajuato, originando verdaderos estragos en la Hacienda del Jaral. Esta pandemia tuvo su origen en la India Oriental. Ante tal situación, las autoridades correspondientes dictaron las primeras providencias; se dispuso el nombramiento de un comisionado por cada manzana, que asociado a un regidor cuidase del aseo de casas y calles; pusose a disposición de los pobres, todo gratis (alimento, médico y medicinas); mandaron hacer fumigaciones en las calles y se habilitaron departamentos especiales para epidérmicos”.

“Pronto la ciudad se vio convertida en un vasto hospital y lugar de duelo, y espantaba la frecuencia, o mejor continuidad con que atravesaban en todas direcciones calles y plazas los conductores de cadáveres, los más sin acompañamiento ni pompa alguna. Pocos iban metidos en ataúdes, los más envueltos en sábanas o petates; los sepultureros huían del oficio, aterrados al ver a muchos que entregábanseles como cadáveres, levantarse demacrados, pero vivos en el instante de ir a ser depositados en las fosas. Por donde quiérase, tendía la vista solo cortejos fúnebres y semblantes adoloridos. Las campanas de los templos, por orden superior estaban mudas; y solo se oían letanías y ruegos fervorosos al señor sacramentado, implorando misericordia”.

“La epidemia aumentó en furro el 16 de agosto, pues el 17 se enterraron 1219 cadáveres, que fue el mayor número, en un día, de aquella temporada. Al terror causado por tal contingencia, se unió al clero, invadiendo las calles con imponentes procesiones, que los devotos postrados en tierra, imploraban misericordia y protección divina, entre estruendosos sollozos, ayes y lamentos de toda especie. Las operaciones militares, que en esos días emprendía el dictador Santa Anna en Querétaro, en una mañana al iniciar actividades se contaron 200 bajas. Combinada por la estación copiosa de lluvias, la epidemia continuaba diezmando las tropas. En Celaya aumentó el número de atacados; y fue en progresión día a día, con tanto exceso que en cinco días, experimentó la pérdida de dos mil hombres de los cuatro mil que se componía el ejército en esa región”.

“En muchas localidades se hizo general la voz de que extranjeros habían envenenado el agua, afirmación inicial propalada en la capital y fuera de ella, por los mismos que habían dicho de diferentes modos que la peste era un castigo del cielo por los pecados de los pueblos: el resultado de esta calumnia fue que la gente fanática e ignorante se lanzase a asesinar extranjeros, de los cuales varios, aunque pocos afortunadamente, fueron víctimas de imbécil superstición. Para que no se echasen de menos otra clase de calamidades, repetidos temblores casi generales en toda la República y muy notables en Acapulco, temporales frecuentes, movimientos extraños en ambos mares en nuestras costas, y una gran peste que causó extraordinaria mortandad de peces en uno y otro, hicieron notable el mes de noviembre de 1837”.

“El terremoto de 22 originó muchos destrozos en la capital, y por el día en que ocurrió recibió el nombre de “temblor de Santa Cecilia”. El movimiento telúrico ocurrido el 7 de abril de 1844, causó severos daños en la capital: los ciudadanos se hallaban aterrados y confundidos, temiendo de un momento a otro mayores calamidades y desastres, ya que los temblores se repitieron con bastante fuerza en los días sucesivos; en esta ocasión, las autoridades prohibieron procesiones y actos públicos religiosos que acrecentaran el pánico y el terror. En cinco meses, de abril a agosto de 1850, México nuevamente era presa del cólera, por todas partes reinaba la consternación; se temió que la miseria reagravase los horrores de la peste, sucumbiendo a ella algunos funcionarios del gobierno y miembros distinguidos del congreso federal. En octubre de 1853, en Tixtla, apareció el mal que presentaba síntomas muy semejantes a la del terrible vómito negro de las costas del Golfo; en ese tiempo, el cólera se desarrolló devastadoramente en Mérida…”.

BIBLIOGRAFÍA: México a través de los siglos; tomo IV; páginas 330, 331, 407, 539, 739, 747 y 753.

Aunque el número de población ene esa época era menos y otra la mentalidad del pueblo, lo cierto es que en todos los tiempos han ocurrido y seguirán apareciendo: pestes, epidemias, pandemias, maremotos, tsunamis, meteoros, tornados, ciclones, incendios devastadores, etc., que, en ocasiones combinados, causarán destrucción y muerte.

La peste negra del siglo XIII: fiebre amarilla, que según trajeron los españoles. En México, los terremotos de 1942, 1985; fiebre aftosa, por mencionar algunos. Lo más reciente: Influenza M-1; y hoy lo que nos ocupa: el nuevo coronavirus, COVID-19, surgido a finales de 2019 en Bujan, China, que natural o producido, ahí está esparcido en todo el mundo.

Como se transcribió, estos males duran y resurgen algunos años; pero la vida debe de continuar. Claro, con las debidas precauciones, hasta el restablecimiento.

Los que desde un principio acatamos las recomendaciones, tenemos más de 70 días confinados. “Ya no fue cuarentena”; empiezan a manifestarse la desesperación de las clases populares, contribuyendo el pánico y terror que infunden algunos comunicadores oficiales locales, que lejos de concientizar a la gente, causa malestar en el tono de enojo y regaño, como lo dicen. Como que hace falta tacto… pues ellos, los del gobierno y otros que tienen sus trabajos y sueldos seguros, son los afortunados que están del otro lado.

Respecto a una de las medidas de seguridad del efectivo circulante “dinero”; nadie dice nada del cuidado que se debe tener. ¿Y el desecho del cubrebocas?; tirados por todas partes…

En esta temporada, es un error enfermarse de otras causas porque no hay atención ni medicamentos en las esferas oficiales. En el último giro de esta realidad, en vez de reproches, se debería de inculcar a la población, ánimo y esperanza para la reactivación (a falta de palabras de confortación del clero y las religiones).

Desafortunadamente, estas desgracias, en el futuro pudieran ser utilizadas para causar terrorismo, y como arma política en perjuicio de las masas y económicamente a favor de los poderosos.

 

Atentamente,

Juan Manuel Estrada Alarcón.

Tijuana, B.C.

Autor(a)

Carlos Sánchez
Carlos Sánchez
Carlos Sánchez Carlos Sánchez CarlosSanchez 36 carlos@zetatijuana.com
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