En Estados Unidos, una gran parte de la población está enardecida desde el 26 de mayo de 2020. Durante diez días han tomado calles, avenidas, sitios públicos y privados, en una manifestación constante en la que no solamente miles se han expresado de manera pacífica; también ha habido reyertas que terminan con edificios públicos quemados, dañados, pintarrajeados, negocios privados afectados, saqueados.
Distintos gobiernos de la Unión Americana han decidido en algunos casos hacer uso de la fuerza pública para contener o evitar las manifestaciones. Otras corporaciones policiacas se han unido a las marchas pacíficas. El Presidente de aquella nación tuvo que “apagar” la Casa Blanca, la residencia oficial y las oficinas, incluso amagó con sacar al Ejército a las calles para sofocar las protestas.
Los actos de inconformidad social iniciaron el 26 de mayo, porque el 25, un día antes, en la ciudad de Minneapolis, Minnesota, cuatro oficiales de la Policía local acudieron al llamado de alerta de un negocio que reportó a un hombre por presuntamente utilizar un billete falso de 20 dólares para adquirir un paquete de cigarrillo. Lo detuvieron, y, a pesar que George Floyd no opuso resistencia, le aplicaron técnicas agresivas para contenerlo porque no quería ingresar a la unidad policiaca, al decirse claustrofóbico. Uno de los oficiales, Derek Chauvin, lo inmovilizó poniendo la rodilla sobre su cuello.
Floyd, un hombre afroamericano, le hizo saber en varias ocasiones que no podía respirar, pero el oficial Chauvin mantuvo durante poco más de ocho minutos -de acuerdo a un video del periódico The New York Times– su rodilla en el cuello de Floyd, hasta que este, y así quedó registrado en videos de testigos de la tortura física al hombre, perdió el conocimiento.
La causa de muerte según el Departamento Forense de Minneapolis, fue asfixia, la cual fue provocada por la rodilla del agente sobre el cuello de Floyd mientras este estaba sometido sobre el pavimento, suplicando por ayuda al no poder respirar.
Inmediatamente el crimen fue calificado en EU como un acto de racismo, considerando que la fuerza de los policías se había aplicado de manera particular hasta causar la muerte del detenido, al ser de raza negra. De ahí el enardecimiento de una parte de la sociedad estadounidense.
No es la primera vez que algo así sucede. En la Unión Americana hay una larga lista de crímenes de odio por raza, previo, durante y posterior a la abolición de la esclavitud en 1863, y particularmente en estados del medio y el sur de EU.
La vida de George Floyd develó el racismo Norteamérica y despertó la conciencia de muchos estadunidenses y ciudadanos alrededor del mundo, pues ha habido manifestaciones por ese motivo en otros países: Europa, Inglaterra o Francia, por mencionar algunos, con el lema de “las vidas negras importan”. El hombre asesinado por oficiales de la Policía de Minneapolis ha despertado, una vez más, la conciencia del mundo en la lucha por los derechos civiles y las libertades de todos los ciudadanos.
Pero así como en estos momentos se defiende la vida de George Floyd para dejar un legado de libertad y justicia en EU y en el mundo, en México parece que la vida e integridad de las personas valen muy poco. Aquí mismo en Tijuana, Baja California, un hombre fue muerto en marzo durante su detención por parte de oficiales de la Policía Municipal.
El hecho también quedó grabado en un video que circula por redes sociales. Testigos revelaron que el individuo, en evidente influjo de alguna sustancia, atacaba a clientes de una estación de gasolina. Lanzó piedras a quienes por ahí pasaban y contra las instalaciones. Alguien llamó al número de emergencia y acudieron policías municipales, quienes ante la amenaza de que el hombre prendería fuego a una manguera expendedora de gasolina, lo inmovilizaron con fuerza. Lo maniataron y sofocaron. Uno de los municipales le puso el pie en el cuello hasta que dejó de respirar. Eso se aprecia en el video: el hombre había estado inquieto, moviéndose en el suelo hasta que el agente le presiona el cuello con su bota y después de muy pocos minutos falleció.
Eso sucedió el 29 de marzo de 2020 en Tijuana, y a pesar que el video donde se ve el sometimiento del hombre por parte de los oficiales circuló por redes sociales y mensajería de celular, el morbo no llevó a la sociedad a salir a las calles a manifestarse ante la brutalidad policiaca. No pasó nada. De hecho, se desconoce el nombre del detenido asesinado, como se ignora quiénes fueron los agentes que lo sometieron, como no se sabe el nombre del policía que al poner el pie en el cuello, contribuyó a su muerte.
En Sindicatura Municipal, donde se supone investigan los casos de abuso policial en una Comisión Especializada, aún no concluyen las investigaciones después de 67 días de cometido el crimen y de haberse transmitido en redes sociales incluso el número de la patrulla que acudió al llamado de auxilio.
La justicia no llega para el hombre de la gasolinera en el Bulevar Rosas Magallón, porque lo han rebajado a que se trataba de una persona en situación de calle, con síntomas de haber estado embriagado por alguna sustancia. Como si la vida no tuviese un valor si se tienen esas condiciones sociales, indigencia y adicción. Como si esos elementos dieran derechos a los agentes para acabar con la vida de alguien.
Hace unos días en Jalisco, parte de la sociedad sí se manifestó, como lo han hecho en redes sociales con posicionamientos públicos, ante el asesinato de Giovanni López a manos de policías del municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos.
Giovanni fue detenido por policías municipales y sus acompañantes grabaron en video el momento en que es llevado a una unidad de la Policía y posteriormente detenido. Le dicen que irán por él. El hombre está en sus facultades. Al día siguiente los familiares de López reciben una llamada en la cual les informan que está en el hospital debido a una brutal golpiza que recibió. Murió.
El caso es así de sencillo -y desafortunadamente tampoco es la primera vez que ocurre-, un hombre sano es detenido por la Policía y al día siguiente es hallado sin vida.
En México la brutalidad policiaca lo es por razón de pobreza, de tener la mala fortuna de vivir en un pueblo alejado de la urbanidad, por ser indigente o adicto, por parecer vándalo, por confundirlo con un criminal. El odio en México no se detiene en el color de la piel, se adentra en la ignorancia, la marginalidad, la injusticia social, la pobreza, fenómenos que predominan en un país donde la vida y la integridad valen muy poco.
P.D. Y ya no hablemos de otro vergonzoso ejemplo del desdén que el gobierno en turno hace a los mexicanos al sistemáticamente ocultar la verdad respecto a los números de contagios y decesos a causa de la pandemia de COVID-19 porque, como ya es bien sabido, a la 4T no parecen importarle los muertos. Al fin y al cabo, siempre tendrán “otras cifras”.