Durante esta pandemia hemos hablado y criticado la actuación de las diferentes autoridades.
Hoy en día, el Gobierno Federal en particular, perdió algo muy valioso: credibilidad. Como hemos sido testigos, el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha optado desde un inicio en minimizar los efectos del COVID-19; y ante los señalamientos públicos, prefiere denostar a todo aquel que opina diferente, así se trate de investigadores que sustentan información con datos duros.
Existen gobiernos estatales que tampoco se salvan. Optaron por un bajo perfil y el destino los alcanzó; ahora no saben cómo enfrentar la crisis de salud, de la económica mejor ni hablamos. También hay algunos alcaldes que solo han mostrado incompetencia e incapacidad; están pasmados.
Debemos reconocer que hay casos de gobernadores y alcaldes que sí han mostrado personalidad y carácter, quienes se han puesto a la altura ante una situación inédita.
Pero no todo el problema debemos achacárselo a la autoridad, llámese como se llame o sea del partido político que sea; existe una gran responsabilidad ciudadana en el incremento de enfermos y fallecidos que no se ha podido controlar.
Si bien la autoridad -como hemos explicado- tiene una gran carga negativa ante los mensajes contradictorios que todos los días nos envían (un claro ejemplo es el uso de cubrebocas), los ciudadanos en general colaboramos muy poco.
En la jornada Sana Distancia, decretada por el Gobierno Federal hace prácticamente dos meses, hay gente que se la ha tomado muy en serio, mientras que a otros francamente les importa un carajo. Algunos se protegieron en sus casas, pero mucho más decidieron cumplir solo unos días o alguna semana sin salir.
También hay que ser justos, existen infinidad de familias que viven al día, es decir, lo que obtengan de ingreso ese día es lo que llevarán a su casa a comer; a ellos son a quienes los gobiernos deberían enfocar los apoyos sociales, ya que simplemente no llegan o tardar en llegar. Las clases bajas son los primeros en resentir este tipo de crisis, y desafortunadamente los últimos en ver la luz ante dichas situaciones.
A estas familias uno no puede reclamarles nada; su condición de por sí ya es precaria, y con esta pandemia se agudiza aún más. Pero quienes no tienen justificación son las clases media y alta.
Aún con los recursos para soportar en la medida de lo posible esta eventualidad, salen de sus casas a adquirir productos o alimentos no esenciales. Por ejemplo: en muchas ciudades vimos que se presentó algo así como “la crisis de la cerveza”; en aquellos municipios como Mexicali, Hermosillo, Monterrey, Villahermosa, entre otros más, con climas cálidos o húmedos la gente hacia recorridos interminables por tiendas de autoservicio en búsqueda de “cheves”.
Lo peor del asunto es que cuando alguien encontraba el apreciado producto, las filas eran interminables, sin respetar la distancia establecida.
Pero eso no es todo. A hijos o familiares de políticos, deportistas, artistas y gente que en teoría deberían guardar compostura (o en algunos casos, ser ejemplos para niños y jóvenes) simplemente no les importó y organizaron fiestas de cumpleaños, bodas, bautizos, etc.
Los ejemplos más aberrantes se presentan en las fronteras con Estados Unidos, donde los paisanos “cruzan” a México a visitar familiares y amigos sin ninguna restricción. Como siempre, la autoridad mexicana agachada… y los norteamericanos poniendo sus condiciones, sin consultarnos.
De esta manera, transcurren los días y las semanas; por un lado, las dudas crecen y las medidas se relajan. Los humanos seremos nuestras propias “ratas de laboratorio” y saldremos a las calles con la única protección viable en este caso: las estampitas de la Virgen de Guadalupe.
Alejandro Caso Niebla es consultor en políticas públicas y comunicación, y socio fundador de CAUDAE. @CasoAlejandro