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viernes, octubre 4, 2024
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Fina estampa

Como cantaba Chabuca Granda era “un caballero de fina estampa”. Guayabera cual debe ser. Limpia, blanca, bien planchada. Con pliegues y no bordados. Manga larga abajito de la muñeca. Los puños sin doblez. Pantalón de casimir café claro. Limpiecito. Valenciana cayendo dibujada en sus botines “Floorsheim”. Brillosos de tan bien boleadas cada mañana. Blanca su piel. Cara alargada. Rastros ligeros de viruela mal tratada. Nariz aguileña. Ojos verdes. Pelicano fino. Bien peinado sin vaselina. Se cubría con un “Panamá”. Le distinguía más. Cincuenta y pico de años. Buenos modales. Observaba mucho y hablaba poco.

Lo conocí en 1960. Entonces decían “…es de la secreta”. Otros “…de la reservada”. Pero nunca faltaba al patio de Palacio Municipal. Era el resumidero de políticos y notables de Tijuana. Por eso yo reporteaba allí. Disimuladamente se me acercaba y a otros compañeros cuando entrevistábamos cada quien por su lado. Oía todo. Igual a nosotros sacaba su libretita y apuntaba. Hasta cuando un día llegó tarde. Ya íbamos de salida. Quién sabe por qué se acercó a mí. “¿Qué hubo de nuevo? ¿Pasó algo importante?”. Entonces supe: Era agente de la Secretaría de Gobernación.

Después ya nos saludábamos y de cuando en vez platicaba. Zorro. Doblesentidero. Sarcástico. De su trabajo nada más dijo “…debo informar a México. Allá necesitan estar enterados”. Pero nunca dijo cómo, a quién ni por qué. En cierta ocasión me preguntó y le contesté que si sabía sobre cierto político. Andaba “sonando” para una candidatura. Teníamos los mismos datos pero él sabía dos que yo no. La mamá del presunto nació en Guatemala. Presumía ser mexicana. Y él era homosexual. Hasta enterado estaba de los amoríos con un joven empleado de los regidores. No lo publiqué a falta de confirmación. Pero a los pocos días vino el efecto y me sorprendió. Aquel aspirante anunció públicamente su retiro “por motivos de salud”. Y en el partido se informó a los periodistas “…sentimos mucho haber perdido a tan excelente candidato”. Cuando oí aquello miré al caballero. No dijo nada. Nada más sonrió ligeramente. No le pregunté ni me dijo sobre el caso. Tranquilo se me acercó al día siguiente. “Usted en mi trabajo y yo en el mío. Para nosotros es bueno saber lo desconocido. Reportarlo antes. No tener problemas después en las elecciones”.

De pronto desapareció. Nadie supo de él. Días después supuse: Se fue de Tijuana. Las malas noticias llegan más rápido. Pero ni se despidió. 21 años después lo recordé. Tan de repente como un rayo a medianoche. Resulta que llegó a mi oficina una comisión panista. Los más jorocones. Ni se anunciaron con anticipación. Nada más nos saludamos y me la soltaron: “Queremos que seas nuestro candidato a Presidente Municipal de Tijuana”. Solamente de oírlos me acalambré. Esperaba noticias y no tal oferta. Luego y como para darme ánimos: Ernesto Ruffo ya está decidido. Competirá para gobernador “…y tú sabes que derrotará al PRI”. Entonces “…si tú aceptas también ganarás”. Otro dijo que yo era muy conocido y eso favorecía. Uno más le entró al sentimentalismo: “Hazlo por Tijuana. Le debemos cuanto somos y debemos corresponder”. Aclarando “…del dinero no te preocupes. Ya tenemos todo listo para la campaña”.

Más tardé en salir del asombro que contestar: “Yo no soy político ni panista. Más o menos sé hacer periodismo pero nada de gobernar. Si Ustedes quieren armar un periódico le entro. Pero no me pidan ser candidato”. Mi “no” fue remate recordando al caballero de fina estampa. Se los dije. Estoy muy a gusto con mi vida. Conozco a todos mis parientes. Hasta los lejanos. Cuando mucho hay dos que tres encantados con el trago. Como en todas las familias hubo divorcios, separaciones, segundos matrimonios, infidelidades y hasta allí nada más. Conocí a mis abuelos. Me llevaron a las tumbas de sus padres. Supe que mi bisabuelo materno mató a un rival en amores. Pelea en limpio frente a la iglesia de San Juan de los Lagos. Y luego en San Felipe Torres Mochas murió cuando por accidente se enterró gran aguja en el pecho. “Todo eso lo sé y no quiero saber más”.

No se me borraba el caballero de fina estampa. Pensando en voz alta dije a los panistas “¿qué tal si mi tatarabuelo fue un roba-vacas o mi bisabuela extranjera?”. Me vi de repente bajo el ojo de aquel hombre. Escarbador del pasado y pecados familiares. Libreta en mano. Hablando por teléfono a México para reportarlo. Sabía bien que en el PAN no explorarían mi vida. Pero si la Secretaría de Gobernación. Espulgarían a todos los candidatos de oposición. Como dicen por allí. No dejarían títere con cabeza.

A mi compañero Héctor Félix Miranda le ofrecieron dos que tres veces una diputación local. No aceptó. Pero al empezar el 88 decidió. Se retiraría de ZETA al otro año. Sería candidato. Y si no ganaba la elección se iría a su tierra. Compraría un terrenito en Choix para pasarla tranquilamente. Pero no se le hizo. En abril de ese año fue asesinado. Tres pistoleros del Ingeniero Jorge Hank Rhon lo emboscaron. Dos escopetazos. Casi le arrancaron un brazo. Destrozaron su cuello, costillar y pulmones. Iba manejando. Por los impactos terminó enroscado bajo la guantera.

Persiguieron, capturaron, procesaron, sentenciaron y están en prisión dos de los asesinos. Otro andaba libre y lo ejecutaron. Así no hablaría. Desde entonces se le achaca a Hank Rhon la muerte de Félix Miranda. Gobiernos priístas no quisieron investigarlo. Y los panistas le tienen miedo. Solamente la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) ha insistido desde años. Pero ni en vida el profesor Carlos Hank González pudo demostrar la inocencia de Jorge. Tan inteligente cómo era. Sin faltarle dinero ni recursos políticos. Pero no pudo retirar a satisfacción la sospecha sobre su hijo. Nunca.

Ahora Hank Rhon quiere ser Presidente Municipal de Tijuana. Y es lo primero que le echan en cara: El crimen del periodista. También las frivolidades que llevaron a lo público su vida privada familiar. Las referencias sobre delicadas investigaciones en Estados Unidos. El rumor de obscuros negocios. Aquel encarcelamiento por contrabando. El fracaso en la operación del hipódromo y el florecimiento de casas de juego en casi todo el país.

Yo soy de los que están convencidos: Sus pistoleros dispararon cumpliendo órdenes. Y no por su cuenta como se ha querido hacer creer. Uno dijo “Lo maté porque Félix escribió acusándome de ‘pollero’”. Pero revisando sus comentarios no hay ninguna referencia. Otro de plano “…es que criticaba mucho a mi patrón”. Seguramente si viviera todo esto lo hubiera reportado a Gobernación el caballero de fina estampa.

 

Escrito tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en enero de 2004.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Jesús Blancornelas Jesús Blancornelas JesusB 47 jesusblanco@zetatijuana.com
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