“Privados de la luz divina ¡henos aquí por mucho tiempo en las tinieblas de la peste!”.
-Albert Camus, La Peste (1947)
El tijuanense obispo de Cuernavaca, Morelos, pronunció un exabrupto sobre la situación pandémica actual en el mundo: “La pandemia del coronavirus sobre el mundo es un castigo de Dios por causa del crimen del aborto, del homosexualismo, eutanasia y todos esos pecados sociales”. Así se expresó don Ramón Castro Castro.
Como en Tijuana, en Washington, ante los Clinton, promotores del aborto, la madre Teresa habría repetido: “La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al niño inocente que muere a manos de su propia madre”. (1993)
No se ha publicado todo lo que expresó el obispo Castro Castro. Solo se editaron algunas de sus palabras. Cuenta Albert Camus (1947) en La Peste, que, al finalizar el primer mes de peste, fue ensombrecido por un recrudecimiento marcado de la epidemia y por un sermón vehemente del padre Paneloux, un jesuita que ayudó a un contagiado al principio de su enfermedad.
Como hoy, ante la pandemia 2020, cuando las autoridades eclesiásticas de nuestras ciudades decidieron luchar contra las pestes por sus propios medios, organizando las plegarias colectivas, hubo manifestaciones de piedad pública, que debían terminar el domingo con una misa solemne invocando a San Roque de Montpellier, el santo pestífero. Aquello en África (Oran, Argelia, 1870).
En nuestros días, la Iglesia Católica ofrece misa diaria a través de María Visión, EWTN, El Sembrador, Canal 66; a través de las páginas de las diócesis de Mexicali, Tijuana, La Paz, etcétera.
Así, como en todas las pestes en las que han muerto más de 100 millones de personas a lo largo de veinte siglos. El domingo, por ejemplo, los baños de mar eran una seria competencia para la misa. No era tampoco que una súbita conversión -en la pandemia- los iluminara. Estando la ciudad cerrada (Oran,1947) y los puertos cerrados (El Golfo, San Felipe, Ensenada,) los baños no eran posibles; nuestros conciudadanos se encontraban en un estado de ánimo tan particular que, sin admitir en el fondo los acontecimientos sorprendentes que los herían (no hay comida china, no hay cine, no paseos en el parque,), sentían -con toda evidencia- que algo estaba cambiando.
Muchos esperaban, además, que la epidemia fuera a detenerse y que quedaran ellos a salvo con toda su familia. En consecuencia, todavía no se sentían obligados a nada. Por eso tanta gente en la calle, en las taquerías, en las máquinas tragamonedas de los casinitos; en las compras de pánico.
La peste, el COVID-19, no era para ellos más que un visitante desagradable; que tenía que irse algún día, así como había llegado. Asustados, pero no desesperados, todavía no llegaba el momento en que el coronavirus (o peste o pandemia) se les apareciera como la forma misma de su vida, y en que olvidaran la existencia que, hasta su llegada, llevaban. Poco a poco -escribe Camus en La Peste-, por la fuerza del ejemplo, esa misma gente se decidió a entrar y mezclar su voz tímida a las oraciones de los otros: el Padre Nuestro, el Ave María, el Credo, la Magnifica, el Rosario…
“Hermanos míos, cayeron en desgracia; hermanos míos, la merecen”. Las palabras del jesuita Paneloux estremecieron hasta el atrio repleto de gente. Pero, como en 1870, ahora en 2020 en la Catedral de Cuernavaca, Mons. Ramón Castro no terminó ahí su sermón. Es para movernos a la conversión, al cambio de vida, como sabiamente dice el arzobispo emérito de Hermosillo, Ulises Macías Salcedo: “¿Qué nos está pidiendo Dios a cada uno ante la situación actual?”.
El jesuita Paneloux -escribe Camus 1947- enseguida de aquella frase, refirió el texto del “Éxodo”, referente a le peste en Egipto: “La primera vez que esta plaga apareció en la historia fue para herir a los enemigos de Dios. Faraón se opuso a los designios eternos, y la peste hizo que cayera de rodillas. Desde el principio de toda historia, el azote de Dios pone a sus pies a los orgullosos y a los ciegos. Mediten en esto y caigan de rodillas”.
Claro que la gente en Oran, África (1870), se puso de rodillas. La revista Proceso esta semana publica una historia breve sobre San Sebastián y las pestes, como la Peste Negra española; lo escribe Jorge Sánchez Cordero, colaborador de la revista y hermano de la Olga María Sánchez Cordero, la secretaria de Gobernación de la 4T. Olga María debería ponerse de rodillas porque, aunque tenga tanta “autoridad”, no tiene porqué aferrarse a promover el crimen del aborto, de la eutanasia, del degenero moral sexual; abusando de su posición que, como el COVID-19, es contingente.
“Durante mucho tiempo, este mundo, transigió con el mal, durante mucho tiempo, descansó en la misericordia divina”, expresa el jesuita Paneloux. “Todo estaba permitido: el arrepentimiento lo arreglaba todo. Y, para el arrepentimiento, todos se sentían fuertes; todos estaban seguros de sentirlo cuando llegara el momento”.
“Pensaron que arrodillarse unas cuantas veces los compensarían de su despreocupación criminal. Pero Dios no es tibio. Quiero hacerles llegar conmigo a la verdad y enseñarles a encontrar la alegría, a pesar de todo lo que acabo de decir… Ese mismo azote que los martiriza -la pandemia, la peste- los eleva y les enseña el camino”.
Anota Albert Camus que, nunca como hoy, el padre Paneloux sentía que la ayuda divina y la esperanza cristiana alcanzaban a todos: “Esperaba, en contra de toda apariencia, que, a pesar del horror de aquellos días y de los gritos de los agonizantes [un millón de contagiados en 2020], nuestros ciudadanos dirigieran al cielo la única palabra cristiana, la palabra de amor. Dios se encargaría del resto”. (Albert Camus, La Peste, 1947).
Germán Orozco Mora reside en Mexicali.
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