Hace cuatro décadas, en abril, Semanario ZETA compartió con los lectores su primera edición. Desde su primera página el objetivo era preciso: poner en práctica el ejercicio de la libertad de expresión, utilizando como motor el periodismo de investigación.
En aquel entonces dominaban los gobiernos del PRI y la autocensura y censura era directa, sin recovecos. Cuarenta años después, las formas han cambiado, pero el fondo sigue siendo el mismo. El reto de la prensa libre es urgente, complejo y a veces pareciera colosal, pero quienes ejercemos este oficio ya conocemos la historia.
De ahí la idea de abrir este espacio para conmemorar este aniversario de ZETA con la participación de voces críticas como Sergio Sarmiento, Imanol Caneyada y Diego Valadés, quienes reflexionan en torno a la libre expresión de las ideas en un México que enfrenta una muy difícil coyuntura política, social y económica, sin precedentes en nuestras generaciones.
Quienes trabajamos en ZETA, agradecemos de corazón este nutrido debate que se construye a través de posiciones muy distintas, expuestas aquí para compartir con quienes nos han acompañado desde el principio: Ustedes, nuestros Lectores, que semana tras semana dan a este Semanario su razón de ser y existir.
BLANCORNELAS,
el de la voz baja
Lo que más me llamó la atención al conocer a Jesús Blancornelas, a fines de los años ochenta o principios de los noventa, fue el tono de sus palabras. Hablaba con voz ronca, rasposa, pero con un volumen muy bajo. Había que inclinarse un poco para escucharlo. No era de esos periodistas que se sienten dueños del mundo y gritan para que todos los escuchen.
El reportero de voz baja era, sin embargo, implacable en la búsqueda de la verdad. Sus escritos y sus publicaciones no se detenían ante presiones de la autoridad, pero tampoco, y eso es a veces más difícil, de la opinión pública.
Desde 1977, cuando fundó el periódico ABC de Tijuana junto con el columnista Héctor Félix Miranda, “El Gato Félix”, Blancornelas enfrentó presiones. Le pidieron despedir a Félix, pero él se negó, lo que hizo que un grupo sindical tomara las instalaciones del periódico por la fuerza a instancias del gobierno. La respuesta fue rasposa, como su voz: la creación del semanario Zeta en 1980 junto con el mismo Gato Félix.
Las presiones que se ejercían antes sobre el ABC empezaron a enfocarse hacia Zeta. Durante un tiempo el semanario se imprimió en San Diego para evitar las amenazas recurrentes del monopolio estatal Pipsa de restringirle las entregas de papel. Sus oficinas fueron ametralladas en 1987. El 20 de abril de 1988 fue asesinado El Gato Félix en una tragedia que marcó por siempre a Zeta. Pero Blancornelas, en lugar de arredrarse, publicó en todas sus ediciones una foto de Félix con la leyenda: “¿Quién me mató?”
Los enemigos de la verdad, sin embargo, no cejaban en sus intentos silenciadores. El 27 de noviembre de 1997 unos sicarios vaciaron sus armas sobre la camioneta en que viajaban él y su amigo y escolta Luis Lauro Valero. Este murió en el ataque y Blancornelas tuvo que aprender a vivir con cuatro balas alojadas en su cuerpo y con protección militar el resto de su vida. El 22 de junio de 2004 fue asesinado Francisco Ortiz Franco, editor de Zeta. Pocas publicaciones en el mundo han pagado un precio tan alto por su independencia.
Blancornelas fue independiente, sin embargo, no solo ante las autoridades sino ante la opinión pública y otros medios. A pesar de que todos los comentaristas aceptaban como dogma que el candidato presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio había sido asesinado por una conspiración desde el poder, porque esa era la creencia popular, Blancornelas examinó el caso a fondo y tuvo, de hecho, una de las pocas entrevistas con Mario Aburto. Quedó convencido de que Aburto había sido un asesino solitario y así lo expresó en artículos y en un libro: El tiempo pasa: de Lomas Taurinas a Los Pinos. Por sostener una conclusión impopular fue vilipendiado por muchos, pero él
sostuvo lo que señalaban las pruebas. Su compromiso era con la verdad, no con las posiciones políticamente correctas.
Este compromiso lo mantuvo en situaciones más complejas todavía. En mayo de 2004 recibió documentos que supuestamente vinculaban al exgobernador de Veracruz, Patricio Chirinos, y al entonces coordinador del Sistema Nacional de Seguridad, Miguel Ángel Yunes, con un presunto narcotraficante. Blancornelas investigó los documentos y encontró que eran falsos. La revista Proceso, sin embargo, los dio por buenos y Blancornelas escribió una columna en la que señaló la falsedad de la información. Milenio Semanal, revista en la que colaboraba, se negó a publicarla por el cuestionamiento a Proceso. Blancornelas mandó el artículo a otros periódicos y renunció a Milenio Semanal. “Mas vale perder la nota –decía– a perder la credibilidad”.
Jesús Blancornelas, el hombre de la voz rasposa pero suave, el periodista comprometido con la verdad y no con el aplauso fácil, el reportero potosino que se convirtió en tijuanense por decisión, falleció el 23 de noviembre de 2006 por cáncer de estómago. Acababa de cumplir 70 años. Su recuerdo, sin embargo, permanece vivo. En primer lugar, por el recuerdo de quienes lo leímos, lo respetamos y tuvimos incluso, como yo, la posibilidad de convivir y de aprender de él. Más aún, su figura pervive por el trabajo de sus sucesores, que han mantenido a Zeta como un faro de libertad no solo en el noroeste sino en todo nuestro país.
Blancornelas se retiró a tiempo y dejó una sucesión ordenada para permitir que el semanario continuara gozando de solidez administrativa y editorial. Dejó como subdirectores a su hijo, René Blanco, y a su discípula Adela Navarro, quienes han seguido conquistado grandes triunfos para la publicación.
En 1989 Blancornelas le dijo a William Murray del New Yorker: “La vida me la quitan cuando Dios quiera, no cuando quieran los políticos”. Así fue. Este periodista que escribía lo que le daba la gana, y no lo que querían los políticos o los narcotraficantes, nos dejó un legado ejemplar que hasta la fecha debe inspirar a todos los periodistas honestos de nuestro país.
Felicidades, Zeta, por estos primeros 40 años.
Sergio Sarmiento es periodista y escritor. Publica la columna Jaque Mate en el periódico Reforma y más de 20 diarios en toda la República Mexicana. Participa en El Heraldo Radio por el 98.5 de FM. En televisión, “La Entrevista con Sarmiento” y “Rocha & Sarmiento”, programas de TV Azteca. Es Caballero de la Orden de las Letras y las Artes de Francia y tiene la condecoración de la Orden de Isabel la Católica de España.
LIBERTAD DE EXPRESION:
un derecho de ejercicio dificultado
A la memoria de Jesús Blancornelas, un héroe de la libertad de expresión
POCOS espacios tan a propósito como las páginas de este combativo periódico, fundado hace cuatro décadas, para reflexionar acerca de la libertad de expresión.
En 1980 México comenzaba a experimentar los efectos de una reciente reforma política que propiciaba el pluralismo. El país, cimbrado desde la masacre de 1968, era un escenario de efervescencia social, exclusión política y activismo guerrillero. La reforma de 1977 operó como una válvula de descompresión cuyos efectos se dejaron sentir de manera paulatina.
Como sucede cuando se intenta transitar de un sistema hermético hacia otro más abierto, entran en tensión las fuerzas de resistencia y las de cambio. Unas se obstinan en ralentizar el progreso y otras se impacientan ante la lentitud de los ajustes. Conducir procesos de este tipo un pulso muy fino; lentificarlo culmina en la parálisis y acelerarlo lleva al desbocamiento. Ambos extremos son contraproducentes: desembocan en la frustración o en la exacerbación.
En ese contexto llegó a la presidencia Miguel de la Madrid, cuya gestión prudente todavía no ha sido bien aquilatada. En 1986 profundizó la reforma del año 77. Al decantarse por el pluralismo propició avances que se siguieron dando a lo largo de varios años. Empero, esa evolución se agotó cuando se hizo necesario pasar de la reforma política a la del Estado. Muchas piezas del viejo sistema político fueron modernizadas, pero una quedó incólume: el poder presidencial concentrado. Este presidencialismo vetusto tiene además un efecto nocivo en los estados de la Federación, donde se traduce en un ejercicio caciquil del poder.
Al truncarse la continuidad reformadora el sistema político mexicano devino en un híbrido de instituciones avanzadas y caducas. El resultado es desfavorable para la democracia. La convivencia de formas de organización democrática y tradicional produce la disfuncionalidad de las primeras. La democracia implica pluralismo, deliberación y consenso; en contraste el poder personal se traduce en verticalismo y uniformidad. La debilidad estructural del sistema representativo recorre todos los ámbitos de la política mexicana y el acaparamiento del poder sigue siendo un dato de la realidad nacional.
El resultado de ese desfasamiento entre lo modificado y lo que se mantuvo ha tenido consecuencias paradójicas pues pasamos de un poder político concentrado y patrimonialista ilegitimo a un poder político concentrado y patrimonialista legítimo. El acceso al poder se consigue mediante elecciones auténticas, competidas y libres, pero el ejercicio del poder sigue llevándose a cabo a la manera arcaica.
La libertad de expresión tiene varias dimensiones. Una es la individual, con relación a la cual no hay restricciones; otra es la corporativa, dentro de la que se inscribe la realizada por los medios. En este caso sí se está ante un derecho de ejercicio dificultado porque son muchos
los obstáculos que padecen esos medios. Para superar algunas de las viejas limitaciones hay nuevos instrumentos, como el derecho de acceso a la información y, en el caso de los medios electrónicos, la gestión autónoma de un organismo regulador. No obstante, el sistema político concentrador del poder sigue siendo un factor restrictivo para la libertad de los medios. En esto no tiene que ver el talante de los gobernantes; es una cuestión propia de la mecánica del poder.
Cuando la titularidad de los cargos públicos superiores depende de una sola voluntad, lo mismo en el ámbito político nacional que en el local, se produce el fenómeno conocido como patrimonialismo. Este hecho político tiene un efecto pernicioso porque la lucha electoral se desnaturaliza en tanto que los partidos y las elecciones fungen como plataformas para alcanzar y mantener posiciones, y no para hacer triunfar ideas y programas. Esto obscurece el entorno y crea un espacio refractario a la deliberación democrática, en detrimento de quienes la ejercen como parte de su actividad sustantiva: los medios.
A lo anterior se añade la falta de un sistema representativo robusto que empobrece aún más las condiciones del debate político y hace que buena parte del esfuerzo por mantenerlo recaiga en los medios. Esto los sitúa en una posición vulnerable pues genera sobre ellos una sobrecarga de expectativas y de responsabilidades. Esta desventaja se agudiza cuando los medios polemizan de manera frontal con los gobernantes, quienes por la misma concentración de potestades disponen de instrumentos para incomodar la acción de los medios. En el terreno de los hechos se plantea una situación asimétrica que entorpece el ejercicio de la libertad de expresión.
En síntesis, la libertad de expresión está garantizada por el orden constitucional mexicano, pero su ejercicio se ve dificultado por las carencias de un sistema político cuya democratización se detuvo hace algunos lustros.
Gracias a Adela Navarro por invitarme a escribir estas líneas con motivo del cuadragésimo aniversario de ZETA. Lo que empezó como un vigoroso esfuerzo personal de Jesús Blancornelas y Héctor Félix Miranda es hoy una institución sólida que basa su prestigio en la lucha por la libertad de expresión. Mi enhorabuena al brillante equipo que la hace posible.
Diego Valadés es Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, Doctor en Derecho, Universidad Complutense de Madrid. Autor, entre otros, de los siguientes libros: “La Dictadura Constitucional en América Latina”, “La Constitución Reformada”, “Constitución y Política” y “El Control del Poder”. Es miembro de El Colegio Nacional, El Colegio de Sinaloa, Academia Mexicana de la Lengua y de la Academia Mexicana de Ciencias.
Las Libertades
no se ganan en silencio
¿Qué es la libertad de expresión? ¿Existe acaso tal cosa? Pienso en Julian Assange, al que Estados Unidos e Inglaterra, cuyas democracias y Estados de derecho son, en principio, paradigmáticos, han perseguido sin piedad, obsesivamente, hasta lograr recluirlo en una cárcel de alta seguridad en Londres. Su crimen, haber puesto a disposición del mundo los secretos más execrables de naciones en las que la libertad de expresión es un derecho consagrado en sus respectivas constituciones. No deja de ser paradójico.
¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión y quiénes los establecen? Me viene a la mente el caso de Sergio Aguayo, sentenciado hace poco a pagar diez millones de pesos al ex gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, por haber escrito en un artículo que este siniestro personaje de la política mexicana despedía un hedor a corrupción. El delito: daño moral. Me imagino que muchos, yo incluido, nos hemos preguntado si el tal Moreira (perteneciente a un linaje de políticos mafiosos al estilo de Hank Rhon o Beltrones) posee algún grado de moralidad que pueda ser dañado. Otra paradoja.
Se supone, desde un plano teórico al menos, que la libertad (sea de expresión, de pensamiento, de tránsito, sexual, de asociación, etcétera) es el valor más preciado del ser humano, incluso más que la vida, pues esta, sin la primera, carece de sentido pleno. Sin embargo, ahora que la organización social como la conocemos está amenazada por un bichito microscópico, exigimos, clamamos, rogamos al Estado que todas las libertades sean puestas en cuarentena, suspendidas temporalmente, con el riesgo de que los pocos espacios ganados con enormes y sangrientos sacrificios, sean reconquistados por aquellos a los que las libertades les suponen un incordio, una piedra en el zapato de sus intereses.
¿Cuál es la relación que guardamos en México con la libertad si después de cada periodista asesinada y asesinado ha habido un ominoso silencio
colectivo, detrás del cual se esconde una sumisa aceptación, un humillante sentido de irremediabilidad?
En un país como el nuestro, con una escasísima tradición democrática y un precario y corruptible Estado de derecho, me parece una perogrullada culpar al poder (sin importar la máscara que adquiera para mostrarse) de la brutal violencia que se ejerce contra las y los periodistas, pues su naturaleza (la del poder) es, precisamente, coaccionar, limitar, y en caso extremo, violentar la libertad de expresión y otras libertades.
Ya lo sabemos. Ahí están los datos, históricos y recientes.
¿No es hora entonces de trascender esta obviedad y asumir ciertas responsabilidades?
Pienso en las jornadas del ocho y nueve de marzo. En esas millones de mujeres que salieron a las calles a exigir de manera innegociable y rotunda un alto a la violencia machista. Ellas nos están trazando el camino. Ellas nos están mostrando (recordando) cómo se lucha y, tal vez en el futuro, se ganan los espacios de libertad.
Por desgracia, el gremio periodístico ya ha puesto a los mártires de la causa, ahí están Miroslava Breach, Anabel Flores, María Elena Ferral (doblemente violentadas, por razones de género y de oficio), Héctor Félix Miranda, Benjamín Flores, Javier Valdés y un larguísimo, sangriento, vergonzoso, humillante y ofensivo etcétera.
No nos engañemos, el gran triunfo del poder en México en cuanto a la libertad de expresión no ha sido restringirla, sino comprobar regocijado que, cada vez que la aplasta, respondemos con un silencio de consentimiento y aceptación. Pero la historia nos ha demostrado una y otra vez que no hay forma de ganar un pedazo de libertad con la boca cerrada.
*Narrador y periodista, su novela más reciente, 49 cruces blancas, aborda la tragedia sucedida en la Guardería ABC, en Hermosillo, Sonora.