La Biblia hecha o escrita para los católicos, consta de 68 libros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, después de la aparición y envío de Dios a su hijo, Jesucristo.
Es un libro voluminoso, se necesita tiempo para leerlo. Consta de muchas narraciones, vivencias, anécdotas, pruebas; antigüedades plasmadas dentro de ese libro, que dan fe, veracidad y creencia a hechos de quienes los escribieron, para dar como resultado las escrituras.
Es el libro que no pasa de moda (y el más leído).
El guía -o sacerdote- debe conocer bien el contenido de la Biblia; lo sabe y conoce qué dice: la verdad está escrita y debe mostrarla al mundo católico como es y está narrada. Un sacerdote consciente y preparado, en sus misas o sermones debe dar a conocer los 68 libros; sea la escritura que sea, del antiguo o el nuevo.
Pero en Malaquías (capítulo 2, versículos del 1 al 2) amenaza a los sacerdotes:
“Si no la escuchan ni se preocupan de glorificar mi nombre, dice Yavé de los ejércitos, les lanzaré la maldición. Yo maldeciré porque ninguno de ustedes toma en serio su oficio. Ahora mismo voy a quebrarles el brazo, a tirarles a la cara basura, la basura de sus ceremonias, y los barreré junto con ellas”, dice en Malaquías.
Y continúa en los versículos del 7 al 10:
“Pues ustedes, declara Yavé de los ejércitos, se han desviado de mi camino; con su enseñanza han hecho caer a mucho. Así han roto ustedes mi alianza, la alianza de Leví, por eso yo permití que todo el pueblo los despreciara y los consideraran indignos debido a que ustedes se separaron de mí y favorecieron a unos más, a otros menos, con sus fallos. ¿No tenemos un mismo padre? Nos ha creado a todos un mismo Dios. ¿Por qué entonces cada uno de nosotros traiciona a su hermano, profanando la alianza de nuestros padres?”.
En Isaías 44 (versículos del 9 al 20), el mismo sacerdote es sabio, respecto a que no se debe tener imágenes de santos, mucho menos arrodillarse, ni hacer reverencia. ¿Cómo me hincaré ante una hechura de madera, con cara y cuerpo de humano que no hace el bien ni el mal? Yavé es celoso, y detesta eso.
Es de pena saber que la iglesia, vía sacerdotes, siga engañando y no aplique la ley escrita. Si fuera así, ningún templo, catedral, basílica o convento tendría imágenes y estatuas de santos.
Pero quien lo lee, se condena. Y es víctima por ignorancia.
Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez.
Tijuana, B.C.