“El cielo gobierna los acontecimientos del mundo sin ser visto;
esta acción oculta del cielo, es lo que se llama El Destino”. -Confucio.
Decíamos en nuestra colaboración anterior que la importancia de este estudio, que recopiló más de 30 entrevistas a ex miembros importantes del narcotráfico, es que pone sobre la mesa una perspectiva que ha sido ignorada por investigadores, funcionarios públicos y políticos: la de los perpetradores. En este sentido, el análisis de sus narrativas de vida, arroja luz sobre las posibles causas de su incursión en el mundo del crimen y explica la lógica con la que ellos entienden el mundo.
Comprender esto es clave no solo para abordar un tópico tan complejo como el fenómeno del delito y del narcotráfico, sino que sirve para diseñar políticas públicas y de seguridad. Hasta ahora, dichas políticas se continúan diseñando bajo la lógica de los hacedores de la política. No sorprende, entonces, su gran fracaso.
Para empezar, hay que reconocer que los narcos son parte de nuestra sociedad; están expuestos a los mismos discursos, valores y tradiciones que los de usted y los míos, apreciado lector. El gobierno sistemáticamente los discrimina, al reproducir el discurso binario estadounidense de “ellos” y “nosotros”, “buenos” y “malos”. Este discurso, además de ser absurdo en su extrema simplicidad, opaca los múltiples matices que revelan las causas de la violencia.
En el análisis de las historias de los ex narcos, se arroja luz respecto de estos matices: ellos no se ven ni como víctimas ni como monstruos; ellos no justifican su incursión en el narco como su “única opción” para sobrevivir, como muchos estudios académicos lo aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían “más”.
Los entrevistados tampoco se ven como criminales sanguinarios, como absurdamente los representan en el cine o en las series televisivas; ellos se identifican como personas que decidieron trabajar en una industria ilegal, aunque también se definen como personas “desechables”. Ese sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general en sus vidas, hace que las valoren poco; que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio.
Este es un tema central y clave para considerar el diseño de las políticas públicas.
Una tarea central es evitar que los niños y los jóvenes se consideren desechables. Ellos se definen como los marginados de la sociedad; no se consideran parte de la sociedad civil. También permea su ética individualista, que opera en México desde la entrada del neoliberalismo a fines de los años 80. Esta ética es un arma de doble filo: no culpan al Estado o a la sociedad por su condición de pobreza, pero tampoco sienten remordimiento por sus crímenes. Consideran que ellos tuvieron “la mala suerte” de nacer pobres y marginados; sus víctimas tuvieron “la mala suerte” de caer en sus manos.
Su lógica es simple: “Cada quien que se rasque con sus propias uñas”. En las entrevistas se identifican un conjunto de regularidades e ideas a manera de “El discurso del Narco”. Este discurso produce un significado de pobreza tajante; la gente pobre no tiene futuro y, por lo tanto, no tiene nada que perder. Uno de los entrevistados afirmó: “Yo sabía que iba a crecer y morir en la pobreza, y yo le preguntaba a Dios ‘¿Por qué yo?’”.
La pobreza se entiende como una condición natural que no señala responsable. Se da por sentado que “alguien tiene que ser pobre” [Lamberto] y que “no puedes hacer nada para evitarlo” [Tavo].
Esta visión de pobreza implica una visión individualista del mundo: los individuos son responsables por su desarrollo económico y social.
“Yo sabía que estaba solo, si quería algo lo tenía que obtener por mí mismo” [Rigoleto].
Benigno Licea González es Doctor en Derecho Constitucional y Derecho Penal. Fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa”, A. C. Correo: liceagb@yahoo.com.mx