El Presidente Andrés Manuel López Obrador está enojado con el COVID-19. Pero no está molesto por las consecuencias que genera este virus a la salud de los seres humanos y a la economía mundial; nuestro mandatario está irritable porque perdió la agenda nacional. Sus temas dejaron de ser noticia, para dar paso a las repercusiones del virus. La rifa del avión presidencial (que no es rifa del avión presidencial), el Tren Maya, el aeropuerto en Santa Lucía, la refinería en Dos Bocas, entre otros, han pasado al olvido.
Está molesto López Obrador porque no cree en las medidas que están tomando, desde la Organización Mundial de la Salud hasta los países desarrollados y tercermundistas; él piensa que todo esto del COVID-19 es algo inventado o magnificado, con intereses ocultos. Sigue siendo la misma persona terca, obstinada y soberbia que siempre cree tener la razón, sin importarle atropellar y exhibir a sus mismos funcionarios, a quienes ignora.
El subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell es un ejemplo claro de la famosa frase “la política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos”. Desde hace unas semanas nos viene informando -todos los días y en medios nacionales- de las medidas preventivas que debemos de tomar, empezando por las más básicas (como no abrazar ni besar), pasando por las más complicadas (como el distanciamiento social). Hasta el cansancio las ha repetido, señalando que son las acciones más efectivas para evitar el contagio.
Estas medidas, su jefe máximo López Obrador se las pasó por “el arco del triunfo”.
En días críticos de la pandemia, decidió continuar con sus giras y eventos sin la más mínima protección, exponiéndose él y, lo más importante, a la gente. Pobre del subsecretario López-Gatell quien, en el afán de defender lo indefendible, tuvo que decir que “la fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio”. Desafortunadas palabras en medio de la zozobra.
En México no es la primera vez que atravesamos por una situación similar, como lo fue la influenza A (H1N1). La diferencia fue que en aquella ocasión “exportamos” la enfermedad -que se generó en nuestro país- hacia el mundo; ahora la “importamos” de varios países, donde el brote fue tremendamente exponencial.
Con esa experiencia adquirida en nuestro sistema de salud, y ante medidas extremas para evitar mayores contagios, el Presidente López Obrador también decidió desestimarlas. Es tal su odio y obsesión hacia el ex presidente Felipe Calderón, que prefiere exponer a los ciudadanos que tomar alguna medida que se haya puesto en marcha en aquellos momentos. Es más, ni un poco de antibacterial se quiere colocar en sus manos en las “mañaneras”, para no hacerles el juego a los que sí nos sentimos amenazados por el virus del COVID-19. Todo, menos parecer “neoliberal”.
La forma en que el Gobierno Federal está enfrentado esta crisis, en gran medida definirá el rumbo que tome la administración de López Obrador el resto de los años de su mandato. Veremos cómo le resulta su estrategia de minimizar los hechos y no tomar acciones determinantes preventivas. Es una apuesta muy alta, con resultados aún por verse. Instituciones educativas públicas y privadas, gobiernos locales, empresas, y lo más importante, familias desde el hogar, hemos decidido -ante la inacción federal- tomar nuestras propias acciones.
Imposible determinar cómo acabará a nivel mundial la emergencia. Esta historia parecería ser tomada de cualquier serie palomera de Netflix. Por lo pronto, el encierro en casa “autoimpuesto” es lo único que nos da certeza que el contagio puede ser retardado. Veremos si funciona.
Alejandro Caso Niebla es consultor en políticas públicas y comunicación, y socio fundador de CAUDAE. @CasoAlejandro