Hay violetas en el campo
que perfuman la pradera.
Y en la puerta de una choza,
la adorna una enredadera.
Sus flores están marchitas
porque no hay calor de hogar.
Y en el fondo de la estancia
se oye el eco sollozar.
Hay silencio imperdurable
y una quietud sinigual.
En un rincón, una niña
solo se escucha llorar.
Cuánto dolor se adivina
al ver aquella criatura,
que siendo tan chiquita
ya probó la desventura.
La Parca le arrebató
lo que fue calor y vida:
el gran amor de su padre
y el de su madre querida.
Su orfandad martiriza
su corazón infantil.
Entre sollozo y sollozo
ya mucho aprendió a sufrir.
Hoy se encuentra abandonada,
esperando que algún día
la muerte le haga dejar
aquella choza vacía.
Alberto Torres Barragán.
Tijuana, B.C.