La vio bajarse de una camioneta último modelo. Más o menos tanteó a la chamaca unos 14 años. Cuando mucho. Andaba más tirándole al desfiguro y lejecitos de bien arreglada. Le llamó la atención porque bajó del vehículo y empezó a caminar casi desentendida entre los demás automóviles. Debió pensar “esa muchachita no trae pasaporte”. Es que el joven estaba “haciendo cola” cuando la miró. Ya le andaba por cruzar la frontera. Venía de Ensenada rumbo al norte de San Diego, California. Normalmente cualquier conductor se la pasa viendo a los choferes o guapuras a los lados. O si quien maneja es dama, aprovecha arreglándose. Chuleándose. O si no, cuidando a los peques. Se ponen muy latosos en la espera para pasar a Estados Unidos. Pero a cualquiera le llama la atención ver a una personita salir sola de un carro en “cola”. Hay algunas con motivo no sabido: Prefieren pasar a pie y no en vehículo. Pero una casi niña no. Y su apariencia desentonaba con la modernidad de la camioneta. Por eso le llamó la atención. El joven se lo comentó a sus cinco amigos acompañantes. Venían de paseo. Pero más le llamó la atención cuando apareció otra chamaca. Y las dos se fueron derechito a ellos. Posiblemente alguno pensó: “Nos van a pedir limosna” o “a vendernos algo”. Pero no. Las pequeñas se acercaron por el lado del copiloto. Una se subió al estribo. Sin decir nada metió su mano. La puso en la entrepierna del viajero. Naturalmente, el joven le separó el brazo rápido. Tal vez pensó “…a lo mejor me quiere robar”. Fue cuando la chamaquita le dijo: Si quería sexo oral le cobraba 25 dólares. Se lo haría mientras “hacía cola”. Debía entregarle el dinero por adelantado. Ella entraría a la camioneta. Los demás automovilistas no se darían cuenta. No terminó allí. Ofreció “si quieres otra cosa” que se bajara y fueran “allí abajito del puente”. Nada más que entonces serían 50 dólares. Y aseguró que “no nos tardamos”. Le daría tiempo para regresar a la camioneta antes de cruzar la frontera.
Jóvenes pero no tarugos ni libidinosos hubo como respuesta desde un “sácate de aquí” hasta la contra-oferta: Mejor le daban 10 dólares. Pero con la condición que se fuera a su casa. La chamaca acompañada de otra dijo que no. Insistió: Faena sexual en o fuera de la camioneta. Los amigos empezaron a preguntar quién la mandó y por qué andaba metida en eso. Si sus padres sabían. La chamaca no respondió pero sí dijo que hacía un ratito estuvo “con un señor mayor de edad”. Les enseñó la billetiza. Luego advirtió a todos: Si querían, bien y si no mejor se iban. Los jóvenes insistieron preguntando. Vino el desagrado de las mujercitas. El grupo de vacacionistas vieron cómo se alejaron entre las filas de vehículos. Se quedaron admirados cuando las chamaquitas repitieron la operación de oferta a otro conductor. Uno no quiso. Pero el siguiente sí. Ya no pudieron darse más cuenta porque llegaron a la garita.
El oficial norteamericano les interrogó y revisó. Pasaron a Estados Unidos. Admirados comentaron tan sorpresivo hecho. Me imagino: Llegando a su destino debieron contarle a sus amigos, novias, esposas, compañeros de trabajo. Es una novedad. Tal vez recordaron que ya no se trata de toparse con limosneros, vendedores de figuras, tullidos y el boteo para los desamparados. O los “franeleros” famosos que andaban unos por verles las piernas a las damas. Y otros trampeando para robar a los turistas o mexicanos. El año pasado salió la novedad de los “dólar-boys” que vestidos de verde tan fosforescente como estrafalario andan ofreciendo cambiar moneda nacional por norteamericana. Todo eso se quedó chiquito ante la sorpresiva aparición de las chamaquitas ofreciéndose sexualmente. Tan natural como si anduvieran vendiendo chicles o curiosidades.
Esto no es un cuento. Me quedé sorprendido cuando me informaron. Son muy serias las personas que platicaron este episodio. Dijeron que seguramente una persona o cierto grupo están utilizando a tales chamacas. Supusieron cómo pasa en tan asquerosos “negocios”: Hasta deben cuidarlas para evitar si alguien pretende aprovecharse no pagándoles o exigiéndoles de más. No estaban seguros. Pero pudo confirmar sus dichos. Sinceramente me espanté. Luego supe por otras personas testigos de la misma escena. De cómo esas chamacas se las ingenian para andar entre los autos. Y otras personas han visto cómo pequeños se ofrecen especialmente a los señores de edad que conducen solos. Lo mismo. Faena sexual mientras “hacen cola”. Chamacas ofreciéndose a jóvenes y adultos. Pequeños a señores mayores crápulas. Naturalmente, todo esto no es un hervidero. Hasta eso saben cómo evitar ser notables. Por eso se piensa que alguien o algunos los dirigen. Si los casi niños logran convencer a tres automovilistas se ganan 75 dólares diarios. A cierta persona deben darle una parte. Y desgraciadamente otra va destinada para policías municipales comisionados en el lugar. Por el simple milagro de no ver lo que debían. Dejar hacer lo prohibido. No se tientan el corazón para impedir el abuso a las y los pequeños. Y bajo el supuesto no concedido que lo ignoran es peor. Están demostrando su gran incapacidad para vigilar el lugar con más tráfico y concurrencia de peatones en el mundo. Un policía preparado debe saber quién es quién allí. Cuál anda en busca de ganar dinero fácil. Ofreciendo qué y a quién. Cuántos son los verdaderos trabajadores honestos.
La prostitución infantil es una desgracia desde hace años en Tijuana. Está llegando a lo insoportable. Crece porque la Policía Municipal lo permite. Su misión de prevención es una engañifa a los ciudadanos. Inmoralidad. Legalmente complicidad. Está como la presencia de chamacos y adultos vendiéndose en el Parque Teniente Guerrero. Derraparon en el descaro. Ni la famosa remodelación les hace cosquillas. Al contrario. Y con eso de que a veces se permite vender cerveza, es como “Rita” después de “Katrina” en Nueva Orleáns. Pero también allí en el jardín. Ni modo que la Policía no se dé cuenta. Lo saben bien y permiten porque deben estar de acuerdo. No los dejan por aquello de “…cada quien es libre de hacer cuanto se le antoje”.
El dinero sucio de la prostitución sigue cayendo en las oficinas de Palacio Municipal. Las revisiones médicas a las mujeres de la Zona Norte han sido interrumpidas. Pagan por no pasar el examen médico. Alguien se queda con hartos billetes. Los menores de edad entran a y salen de las cantinuchas como al cine o en recreo. También los policías les ven. Pero como escribía un compañero reportero sonorense: “Les pican los ojos con dólares enrollados”. Están de adorno. A veces hasta cuidanderos de las cortesanas. Y no son zoquetes. Supe que “cobran en especie” cuando son “nuevas”. Pero dinero exigen a las veteranas. Lo más triste. Ahora hasta los moteleros deben pagar su cuota. Eso provoca la sospecha, desgraciadamente: Están permitiendo la entrada de pequeños o chamaquitas.
“Haremos de Tijuana otra ciudad como San Diego”. Eso prometieron en campaña electoral. Pero mintieron. El Gobierno Municipal reluce de torpe. Está como aquel automovilista cuando entró a una avenida equivocadamente. Y entonces se le ocurrió decir: “Mira nada más qué raro. ¡Todos los carros van en sentido contrario!” Así anda este Gobierno Municipal. Y por eso la ciudad se está degenerando. Resurge la fama de leyenda negra. Pero más grave aún: Antes el turista venía en busca de licor, placer empujado por la prohibición y lo encontraba. Luego se llegó a la verdadera prostitución. Pero ahora se topa con niños y niñas. Con hartas meretrices sometidas por mafias y ajenas a los cuidados médicos. Esto me recuerda a los amigos cuando iban a cruzar la frontera y se les acercó la chamaquita ofreciéndoles sexo. Llegaron a su destino para contarlo. Así muchos harán lo mismo. Regresarán de Tijuana con la triste novedad. “Fíjate, ahora hasta las niñas se ofrecen en la Línea”. Y tan habrá quien les despierte ansias, como sobrarán aquellos temiendo el peligro de infecciones. Tristemente los niños de la calle ya son parte en el discurso político. Les sirve de adorno a los candidatos. Y lo siguen pronunciando al convertirse funcionarios. En gobiernos pasados se siguió esta práctica. No hay uno que sea la excepción. Menos, regular o más. Pero en este municipal actual se llegó al punto de casi institucionalizar la corrupción. Y lo más grave: Repartirse las ganancias sin discreción. Como si fueran parcelas. Cada quien tiene la suya. Si el jefe los deja, bueno. No importa que vayan de por medio niños y chamaquitas.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en agosto de 2005.