16.3 C
Tijuana
martes, octubre 1, 2024
Publicidad

Mujeres y niños invisibles

Cruzar a San Ysidro demuestra ausencia de autoridades de los tres niveles y la carencia de sensibilidad y trabajo social. Aquí ejemplos inhumanos y desgarradores.

Niño mixteco que se acerca a la puerta, enfundado en una camiseta ligera, estampada en inglés. Toca el cristal para vender “mazapanes”; apenas pronuncia palabras, pone en cada ventana una cajita de cartón llena de dulces. A distancia esta su madre con cinco niños, vigilando. El niño causa admiración y ternura de solo verlo con sus ojos limpios, transparentes y respondiendo a los clientes “Eduardo, cinco años, de Oaxaca”. No va a la escuela, vive lejos y no tiene casa; menos padre. De carita redonda, con una aurea de ángel y simpatía natural, los ojos grandes y negros, serio, un poco cansado, apenas sonríe. De pronto se acercan sus hermanitos y la mujer bonita que los cuida (y a la que obedecen); miran sobre mis hombros con miedo, ven de reojo y viene un policía, a los niños les cambia el semblante. Se ponen a la defensiva, tensos; sus ojos cambian y se alertan. Resisten y esperan que pase el “placa”, quien dispara una orden.

“Señora, ya no es hora, retírense a su casa; es tarde, hace frío y se les van a enfermar los chamacos”. Se van corriendo entre los autos y la valla de alambre y concreto, respirando el smog de todo el día. El grupo de pequeños, la madre y el infante moreno, de pelo corto y erizado, aquí trabajan diario, bajo la mirada del mundo.

A lo lejos se ve una mujer de edad avanzada, envuelta en su rebozo negro, delgada y de caminar lento; en cada puerta del conductor se detiene a ofrecer sus chicles “Canels”. Cuando llega a tu puerta, sientes encima la mirada triste, fija, cansada, que dice poco, pero mucho a la vez, una mujer indígena que aparenta más de seis décadas, con pelo blanco. No puedes evitar conversar con ella antes de comprarle algo de su mercancía. Tiene hijos e hijas, sí, pero la han abandonado a su suerte; según dice, tiene apenas una semana en la frontera. Parece un poco asustada, a la defensiva de las preguntas; pero como fantasma desaparece de mi vista, al pasar un segundo personaje en su silla de ruedas. Este lleva prisa y no caben los dos en el estrecho pasillo, casi la atropella y se la lleva por delante; y la pierdo en el espejo.

Inmovilizada en una vieja silla de ruedas, está aparentemente sola en medio de las filas de autos que avanzan lento; de tez morena, pasada de peso. Cimbra y conmueve solo verla a lo lejos y, cuando te acercas, el primer impulso es hacer algo; esa es la primera sensación de esta realidad. Entre sus manos porta un letrero. “Enferma”. Pide apoyo para comprar medicamentos porque es diabética, con alta presión, y una discapacidad mayor. Y te preguntas: ¿Cómo llegó a este punto saturado de tráfico, de smog? ¿Quién le ayuda? ¿En dónde come y bebe? ¿Cómo sobrevive una persona con este perfil lacerante? ¿Cuántos ingresos logra en una jornada de 10 horas o más? O asalta la neurona maliciosa a la cabeza: ¿A quién explota desde esta situación de abandono? Alguien se bajó del auto y le dio un billete a esta anciana; y al instante, de la nada, saltó un vago a pedir su parte.

Mestiza de edad avanzada, deportada, trabajó cosechando fresa, naranja, manzana y uva en los campos de Arizona y California. Tiene dos hijas en Estados Unidos; una de ellas en Las Vegas, quien limpia casas, y a veces le envían dinero. Pide ayuda vendiendo dulces. Es una guerrera alegre que no se dobla ante nada.

Extremadamente delgada, rubia sajona, encorvada, con una capucha que le cubre parte del rostro, se para enfrente de tu ventana y mira a tu cara en silencio; volteas y sin dejarse ver la cara, se va. Sufren y sientes un cuchillo moral en la piel. No hay condiciones mínimas de preguntar; quedo mudo, se borra y se registra todo… Un mundo de preguntas, oscuro y extraño. Luego la mujer camina y se detiene en medio de los autos, se encorva aún más y ahí se queda estatua por largos minutos. ¿Qué mensaje envía su quietud? No se entiende qué le pasó; si descansa, le dolió algo, llamando la atención o qué está pasando por su mente.

Algo anda de cabeza. ¿Por qué existen y no existen?

Y ante la miseria, ¿qué hacemos la sociedad y el Estado?

 

M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana. Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
- Publicidad -spot_img

Puede interesarte

-Publicidad -

Notas recientes

-Publicidad -

Destacadas