Llegamos al aeropuerto de Tuxtla a las 8 de la mañana del horario local; habíamos salido a las 2 de la mañana de Tijuana, en un vuelo con sobreventa. Un pasajero, con todo derecho, no abandonaba su asiento ante la presión del agente de Volaris; este intentaba convencerlo de bajar del avión. Argumentaba que el pasajero saldría en el siguiente vuelo a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, pero no lo convencía y pasaba el tiempo. El silencio absoluto de los pasajeros dominó; mientras, crecía la tensión. Pasaron 10 minutos de forcejeo de palabras. Una joven intervino y ofreció la solución: se llevaría en brazos a su niña; aplaudimos su sacrificio. La línea, en agradecimiento, le regalo un vuelo.
Tras casi cuatro horas, con el amanecer tomamos un taxi del aeropuerto de Tuxtla, a 25 kilómetros de la capital chiapaneca y 100 kilómetros de San Cristóbal de las Casas (SCC). Despertamos rodeados de un verde intenso, de espacios despoblados, una carretera en ascenso y, luego de franca subida, llegamos a lo alto de las montañas y al alto centro geográfico de Chiapas. Abundante vegetación, humedad, naturaleza y vida silvestre nos ofrecieron un impresionante impacto visual, contrastado con cerros pelones, desiertos, cactus y piedras de nuestra península yumana.
Fue una admiración de los cerros muy inclinados, donde se siembra la tierra fértil, que la generosa lluvia les bendice cualquier semilla y cultivo; entre cerros empinados y la prodigiosa productividad, desafiando la ley de la gravedad, observamos imágenes inolvidables. El mensaje: la bendición de esta rica región textil, agrícola, social y su cultura prehispánica. Paradoja brutal que esta riqueza, junto con Guerrero y Oaxaca, sea de los estados más marginados respecto al desarrollo humano y bienestar.
San Cristóbal, con 150 mil habitantes, es pequeña y nadie se pierde, de día o de noche; la gente, amable y abierta. Es notable un crecimiento -por el turismo que ha impulsado su economía- en su mejora urbana, sus espacios públicos y redescubrir la vocación de anfitriones que tiene la población del sur. Porque SCC no es la excepción.
Con el peso del hambre y desvelada, caminamos al mercado municipal a desayunar, transitando por calles angostas empedradas, banquetas estrechas, adoquinadas, y zanjas abiertas por mejoras urbanas. Vías con muchos paseantes, aparadores, restaurantes, tiendas de ropa, bares, hoteles y poquísimos bancos; por curiosidad, probamos los chapulines para paladear sabores extraños y ricos en proteínas (con el antojo de frutas, nueces en carretilla y otros alimentos raros).
El mercado público José Castillo Tielemans, lleno de locales pequeños, con pasillos llenos de mil cosas y difícil para moverse con tanta gente. Frescas y bellísimas flores, productos naturales, medicinales, cremas y bálsamos de marihuana, frutas, verduras, gallinas, gallos, puerquitos, pericos, cotorras, pájaros, pescados y carnes rojas.
Nos instalamos en una fonda para comer unos tamales (de pollo, res o maíz), unos taquitos de cabeza y unas mojarras. Bellas jóvenes, naturales, trabajan con sus madres y abuelas, todas amigables.
En el parque frente al antiguo Palacio, famoso el 1 de enero de 1994, un grupo musical de 10 güeritos (¿europeos o gringos?) tiene atento a un nutrido público, que provoca a bailar. Bailamos, unos con los ojos y otros soltándose el ritmo, habiendo espacio, y desinhibidos; se prende la mecha de la alegría y danzando, con sonrisas, se esfumó el cansancio.
Se acercan niños y niñas a vendernos collares y pulseras de cuarzo, ámbar, a precios de ganga. El costo de la vida en este punto del país es bajo; los salarios son también pequeños.
La señora que vende tamales, que en la tarde es maestra de primaria, se acompaña de otra profesora. Comentan que no están conformes con la alcaldesa de Morena; que la presidente viene de Oaxaca, pero que Andrés Manuel la recomendó y el voto por AMLO arrastró a buenos, regulares y malos. Que tienen abandonado el mercado, pero se les cobra religiosamente la renta (y vienen los aumentos, sin mejoras). Comentan que los pueblos indígenas sí están muy conscientes, politizados, organizados y con mucho poder para exigir el cumplimiento de promesas y sus demandas.
Lo último que hicieron todos fue secuestrar los camiones de la basura; pacíficamente, sin violencia, se los llevaron a sus pueblos que rodean San Cristóbal y presionaron hasta que les resolvieron las demandas. Vencieron al gobierno local y regional. Pero San Cristóbal estuvo dos semanas sin recolección de residuos. Esto es una probadita del carácter de Chiapas.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana. Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com