El narrador y traductor al portugués de autores del boom entregó a Almadía el libro de cuentos “Las tres estaciones”. “Creo que la función del escritor es inventar una mentira creíble”, expresó a ZETA el autor. Y sentenció: “Escribir es revisar, cortar, tachar”
Uno de los cuentistas brasileños más importantes en lengua portuguesa es Eric Nepomuceno, quien ha sido publicado en español por la editorial mexicana Almadía desde 2012, cuando entregó “Bangladesh, tal vez” y recientemente, en 2018, el sello oaxaqueño editó su segundo libro “Las tres estaciones”.
“Fui llevado a Almadía por mi amigo Juan Villoro hace algunos años. Publicaron mi primer libro ‘Bangladesh, tal vez’ y resultó una edición muy hermosa, muy elegante; y ahora, pasado algún tiempo, yo les mandé otra colectánea de cuentos, ‘Las tres estaciones’”, expresó a ZETA el narrador.
Antes de revelar a este Semanario algunos secretos sobre sus oficios como cuentista y traductor, Nepomuceno insistió en reconocer a la editorial independiente Almadía, caracterizada por traer a nuestro idioma a autores de diversas lenguas.
“Quiero reiterar que las ediciones de mis libros en Almadía son las más hermosas y más elegantes que tuve en cualquier país”, valoró el autor, quien también recordó sus andanzas con Eduardo Galeano.
HACE 45 AÑOS
Transcurría 1973 cuando Eric Nepomuceno (Brasil, 1948) se exilió en Buenos Aires, Argentina, tras la dictadura militar de Emílio Garrastazu Médici, cuando tenía 25 años de edad. Ahí se encontró con Eduardo Galeano (Uruguay, 1940), quien en ese momento tenía 28 años, fundador de la revista Crisis.
“Yo estaba exiliado en Buenos Aires, estaba muy joven, tenía 25 años. Yo estaba con Eduardo Galeano desde el número cero de la revista Crisis, yo ya escribía cuentos”, rememoró Nepomuceno.
De aquella época, en “Las tres estaciones” (Almadía, 2018), Eric Nepomuceno incluye su primer cuento, “Telefunken”, publicado en 1973 en Crisis.
“Un día Eduardo Galeano me pidió dos o tres cuentos cortos y ‘Telefunken’ se publicó en la revista Crisis en Buenos Aires; era natural, porque yo publicaba mucho en Crisis entrevistas, crónicas y, bueno, los cuentos”.
Se le cuestionó si su primer cuento publicado en Crisis ha sido reescrito cuatro décadas después para la versión del libro, “Las tres estaciones”:
“‘Telefunken’ fue escrito en 1973, hace 45 años. No me gusta releerme porque me vienen ganas de cambiar cosas, pero lo que publicado fue, publicado está, son mis hijos, con sus sombras, sus luces, sus defectos, yo no cambio nada. La primera vez que fue publicado fue en Crisis, que en la época era la publicación cultural más importante de América Latina, dirigida por Eduardo Galeano. Mi primer cuento fue publicado en castellano en esa revista, lo que para mí es una razón de mucho orgullo, mucha alegría”, aseguró Eric Nepomuceno.
“UNO ES LO QUE ESCRIBE Y UNO ESCRIBE LO QUE UNO ES”
En “Las tres estaciones”, Eric Nepomuceno entrega 14 cuentos escritos en 45 años de trayectoria. Contados esencialmente en primera persona desde la niñez, pasando por la adolescencia y juventud, hasta la edad adulta, en sus cuentos abunda de repente el descubrimiento y desconcierto, cuando parecía que no iba a ocurrir nada.
“Los cuentos ya los tenía en otros libros, otros no, otros salen aquí por primera vez. Al ordenar esa colectánea traté de buscar un hilo conductor, porque al fin y al cabo los personajes son más o menos los mismos, van de la infancia a la pérdida de la inocencia, al encuentro con un mundo de violencia, de perversidad, de maldad, y hacia una cierta tranquilidad de la madurez. ‘Las tres estaciones’ es como una película armada a partir de escenas de otras películas mías.
“El hilo conductor es la cronología de los personajes o de los temas; de la infancia a la primera vida adulta, luego hay cuentos de mucha violencia que es una especie de impacto de la vida, la pérdida de la inocencia de la primera parte del libro; y luego hay una secuencia de cuentos de una etapa más serena de la vida. Pero serenidad no significa calma, tranquilidad, apatía; es la vida como ella es”.
— ¿Qué es el cuento para Eric Nepomuceno?
“No me acuerdo quién lo dijo, si Cortázar o García Márquez: El cuento es una fotografía, la novela es una película. Eso sí lo dijo Cortázar: en el cuento tú tienes que ganar por knockout, no se gana por puntos, en una novela sí. La novela puede tener bajones y luego recuperarse, el cuento no. El cuento es la forma que más me gusta de escribir y muchas veces de leer.
“Muchas veces me preguntan los editores por qué nunca escribí una novela, ‘el cuento vende menos que la novela’. Escribí una novela en el 77, 78, y creo que escribir es revisar, cortar, tachar; reescribí la novela y cuando quedó lista tenía 68 páginas de tanto que corté yo, es un relato largo, ‘Memorias de un septiembre en la plaza’ (1979). Nunca me preocupé por eso de las formas, la historia nace como nace, viene como viene. Si algún día me nace una historia larga tendré una novela, si no, no; nunca me preocupo por eso”.
A propósito de la primera persona en sus cuentos y los escenarios latinoamericanos que pululan en sus obras, se le cuestionó:
— ¿Qué tan autobiográficos son sus cuentos?
“Uno es lo que escribe. ¿En qué sentido son autobiográficos? Yo nunca maté a nadie, nunca me mataron, nunca fui madre, pero son situaciones que me vienen y las vivo así. Creo que la función del escritor es inventar una mentira creíble, muchas veces voy a un café o un restaurant solo y me quedo mirando a la gente, y puedo imaginar lo que dice una pareja, y contarles después lo que dijeron el uno al otro sin que yo haya oído nada; a partir de una imagen que quiere la memoria, ahí viene la historia, así trabajo yo, no hay nada pensado por anticipado.
“Soy un depósito de memoria, ahí sí todo es autobiográfico porque de alguna manera lo viví, lo recuerdo, lo que no quiere decir que ocurrió tal como está y que sea yo el personaje; uno es lo que escribe y uno escribe lo que uno es”.
“TRADUCIR PARA MÍ ES VER EL PAISAJE DESDE ADENTRO”
Entre anécdotas y reflexiones, el célebre traductor al portugués de famosos autores como Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Eduardo Galeano, por citar unos cuantos, también confesó a ZETA algunos de sus secretos de sus andanzas en los andamiajes de la traducción.
“Traduje a Bustos Domecq, el seudónimo con que Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges escribían novelitas policiales, como divertimiento de ellos; traduje a Galeano, ‘Gabo’, Cortázar, Onetti. Y de mexicanos a Rulfo, mi vicepadre de los años que yo viví aquí en México, él era muy amigo mío”.
Aunque es reconocido por llevar al portugués a la mayoría de los autores del boom, Nepomuceno aclaró:
“Traduje también gente de fuera del boom: Juan Villoro, Antonio Skármeta, Senel Paz. Yo soy anti traductor, no soy profesional de la traducción; traduje ochenta y pico de libros porque quise traducir. La dificultad técnica existe en un texto de cinco líneas o de 500 páginas. Siempre traduje por afecto o por algún libro que me instigaba, así que no tengo ninguna técnica, ninguna observación”.
Entonces trajo a la memoria las traducciones de “Pedro Páramo”, “El gallo de oro” y “El llano en llamas”, de Juan Rulfo; y “El perseguidor” de Julio Cortázar:
“Rulfo era traducido en Brasil pero no le gustaban las traducciones, él conocía bien el portugués de Brasil y me pedía todo el tiempo ‘¿por qué no me traduces?’, pero había cuestiones editoriales de contrato. Hace algunos años vencieron los contratos de Rulfo en Brasil, mi editorial Record los compró y me pidió traducir. A veces me preguntan cuál es la gran dificultad de traducir a Rulfo, hay infinitas dificultades, pero para mí la peor de todas es que cuando terminé ‘Pedro Páramo’ (Record, 2004) no pude llamarlo para celebrar a Juan: ‘lo logré, cumplí con tu pedido’. Él había muerto décadas antes (17 de enero de 1986).
“Lo mismo con Cortázar: Julio me pedía ‘tradúceme ‘El perseguidor’, un cuento del libro ‘Las armas secretas’, que yo intenté por años; las editoriales me decían ‘el libro ya está traducido’ y no estaba. Cortázar murió en febrero de 1984, en el año 90 una editora me llama y me dice ‘mira, asumí la dirección de tal editorial, quiero publicarte’, y yo dije ‘tengo una editorial, tengo un compromiso y de traducción no tengo nada, gracias, muy amable’. Al rato de colgar dije ‘quiero traducir un libro de Cortázar’.
“Qué curioso, con ese libro, ‘Las armas secretas’ (J. Olympio, 1994), gané mi segundo Prêmio Jabuti, que es el segundo premio más importante en Brasil de traducción. El cheque era interesante, pero lo que yo quería era llamar a París y decirle ‘Julio, hermano, lo logré’. O sea, la gran dificultad para mí, más allá de cualquier dificultad técnica, que las hay y muchas, es esa cosa de afecto, de poder llamar y decir ‘mira, lo logré’”.
— ¿Cuál es su prioridad al traducir? La idea, el ritmo, el tono, la musicalidad, la metáfora…
“Hay que buscar la atmósfera. El libro de memorias del ‘Gabo’, ‘Vivir para contarla’ (Record, 2003), yo no lograba dar con el tono. Tenía un pacto con ‘Gabo’: nunca consultarlo, nunca, jamás nada. Por coincidencia lo llamé porque yo venía a México y quería invitarlo a almorzar en casa de él, yo lo invitaba a almorzar en casa de Mercedes (esposa de García Márquez), era una broma nuestra; yo estaba empezando esa traducción y empecé a acordarme de cuando sentados en la cocina me contaba cosas, que eso es de una intimidad muy cálida, ahí me vino el tono de la voz de él y el tono para empezar la traducción. O sea, si yo cuento eso a un traductor profesional me creerá loco, por eso digo, no soy traductor profesional.
“Cuando terminé ‘Vivir para contarla’ era de madrugada, era en la casa que tengo en la sierra al lado de Río, yo lloraba a los gritos, mi estudio era la parte de arriba de la casa, mi mujer se despertó, ‘¿Qué pasó?’. Era una maravilla y no podía llamarlo porque eran las cinco de la mañana en Río, las dos de la mañana en México, no lo iba a llamar; lo llamé sí, al otro día. Así traduzco yo”.
Así llegó la sentencia de Eric Nepomuceno hacia el desenlace de la entrevista con ZETA: “Traducir para mí es ver el paisaje desde adentro y no de la ventanilla del tren o del bus, hay que estar ahí adentro, y es un triángulo amoroso donde todos son fieles: yo tengo que ser fiel a mi idioma, al idioma del autor y al autor; ése es mi norte a la hora de traducir literatura en general. La literatura es música: hay melodía, hay acordes, hay disonancias, hay silencio, hay un tono; eso es lo que hay que buscar en primer lugar”.