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domingo, octubre 6, 2024
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Walt Whitman, “profeta de la vida natural”: Alfonso René Gutiérrez

Como parte de las actividades que se llevan a cabo alrededor del mundo en torno al bicentenario del nacimiento del poeta Walt Whitman (Estados Unidos, 31 de mayo de 1819-26 de mayo de 1892), el escritor Alfonso René compartió la lectura del ensayo “Walt Whitman bajo el prisma de José Martí”, durante la apertura del X Festival de Poesía Tijuana-San Diego en el Foro Luna del Centro Cultural Tijuana (CECUT) el viernes 26 de julio.

Ante un centenar de asistentes, desde escritores participantes, público en general y hasta Francisco Céspedes que escuchó atento la disertación sobre Whitman, Alfonso René Gutiérrez recordó que fue gracias a José Martí que el poeta estadounidense se dio a conocer en México y Argentina.

“En esta mínima conmemoración por el bicentenario de Walt Whitman, evocaremos el momento en que su figura se dio a conocer entre nosotros a través del ensayo ‘El poeta Walt Whitman’ de José Martí. Este memorable texto, escrito en Nueva York en abril de 1887 y publicado ese mismo año en los periódicos El Partido Liberal de México y La Nación de Buenos Aires, hace de Martí el pionero en la proyección del poeta fuera del ámbito de la lengua inglesa, pues incluso en Francia la recepción de Whitman comienza solo a partir del ensayo de Gabriel Sarrazine, ‘Poètes modernes de l’Amerique, Walt Whitman’, publicado el 1 de mayo de 1888 en La Nouvelle Revue”, leyó su conferencia el escritor Alfonso René Gutiérrez.

Durante 50 minutos de lectura de su elocuente ensayo, el ex catedrático de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) mantuvo expectantes a los visitantes y mientras leía invitaba al público a leer algunos fragmentos que citaba en su disertación de Whitman, entre ellos Eduardo Hurtado, Víctor Soto Ferrel, Ruth Vargas Leyva, por citar algunos.

“Cuando Martí escribe su semblanza, Whitman se ha impuesto sobre los escritores estadounidenses que lo venían descalificando, los que en su mayoría ahora lo han reconocido”, reconoció el poeta Alfonso René Gutiérrez.

Y advirtió:

“Martí señala en seguida una cualidad que observarán otros en Whitman: ‘Sólo los libros sagrados de la  antigüedad, ofrecen una doctrina comparable por su profético lenguaje y robusta poesía, a la que en grandiosos y sacerdotales apotegmas emite, a manera de bocanadas de luz, este poeta viejo, cuyo libro pasmoso está prohibido’”.

Sentenció Alfonso René Gutiérrez sobre el autor de “Canto a mí mismo”: “En Whitman, profeta de la vida natural, reconoce asimismo Martí un profetismo erótico. Su omnicomprensivo espíritu revolucionario se manifiesta favorable a la otredad sexual de Whitman, se muestra ajeno a la actitud hostil para con esa exterioridad del binarismo genérico. Claramente ve que en la moderna crisis de valores, al lado mismo de la serpiente se halla el ángel del amor universal”.

A continuación, se publica el ensayo íntegro titulado “Walt Whitman bajo el prisma de José Martí” que el escritor Alfonso René Gutiérrez compartió con los lectores de ZETA, mismo que leyó durante la décima edición del Festival de Poesía Tijuana-San Diego:

 

 

“Walt Whitman bajo el prisma de José Martí

 

Por Alfonso René Gutiérrez

 

Apreciable público,

 

En esta mínima conmemoración por el bicentenario de Walt Whitman,  evocaremos el momento en que su figura se dio a conocer entre nosotros a través del ensayo “El poeta Walt Whitman” de José Martí. Este memorable texto, escrito en Nueva York en abril de 1887 y publicado ese mismo año en los periódicos  El Partido Liberal de México y La Nación de Buenos Aires, hace de Martí el pionero en la proyección del poeta fuera del ámbito de la lengua inglesa, pues incluso en Francia la recepción de Whitman comienza solo a partir del ensayo de Gabriel Sarrazine, “Poètes modernes de l’Amerique, Walt Whitman”, publicado el 1 de mayo de 1888 en La Nouvelle Revue.

 

Cuando Martí escribe su semblanza, Whitman se ha impuesto sobre los escritores estadunidenses que lo venían descalificando, los que en su mayoría ahora lo han reconocido; esta circunstancia (propiciada por el cambio que la Guerra de Secesión significó para su poesía, en la que prácticamente desaparece el erotismo previo) se refleja en el texto martiano desde las líneas iniciales:

 

“‘Parecía un dios anoche, sentado en su sillón de terciopelo rojo, todo el cabello blanco, la barba sobre el pecho, la mano en un cayado.’ Esto dice un diario de hoy del poeta Walt Whitman, anciano de setenta años, a quien los críticos profundos, que siempre son los menos, asignan puesto extraordinario en la literatura de su país y de su época.”

 

Martí señala en seguida una cualidad que observarán otros en Whitman: “Sólo los libros sagrados de la  antigüedad, ofrecen una doctrina comparable por su profético lenguaje y robusta poesía, a la que en grandiosos  y  sacerdotales apotegmas emite, a manera de bocanadas de luz, este poeta viejo, cuyo libro pasmoso está prohibido.” Esta solemne imagen del anciano y profético  bardo, paradojal autor de un libro prohibido del que solo críticos profundos reconocen el valor auténtico, moverá después a un joven a escribir unos versos que serán como un correlato del apasionado texto de Martí (a quien este joven luego ha de reconocer como uno de “mis maestros de prosa”): Rubén Darío, que entre los “Medallones” del libro que le daría fama ofrecerá su soneto a Whitman:

 

En su país de hierro vive el gran viejo,
bello como un patriarca, sereno y santo.
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo
algo que impera y vence con noble encanto.

Su alma del infinito parece espejo;
son sus cansados hombros dignos del manto;
y con arpa labrada de un roble añejo
como un profeta nuevo canta su canto.

Sacerdote, que alienta soplo divino,
anuncia en el futuro, tiempo mejor.
Dice al águila: «¡Vuela!»; «¡Boga!», al marino,

y «¡Trabaja!», al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino
con su soberbio rostro de emperador!

 

Tiempo después recordaría Darío el Whitman retratado por Martí, “patriarcal, prestigioso, líricamente augusto”, con el que guarda un parecido el que ―relacionándolo con los místicos orientales y los antiguos profetas― Sarrazine había presentado.

 

Martí pone el acento en el profetismo de lo natural, idea rectora de su ensayo, luego de indicar que, aunque pasmoso, el libro de Whitman ha sido prohibido: “¿Cómo no, si es un libro natural?” Empieza así a diagnosticar la civilización moderna: “La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que la poesía les da el deseo y la fuerza de la vida.” Qué duda cabe que él habría fustigado también en estos tiempos ese mismo sistema civilizatorio, al verificar las trampas que para el deseo y la fuerza de la vida  ha supuesto el progreso industrial; al comprobar este embozado engaño, que su visión privilegiada no pudo prever ―como casi nadie hasta hace poco pudo hacerlo― en el encomio del whitmaniano canto a “la ciudad amable y férvida, con sus ruidos de vida, su trabajo graneado, su múltiple epopeya, el polvo de los carros, el humo de las fábricas jadeantes”, y al contemplar en vez de la afirmación de ese deseo, la futura realización de estas conjeturas:

 

“¿A dónde irá un pueblo de hombres que hayan perdido el hábito de pensar con fe en la significación y alcance de sus actos? Los mejores, los que unge la naturaleza con el sacro deseo de lo futuro, perderán, en un aniquilamiento doloroso y sordo, todo estímulo para sobrellevar las fealdades humanas; y la masa, lo vulgar, la gente de apetitos, los comunes, procrearán sin santidad hijos vacíos, elevarán a facultades esenciales las que deben servirles de meros  instrumentos, y aturdirán con el bullicio de una prosperidad siempre incompleta la  aflicción irremediable del alma.” Sin duda alguna mantendría Martí en nuestros días su visión revolucionaria, al constatar que en la celada de lo que llamó René Guenon el reino de la cantidad no solo los comunes, no solamente la masa sino la entera sociedad ha sido sometida; que han aturdido unos y otros, con el bullicio de una prosperidad siempre incompleta la  aflicción irremediable del alma.

 

En Whitman, profeta de la vida natural reconoce asimismo Martí un profetismo erótico. Su omnicomprensivo espíritu revolucionario se manifiesta favorable a la otredad sexual de Whitman, se muestra ajeno a la actitud hostil para con esa exterioridad del binarismo genérico. Claramente ve que en la moderna crisis de valores, al lado mismo de la serpiente se halla el ángel del amor universal. El poeta “no vive en Nueva York”: “vive, cuidado por ‘amantes amigos’ —pues sus libros y conferencias apenas le producen para comprar pan— en una casita arrinconada en un ameno recodo del campo, de donde en un carruaje de anciano le llevan los caballos que ama a ver a los ‘jóvenes forzudos’ en sus diversiones viriles, a los ‘camaradas’ que no temen codearse con este iconoclasta que quiere establecer ‘la institución de la camaradería’”.

 

SEPARANDO LAS HIERBAS DE LA PRADERA (The prairie-grass dividing)

Separando las hierbas de la pradera, aspirando su perfume singular,

Les pido una espiritual correspondencia,

Pido la más copiosa y estrecha camaradería entre los hombres,

Pido que se recojan las briznas de las palabras, de los actos, de todos los seres,

Los que viven al aire libre, asoleados, toscos, lozanos, sustanciosos,

Los que tienen buen porte, erguidos, que avanzan con paso desenvuelto e imponente, los que conducen y no siguen,

Los de incontenible audacia, los de carnes fragantes y lozanas, puras e inmaculadas,

Los que miran indiferentes en plena cara a los presidentes y gobernantes, como diciéndoles: ¿quiénes sois?,

Los que desbordan terrenas pasiones, simples, nunca apremiados, jamás obedientes.

Los del corazón de América.

 

Una de las virtudes admirables de Martí es así su distancia de la moralina (para usar la palabra de Baroja) de la época, la que llevó a un crítico y editor de la Inglaterra victoriana, William Rossetti (hermano de Dante Gabriel) a publicar una selección de Hojas de Hierba sin los poemas que podrían ofender a los lectores afectos a la hoja de parra, causando con ello la indignación del poeta, que deploraría el “horrible desmembramiento de mi libro”; incluso Emerson, su maestro amado, le sugerió que suprimiera los poemas comprometedores, cosa a la que Whitman desde luego se resistió: “¿En qué crees tú que se convertiría Hojas de Hierba” preguntó a su discípulo Horacio Traubel, “con los Hijos de Adán tirados por la borda? ¿En qué? ¿En qué?… En una cifra: eso es todo: ¿en qué se convierte un hombre que ha perdido su virilidad?”

 

Es notable entonces por decir lo menos, la equilibrada aceptación martiana de poemas como los de la serie mencionada útimamente, o como “Calamus”, “el libro enormemente extraño”, escribe Martí, “en que canta el amor de los amigos: ‘Ni orgías, ni ostentosas paradas, ni la continua procesión de las calles, ni las ventanas atestadas de comercios, ni la conversación con los eruditos me satisface, sino que al pasar por mi Manhattan los ojos que encuentro me ofrezcan amor: amantes, continuos amantes es lo único que me satisface.’” (Martí cita el poema “Ciudad de orgías” —“City of Orgies.) Mas, “¿qué dará idea —advierte— de su vasto y ardentísimo amor? Con el fuego de Safo ama este hombre al mundo.”

 

¡OH TÚ, AL QUE A MENUDO Y SILENCIOSO ACUDO! (O you whom I often and silently come.)

¡Oh, tú, al que a menudo y silencioso acudo donde te encuentres, para poder permanecer contigo!

Mientras camino a tu lado, o cuando junto a ti me siento, o cuando contigo permanezco en la misma estancia.

Poco conoces del sutil fuego eléctrico que por ti en mí arde.

 

Proteica poesía en la que florecen junto a la glorificación de las ciudades y las mutitudes, esas como delicadas lilas sáficas, o estos azafranes como bosquejados por Cavafis:

A TRAVÉS DEL INTERSTICIO (Through an interstice)

A través del intersticio de la puerta, el vistazo

De un grupo de obreros y cocheros en el bar, rodeando la estufa, tarde ya en la noche invernal, y yo, arrinconado, inadvertido por todos,

Fuera de un joven que me ama y al que yo amo, que silencioso se aproxima sentándose a mi lado, con el propósito de asirme por la mano

Durante un prolongado momento, en medio del bullicio, de las idas y venidas, de las libaciones y de las blasfemias y obscenas burlas;

Allí permanecemos los dos, satisfechos, felices de estar reunidos, hablando poco, a veces hasta sin decimos una sola palabra.

 

O aquel cuadro, como sacado de la vida de Rimbaud, de exaltación paroxística:

NOSOTROS, DOS MUCHACHOS, ABRAZÁNDONOS (We two boys together clinging)

Nosotros, dos muchachos, abrazándonos, mutuamente,

Sin separarnos jamás uno del otro,

Recorriendo juntos los caminos, realizando excursiones de norte a sur,

Complaciéndonos en el vigor, ensanchando los codos, apretando los dedos,

Armados y sin temor, comiendo, bebiendo, durmiendo, amando,

Sin admitir más ley que la nuestra, navegando, soldadescos, robando, amenazando,

Alarmando a los avaros, serviles y sacerdotes, tomando aire, bebiendo agua, y bailando en los prados o en las playas,

Inquietando las ciudades, desdeñando la quietud, mofándonos de las estatuas, disipando la debilidad,

Colmando nuestra aventura.

 

“El lecho”, escribe Martí, “es para él un altar. ‘Yo haré ilustres, dice, las palabras y las ideas que los hombres  han prostituido con su sigilo y su falsa vergüenza: yo canto y consagro lo que consagraba el Egipto.’” Y agrega: “Ese lenguaje ha parecido lascivo a los que son incapaces de entender su grandeza. […] Y cuando canta en Los Hijos de Adán el pecado divino, en cuadros ante los cuales palidecen los más calurosos del Cantar de los Cantares, tiembla, se encoge, se vierte y dilata, enloquece de orgullo y virilidad satisfecha, recuerda al dios del Amazonas que cruzaba sobre los bosques y los ríos  esparciendo por la tierra las semillas de la vida: ‘¡mi deber es crear!’”:

 

NATIVOS INSTANTES (Native moments)

Nativos instantes —cuando llegáis a mí— ¡ah! ya estáis de nuevo,

Dadme ahora únicamente libidinosos placeres,

Dadme la saturación de mis pasiones, dadme una vida rústica y exuberante,

Hoy acompañaré a los amantes de la Naturaleza, y esta noche también,

Yo estoy con aquellos que creen en los desenfrenados deleites,

Yo comparto con los jóvenes las orgías de la medianoche,

Yo bailo con los bailarines y bebo con los bebedores,

El eco resuena con nuestros indecentes gritos,

Yo escojo a cualquiera para que sea mi dilecto compañero,

El ha de ser rebelde, rudo, iletrado, él ha de estar condenado por los otros a causa de sus faltas conocidas,

Yo no quiero seguir más tiempo con este papel, ¿por qué he de separarme de mis camaradas?

¡Oh! ¡Vosotros, los rechazados!

Yo, al menos, no os rechazo,

Yo me reúno libremente con vosotros, quiero ser vuestro poeta,

Quiero ser para vosotros más que todo el resto.

 

“Si entra en la yerba, dice que la yerba le acaricia”, escribe Martí, “y el más inquieto novicio no tendría palabras tan fogosas para describir la alegría de su cuerpo, que él mira como parte de su alma, al sentirse abrazado por el mar. Todo lo que vive le ama. La tierra, la noche, el mar le aman; ‘¡penétrame, oh mar, de humedad amorosa!’ Paladea el aire. Se ofrece a la atmósfera como un novio trémulo. Quiere puertas sin cerraduras y cuerpos en su belleza natural.”

 

Comprende pues Martí, con sabiduría extraordinaria y adelantándose a su tiempo la cuestión del amor homosexual: “Imagínese”, comenta, “qué nuevo y extraño efecto producirá ese lenguaje henchido de animalidad soberbia cuando celebra la pasión que ha de unir a los hombres. Recuerda en una composición del ‘Calamus’ los goces más vivos que debe a la naturaleza y a la patria; pero sólo a las olas del océano halla dignas de corear, a la luz de la luna, su dicha al ver dormido junto a sí al amigo que ama.”

 

CUANDO SUPE AL CABO DEL DÍA (When I heard at the close of the day)

Cuando supe al cabo del día cómo mi nombre había sido recibido con aplausos en el Capitolio, la noche que sobrevino no fue de felicidad para mí,

Y cuando anduve de jarana o cuando mis planes no se cumplieron, no fui feliz,

Pero, el día en que abandoné el lecho al amanecer, con el sentimiento de una salud perfecta, fresco, cantando, aspirando el hálito del otoño en sazón,

Cuando vi a la luna llena descender pálida en el oeste para desaparecer en la claridad de la mañana,

Cuando vagué solitario por la playa, desnudo me bañé, con las olas frías y vi la salida del sol,

Y cuando pensé que mi amigo querido, mi amante, se aproximaba, ¡oh!, entonces fui feliz,

Entonces cada ráfaga fue más fragante y en todo aquel día mi comida me sustentó más, y el hermoso día transcurrió mejor,

Y el siguiente transcurrió con igual regocijo, y en el siguiente, al anochecer, llegó mi amigo,

Y en la noche aquella, cuando todo estaba silencioso, escuché el lento y continuo fluir del agua por la ribera,

Yo escuché el susurro del líquido en las arenas, cual si murmurara congratulándome,

Porque aquel que yo más amo dormía tendido a mi vera, bajo las mismas cobijas, en la fría noche,

En el silencio, al claror de la luna otoñal, su rostro vuelto estaba hacia mí,

Y su brazo rodeaba mi pecho– y esa noche yo fui feliz.

 

Otra arista del profetismo whitmaniano, íntimamente enlazada con la anterior es lo que podría llamarse la opción por los desvalidos, los desamparados, por los pobres; aspecto este de Whitman que admira sin reservas quien no tardaría en ser ungido, como lo fue José Martí, con el título de Apóstol de la liberación de nuestra América: “Él ama a los humildes, a los caídos, a los heridos, hasta a los malvados. No desdeña a los grandes, porque para él sólo son grandes los útiles. Echa el brazo por el hombro a los carreros, a los marineros, a los labradores. Caza y pesca con ellos, y en la siega, sube con ellos al tope del carro cargado. Más bello que un emperador triunfante le parece el negro vigoroso que apoyado en la lanza detrás de sus percherones guía su carro sereno por el revuelto Broadway. Él entiende todas las virtudes, recibe todos los premios, trabaja en todos los oficios, sufre con todos los dolores. Siente un placer heroico cuando se detiene en el umbral de una herrería, y ve que los mancebos, con el torso desnudo, revuelan los martillos por sobre sus cabezas y golpean cada uno a su turno. Él es el esclavo, el preso, el que pelea, el que cae, el mendigo.”

 

Tal vez a algunos lectores les parecerá monolítico el Whitman de Martí, delineado en una época en que no existían sus biografías (salvo la primera de ellas, Walt Whitman, de 1883, escrita por Richard Maurice Bucke); pero ha de considerarse que Martí valora al individuo Whitman en tanto que personalidad estética: “Convencido de la identidad del universo afirma, entona el ‘Canto de mí mismo’. De todo teje el canto de sí: de los credos que contienden y pasan, del hombre que procrea y labora, de los animales que le ayudan. […] Él se ve como heredero del mundo. Nada le es extraño, y lo toma en cuenta todo, el caracol que se arrastra, el buey que con sus ojos misteriosos lo mira, el sacerdote que defiende una parte de la verdad como si fuese la verdad entera. El hombre debe abrir los brazos, y apretarlo todo contra su corazón, la virtud lo mismo que el delito, la suciedad lo mismo que la limpieza, la ignorancia lo mismo que la sabiduría: todo debe fundirlo en su corazón, como en un horno.”

 

Esta perspectiva es diametralmente opuesta por poner un ejemplo, a la de Rudyard Kipling, que veía demasiado ego en el cosmos de Whitman. Más próxima a la interpretación martiana es la de Borges, que considera al autor de Hojas de hierba como un sujeto que “con impetuosa humildad, quiere parecerse a todos los hombres”, mientras que cita las palabras del poeta sobre su propio libro: “es el canto de un gran individuo colectivo, popular, varón o mujer”. Dado su propósito de escribir una épica de la democracia, indica Borges, “Whitman pensó, ‘escribiré un poema  en el que no haya un héroe central, o más bien el héroe central será cada quien, cada hombre.’ Como cada hombre, cada quien, tiene que ser alguien, Whitman comenzó, muy extrañamente, con él mismo. Supongo que debió haberse dicho a sí mismo, ‘Me tomaré a mí mismo como el héroe, pero ese héroe será dos hombres; el periodista de Brooklyn, el editor del Brooklyn Eagle, el literato de segunda fila, y también una magnificación de mí mismo.”

 

Borges había ya observado a este respecto: “Casi todo lo escrito sobre Whitman está falseado por dos interminables errores. Uno es la sumaria identificación de Whitman, hombre de letras, con Whitman, héroe semidivino de Leaves of Grass. […] Imaginemos que una biografía de Ulises indicara que este nunca salió de Itaca. La decepción que nos causaría este libro, felizmemte hipotético, es la que causan todas las biografías de Whitman. Pasar del orbe paradisiaco de sus versos a la insípida crónica de sus días es una transición melancólica. Paradójicamente, esa melancolía se agrava cuando el biógrafo quiere disimular que hay dos Whitman: el ‘amistoso y elocuente salvaje’ de Leaves of Grass y el pobre literato que lo inventó. […] Multiplicar esas discordias es fácil; más importante es comprender que el mero vagabundo feliz que proponen los versos de Leaves of Grass hubiera sido incapaz de escribirlos. […] Walt Whitman hombre, fue director del Brooklyn Eagle, y leyó sus ideas fundamentales en las páginas de Emerson, de Hegel y de Volney; Walt Whitman, personaje poético, las edujo del contacto de América, ilustrado por experiencias imaginarias en las alcobas de New Orleans y en los campos de batalla de Georgia. Ese procedimiento, bien visto, no importa falsedad. Un hecho falso puede ser esencialmente cierto.” Ilustremos esta observación con el famoso poema 17 del “Canto a mí mismo”:

 

Estos son realmente los pensamientos de todos los hombres en todas las edades y en todos los pueblos- no son originalmente míos;

Si ellos no son también tan suyos como míos, no son más que nada, o casi nada;

Si ellos no son el enigma, y la clave del enigma, tampoco son nada;

Si ellos no son tanto lo inmediato, como lo distante, nada son.

Esta es la hierba que brota donde quiera que haya tierra, y agua;

Este es el aire común que baña el globo.

 

En su parte final, el texto de Martí aborda el profetismo poético de Whitman desde la crítica del academismo. “Las universidades y latines han puesto a los hombres de manera que ya no se conocen”, sostiene Martí. “Como el pudín sobre la budinera, el hombre queda amoldado sobre el libro o maestro enérgico con que le puso en contacto el azar o la moda de su tiempo: las escuelas filosóficas, religiosas o literarias, encogullan a los hombres, como al lacayo la librea […] de modo que cuando se ven delante del hombre desnudo, virginal, amoroso, sincero, potente; del hombre que camina, que ama, que pelea, que rema; del hombre que, sin dejarse cegar por la desdicha, lee la promesa de final ventura en el equilibrio y la gracia del mundo; cuando se ven frente al hombre padre, nervudo y angélico de Walt Whitman, huyen como de su propia conciencia, y se resisten a reconocer a esa humanidad fragante y superior el tipo verdadero de su especie, descolorida, encasacada, amuñecada.”

 

Es por eso, afirma Martí, que “la libertad debe ser, fuera de otras razones, bendecida, porque su goce inspira al hombre moderno”; es por eso que “la libertad es la religión definitiva” y “ la poesía de la libertad el culto nuevo”. Se diría que Martí piensa en Píndaro (en su “solemne y religiosa elevación del pensamiento, que transforma la victoria de un día, el caso humano particular y transitorio, el certamen del púgil o del conductor de carros, en materia ideal de altísima contemplación sobre el destino humano”; en “la cadena de oro con que el lírico tebano liga todas las cosas humanas y divinas, y la devoción patriótica y doméstica que en sus metros lo ennoblece y transfigura todo”, como lo expresa Menéndez Pelayo) al hacer el elogio estético y aun antropológico por así decirlo, del gran poeta estadunidense y de su pueblo: “La vida libre y decorosa del hombre en un continente virgen ha creado una filosofía sana y robusta que está saliendo al mundo en epodos atléticos. A la mayor suma de hombres libres y trabajadores que vio jamás la tierra, corresponde una poesía de conjunto y de fe.” Por eso es que a Whitman “hay que estudiarlo”, afirma, “porque si no es el poeta de mejor gusto, es el más intrépido, abarcador y desembarazado de su tiempo”: “Su irregularidad aparente, que en el primer momento desconcierta, resulta luego ser, salvo breves instantes de portentoso extravío, aquel orden y composición sublimes con que se dibujan las cumbres sobre el horizonte.” El tema de la vida en libertad conduce al de la forma libre, que con majestuosa vision Martí había tocado en su célebre Prólogo al Poema del Niágara, de Juan Antonio Pérez Bonalde: “¿Rimas o acentos? ―pregunta ahora en referencia al verso libérrimo de Whitman― ¡Oh no! su ritmo está en las estrofas, ligadas, en medio de aquel caos aparente de frases superpuestas y convulsas, por una sabia composición que maneja en grandes grupos musicales las ideas, como la natural forma poética de un pueblo que no fabrica piedra a piedra, sino a enormes bloqueadas.”

“Así”, concluye Martí su homenaje, “oyendo, con las palmas abiertas al aire, el canto de las cosas; sorprendiendo y proclamando con deleite fecundidades gigantescas; recogiendo en versículos édicos las semillas, las batallas y los orbes; señalando a los tiempos pasmados las colmenas radiantes de hombres que por los valles y cumbres  americanos se extienden, y rozan con sus alas de abeja la fimbria de la vigilante libertad; pastoreando los siglos amigos hacia el remanso de la calma eterna, aguarda Walt Whitman, mientras sus amigos le sirven en manteles campestres la primera pesca de la Primavera rociada con champaña, la hora feliz en que lo material se aparte de él, después de haber revelado al mundo un hombre veraz, sonoro y amoroso, y en que, abandonado a los aires purificadores, germine y arome en sus ondas, ‘¡desembarazado, triunfante, muerto!’”.

 

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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