Se le juzga al poeta sin saber
qué hay de fondo en sus letras
y en el canto sonoro del pecho
cuando llora, sonríe o se lamenta.
Las palabras que forman sus versos
van cayendo cual perlas inquietas
y se ensartan al hilo de la luna
que alumbrara el camino al trovador.
En su mente hay desfile de estrellas,
de palomas, y finas acuarelas
que asemejan las conchas del mar,
cuando llegan las olas traviesas.
La porfía que viste a su pluma
ha logrado que adore la poesía
que grandes rapsodas escribieron
en surcos de barbechos extintos.
A su alma llegan las tristezas
que a otros hieren de noche y de día
y escribe con agua en los ojos
rogando que termine el sufrimiento.
Nadie sabe lo que mueve su pluma
cuando de noche se pone a escribir
y si el brillo que hay en su mirada
es de amor o de desilusión.
A veces yo leo los versos
que han dejado “como gotas de agua”
y percibo a los seres humanos
que navegan contra la corriente.
Ser poeta no es tarea sencilla
porque el mundo se pone en su contra,
y hasta a veces llora y se arrepiente
de escribir en su viejo cuaderno.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California