El error es parte inherente de nuestra imperfección, sin embargo, lo que no es parte propia del ser es cometer mayores errores tratando de corregir el original. Al inicio de la presente administración Federal, en diciembre de 2018, el presidente de la República cometió, en agravio de la soberanía nacional, un grave error al definir su política migratoria, por virtud de la cual se otorgó derecho de servidumbre sobre suelo mexicano a migrantes, particularmente a los provenientes de Centroamérica, que deseasen transitar hacia la frontera sur de Estados Unidos.
Error, cuya pretendida rectificación, llevó a la comisión de uno subsecuente y mayor, el acuerdo firmado por representantes de su administración con personal Estadounidense, el 7 de junio, en Washington D.C.
El argumento bajo el cual se optó por esa concesión migratoria a partir del 1ro. de diciembre de 2018, fue el respeto a los derechos humanos de quienes se veían obligados a abandonar sus lugares de origen en busca de mejores condiciones de vida, pero por humanitaria y solidaria que parecía ser la política de apertura fronteriza, caía en el grave error de que, en tanto apoyaba los derechos humanos de quien transgredía la frontera sur, fuese ello pacífica o violentamente, una vez en territorio nacional, no preveía el resguardo de estas personas, donde ellos, con la absoluta indiferencia de las autoridades mexicanas, eran vejados, secuestrados, asesinados, extorsionados, estafados, violadas las mujeres, hacinados en albergues insalubres y, al final, abandonados a sus suerte.
En tanto se reconocieron los derechos de terceros, se desconocieron los derechos legítimos y humanos de los mexicanos, como lo es el derecho humano a vivir en paz y con dignidad, el derecho humano al goce y disfrute de nuestro patrimonio. El allanamiento de las autoridades mexicanas a las exigencias de los extranjeros del norte, actos ambos, que reinciden en el descrédito de nuestra nación y la subestima de nuestro pueblo.
Del sur nos ganamos la invasión masiva de migrantes inspirados en la retórica presidencial. Y del norte obtuvimos la intromisión en nuestro quehacer nacional para poner orden al caos migratorio prevaleciente. Tratando de minimizar el error inicial, el día 8 de junio, aquí en Tijuana, se llevó a cabo un acto político triunfal, pretendiendo defender lo indefendible, los derechos humanos de los exiliados, la unidad nacional, la dignidad mexicana y la amistad hacia el vecino del norte. Es falso que seamos respetuosos de los derechos humanos de los marginados, pues si toda la población de Honduras, El Salvador y Guatemala, que suman en conjunto entre 32 y 33 millones, estuviesen en desgracia económica, nosotros en México hemos acumulado 53 millones de habitantes en estado de pobreza, con 17 millones de ellos en pobreza extrema.
De igual forma, no somos un pueblo unido, estamos dramáticamente divididos entre gobernantes, gobernados y quienes piensen distinto, particularmente cuando el propio presidente de la República se ha encargado en descalificar y satanizar a toda persona y grupo con quien no simpatice, o se oponga a él y a su visión de Estado.
Se festinó la defensa de la dignidad de México, dados los acuerdos alcanzados en Washington un día antes, cuando en realidad, la voluntad de Estados Unidos, impuesta por el negociador, constituye, tanto en la letra como en el espíritu del despreciable documento que se firmó a nombre de los mexicanos, una sumisión indigna de una nación, quien históricamente ha enfrentado, al costo mismo de sangre y territorio, todo intento de intromisión en nuestros asuntos internos. Se festinó y se recibió como héroe nacional al titular de la delegación, Ebrard, por haber cometido la torpeza de firmar un documento que nos obliga el cambio en la política migratoria del régimen, condicionando su comportamiento a dos periodos de prueba de 45 días cada uno, so pena de la imposición de tarifas arancelarias a las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos, lo que se trataba de eliminar en un principio. Es de entender que una negociación con el vecino del norte siempre ha sido difícil, razón por la cual, un acuerdo indigno, tendiente solo a despejar una amenaza, nunca se firma, pues en el momento en que ello se hizo, la negociación dejó de culminar en un acuerdo y se convirtió en una obligación para México. Triste el día en el que se les olvidó que eran mexicanos. La dignidad que se festinó quedó en el bolsillo del saco de Trump, quien, cual sable del guerrero victorioso, extrajo el documento y hondeó, vitoreándose de México.
Se festejó, de igual manera, la amistad hacia nuestro vecino del norte, cuando, por determinación expresa de éste, se cambiaba dramáticamente la política migratoria mexicana; es decir, se le rendía reverencia al impositor, y, con ello, a comprometerse el Gobierno Federal a enviar 6 mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera sur, la amistad que se reiteró a Estados Unidos constituye a su vez un acto de enemistad a los migrantes Centroamericanos, a quienes se les había hecho sentir amistad hacia sus personas y empatía a sus causas.
Estos errores derivados aún no acaban, pues está por verse la consecuencia misma de su implementación, donde a la Secretaría de Relaciones Exteriores se le ha encomendado la ejecución de las nuevas políticas migratorias, cuando ello es asunto propio de la Secretará de Gobernación, quien es responsable de la gobernabilidad y gobernanza en el país. De igual forma, pues aún no está preparada, el presidente mismo hubo de anunciar que sería hasta el 30 de junio cuando esta fuerza fuese desplegada en el país. Asimismo, la Guardia Nacional, al haber sido concebida como un cuerpo de seguridad pública, en apego a su propio protocolo de acción, está limitada en el uso mismo de la fuerza, los policías no resguardan las fronteras, siendo entonces que debe ser el ejército mexicano, como institución garante de seguridad nacional, a quien corresponda la tarea de la salvaguarda de la soberanía nacional en las fronteras mexicanas, a menos que ya no tengamos ejército.
Atentamente,
Álvaro Villagrán Ochoa
Tijuana, B.C.