Este año Alfaguara reeditará su primer libro publicado en 1981, Las genealogías, donde también narra cómo su padre, Jacobo Glantz, sufrió un intento de linchamiento en México en 1939: “Ahora que estamos empezando a vivir una especie de neofascismo sigue siendo para mí una reminiscencia muy viva, muy actual, muy alarmante, inquietante”, expresó a ZETA
La reconocida escritora regresó a la frontera norte de México, luego de su visita en 2013 cuando presentó Coronada de moscas (Sexto piso, UNAM, 2012). Invitada desde la administración 2012-2018 por el organismo federal, Glantz ya había aceptado regresar a Tijuana, lo cual se concretó el viernes 17 de mayo a las 6:00 pm, al estelarizar un homenaje en la Sala Federico Campbell del Centro Cultural Tijuana (CECUT), en el que incursionaron Cristina Rivera Garza y Rogelio Arenas, en el marco de la XXXVI Feria del Libro de Tijuana.
Inmediatamente después de su distinción, en el mismo lugar pero a las 7:00 pm, Glantz presentó su más reciente libro Y por mirarlo todo, nada veía (Sexto piso, 2018), con los comentarios de Rogelio Arenas.
Además de ganar el Premio Nuevo León Alfonso Reyes, para Glantz 2019 ha sido también un año de reediciones: Editorial Laguna de Colombia reeditó El rastro (2002); asimismo, adelantó a ZETA:
“Me acaban de decir que van a hacer una biblioteca en libro Debolsillo con lo que he publicado en Alfaguara”. De manera tal que próximamente Penguin Random House reeditará La Malinche, sus padres y sus hijos (1994); La cabellera andante (2015) y Las genealogías (1981); este último título es el motivo de la siguiente entrevista con este Semanario.
EL ORIGEN DE LAS GENEALOGÍAS
Un libro emblemático de la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del Siglo XX y de la historia de la literatura mexicana es Las genealogías, primer título de Margo Glantz (Ciudad de México, 28 de enero de 1930) publicado en 1981 cuando tenía 51 años, donde entrevista a sus padres de origen judío, esencialmente sobre cómo y por qué emigraron a México, cómo era su vida en Rusia previo a su viaje, quiénes eran sus antepasados y cómo subsistieron en los primeros años en el Distrito Federal.
— ¿Por qué o cómo se dio cuenta que tenía que entrevistar a sus padres, Jacobo Glantz (1902-1982) y Elizabeth Shapiro (1902-1997)?
“Por una razón totalmente personal, porque eran mis padres, porque estaban ya envejeciendo y porque me di cuenta que muchas de las cosas fundamentales de la vida de ellos me eran desconocidas, era muy importante para mí tener una idea más profunda de su pasado antes de llegar a México, de dónde venían, cómo habían vivido, cómo era su paisaje, cómo era su relación con sus propios padres a los que yo no conocí, porque mis padres vivieron en Ucrania cuando pertenecía a la Rusia zarista y luego a la Unión Soviética, una región que yo no conocía más que por libros; entonces yo quería saber de primera mano qué pensaban ellos de su propio pasado y qué significaba para mi presente el pasado de mis padres”, narró con su prodigiosa memoria”.
— ¿Cómo fue el inicio y el proceso de publicación de los textos de Las genealogías?
“Muchos de los textos de los que están en Las genealogías provienen de un periódico, las publiqué en forma de folletín semanalmente en Unomásuno donde yo colaboraba. De repente, hubo un incidente en la familia que me recordó otro fundamental en la vida de mi padre y mi propia vida cuando yo era muy niña: que a mi padre lo intentaron linchar por ser judío en un momento en que México todavía no definía su posición frente a Los Aliados o a El Eje; entonces había un grupo fascista, hitleriano, que asumió que había refugiados judíos y como mi papá tenía un aspecto evidentemente judío, pues fue la primera persona que trataron de linchar siguiendo lo que habían hecho los nazis en Alemania y en Austria”.
— ¿Cómo hacía las entrevistas con sus padres?
“Comíamos en casa de mis padres una vez a la semana, muchas veces comíamos también en el restaurant Carmel que mis padres tenían, entonces yo aprovechaba las comidas familiares, sobre todo en la casa de mis padres para sacar mi grabadora y hacerles preguntas.
“Escribí un texto a partir del incidente que le acabo de mencionar, con la versión de mi padre, luego hice otro contado por mi madre y hubo algunas reacciones en la gente, a algunos amigos míos, incluyendo a Carlos Payán que era el subdirector del periódico, les interesó mucho lo que estaba escribiendo y me sugirieron que continuara escribiendo sobre ese tema, cosa que hice, sin ponerle título aún y sin pretender conscientemente hacer un libro. Ese incidente demostraba un antisemitismo latente, y resaltaba el hecho obvio de que éramos judíos: mis padres habían nacido en un país (como Rusia o la Unión Soviética), donde el antisemitismo era flagrante.
“Mi padre nació en una pequeña ciudad pero pasó toda su infancia en un ghetto de judíos, llamado Novo Vitebsk; un ghetto era un lugar donde se recluía a los judíos, donde se les limitaba para ejercer ciertas profesiones y se les impedía en general mezclarse con los ucranianos: una discriminación muy evidente. Era durante el inicio del Siglo XX hasta más o menos 1918 y aún después: se organizaban muy a menudo tanto en Rusia como en Polonia pogroms, es decir, incursiones violentas de cosacos, de soldados, de antisemitas y se destruían los poblados, se masacraba a la gente, se violaba a las mujeres, se robaba, etcétera. A mi padre le tocó vivir varios, encabezados por los cosacos y luego cuando empezó la Revolución por los rusos blancos y también por los bolcheviques.
“Mi mamá vivió la mayor parte de su juventud en Odesa, una ciudad muy importante en
Ucrania, y sigue siéndolo, también vivió incidentes muy graves de persecución contra judíos, que sucedieron no sólo antes de la Revolución, sino después. Muchos ideólogos judíos participaron en la Revolución, fueron sus ideólogos, por ejemplo, Trotsky, y muchos otros fundadores y miembros del partido muy importantes que serían más tarde eliminados por Stalin, como el mismo Trotsky que se asiló en México y fue asesinado aquí.
“Haber nacido en México y ser además judía significaba algo muy especial, yo quería saber exactamente cómo se había vivido el judaísmo en países donde había un antisemitismo muy feroz; en toda Europa y, sobre todo, en la Europa oriental, los pogroms se sucedían unos a los otros, por eso emigraron los hermanos mayores de mi padre, como muchos otros judíos, a los Estados Unidos entre 1905 y 1917. Aunque era un dato muy conocido, que mis padres me lo contaran, saberlo de primera mano, fue muy importante para mí”.
— ¿Sus padres leían las entrevistas publicadas en el periódico?
“Sí, porque yo las publicaba semanalmente en el periódico y ellos las leían. Martín Casillas, el editor de la primera edición de Las genealogías (1981), me pidió un libro, varios autores de la misma editorial me recomendaron que publicara las entregas; al principio no se planeó como libro, sino como una serie de artículos que habían aparecido en el Unomásuno y que yo me di a la tarea de reestructurar, organizar, y no sólo eso: decidí que antes de publicarlo era fundamental que yo tratara de conocer la Unión Soviética y de recorrer los lugares donde mis padres habían vivido, para entender mejor su pasado. El libro quedó en imprenta más o menos terminado pero en espera de los últimos capítulos que yo iba a escribir después de mi experiencia en la Unión Soviética”.
EL ANTISEMITISMO EN LA DÉCADA DE LOS 30
Provenientes de Rusia, los jóvenes Jacobo Glantz y Elizabeth Shapiro desembarcaron en el puerto de Veracruz el 14 de mayo de 1925; al siguiente día viajaron en tren rumbo a Ciudad de México.
— ¿Cómo era el contexto respecto con los judíos cuando llegaron sus padres a Ciudad de México?
“En México había un antisemitismo latente, mis padres lo verificaron cruelmente gracias a ese incidente de 1939: trataron de linchar a mi padre un grupo de ‘Camisas doradas’ prosélitos de Hitler, pero en general era un país muchísimo más benigno, no sufrimos persecución excepto ésa que fue coyuntural porque correspondía a un momento muy específico en donde los nazis estaban ganando terreno, y uno de los elementos más importantes del nazismo era su lucha contra los judíos, lo que se hizo más tarde, el exterminio casi total de los judíos de Europa.
“Mi padre -un judío centroeuropeo- y mi madre sufrieron pues esa discriminación en sus países de origen y cuando llegaron a México, un país mucho más libre, sufren un atentado, una especie de pogrom fallido, fue muy terrible y alteró muchísimo la estructura familiar porque mi padre se fue durante muchos meses a Estados Unidos a visitar a sus hermanos en Filadelfia.
“Para mí no sólo fue el terror de ver a mi padre malherido, además venían otros judíos muy asustados, porque no trataron únicamente de matar a mi padre, sino a muchos otros judíos que tenían negocios en el Centro; causó conmoción entre la comunidad judía en México, aquí se sentían libres y no se esperaban esa violencia; marcó mucho mi infancia, dejó una huella indeleble que resucitó cuando fuimos a enterrar al marido de una prima hermana mía, asesinado de un tiro en la cabeza; fuimos al entierro mi madre y yo, y recordamos esa fecha terrible en que mi padre estuvo a punto de ser asesinado por un grupo fascista. Y bueno, ahora que estamos empezando a vivir una especie de neofascismo sigue siendo para mí una reminiscencia muy viva, muy actual, muy alarmante, inquietante”.
— Usted tenía 9 años en 1939, cuando ocurrió el intento de linchamiento a su padre. ¿Hubo otros incidentes de este tipo después?
“Yo estaba en la Universidad y era una profesora con bastante buena fama y mis alumnos me estimaban y no sentía el menor gesto de discriminación; de repente, y para mi sorpresa, me enteré de que colegas mías decían que yo era una judía que quería medrar, me asombró muchísimo porque yo pensaba que no había discriminación en la Facultad de Filosofía y Letras. Ha habido otros casos de maestros judíos que han sufrido ataques por serlo. Y ha habido personajes que en mi mismo periódico, La jornada, escribían artículos muy ofensivos y de un antisemitismo a ultranza.
“Entonces, sí hay antisemitismo y ahora se ha acrecentado porque estamos viviendo un nuevo brote de fascismo, no sólo aquí sino en todo el mundo, hay que ver a Trump y cómo se persigue a los migrantes en Estados Unidos, en Europa y en México, la llegada de Bolsonaro a Brasil, etc., cómo se les niega el asilo; es decir, el problema de la migración, el problema de los racismos, se vuelve cada vez más extremo”.
LA VIDA INTELECTUAL ENTRE LOS 40 Y 50
En Las genealogías, Jacobo Glantz y Elizabeth Shapiro le cuentan a Margo Glantz cómo conocieron a escritores, artistas y en general intelectuales de mediados de Siglo XX como Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, Efraín Huerta, Mariano Azuela, Xavier Villaurrutia, pero también autores en lengua idish, idioma de su padre, poeta y traductor.
— ¿Cómo fue su acercamiento a la literatura de la mano de sus padres?
“Mi padre era un poeta muy connotado en lengua idish, en México tenía pocas posibilidades de difusión, la comunidad era pequeña, aunque hubo dos periódicos en esa lengua e imprentas y una vida cultural judía importante entre los judíos asquenazíes, es decir, los judíos del Este de Europa que hablaban idish: Polonia Rusia, Lituania, Letonia, Estonia, Ucrania, lo que fue durante mucho tiempo la Unión Soviética, y que ahora se ha fragmentado, pero en muchos de esos países se hablaban idish: era una cultura importante, el idish era una lengua que había derivado del alemán, pero que se convirtió en una lengua literaria con figuras señeras, y en Nueva York hubo un auge muy grande de la literatura judía en ese idioma: poetas, muchos periódicos, había novelistas, por ejemplo Bashevis Singer, Premio Nobel y su hermano, otro personaje, Iod Iod Singer (Israel Joshua Singer): La familia Karnowski. Con la creación de Israel, el idish se soslayó y el hebreo lo sustituyó. El nazismo exterminó a casi todos los judíos que hablaban esa lengua que junto con ellos fue casi aniquilada.
“Sin embargo, mi padre fue un escritor connotado, tanto en Israel como en Nueva York; publicó libros en idish importantes que ahora se están recobrando en Estados Unidos, porque ha renacido el interés por ese idioma. Mi padre siempre se preocupó porque nosotras leyéramos y tenía una biblioteca no muy ordenada pero buena y que influyó mucho en mi formación; yo desde muy niña supe que me iba a dedicar a la literatura, no sabía que iba a ser escritora, quería yo serlo pero no fui escritora hasta mucho tiempo después, pero sí sabía yo que la literatura era fundamental para mí.
“Yo vivía de la literatura, leía muchísimo desde los nueve años gracias a mis padres: leía Los tres mosqueteros de Dumas, leía a Julio Verne, leía a Dostoievski a los 15 años, pero desde los 12, 13, 14, 15, ya leía muchísimo; luego a los 15 años entré a una organización sionista que tenía una biblioteca circulante muy buena, empecé a leer a Thomas Mann, leí a Kafka, Hermann Broch, Wassermann; muchos norteamericanos como John Dos Passos, Theodore Dreiser, Steinbeck, Poe, Hawthorne.
“Mi papá nos regalaba mitología griega simplificada para niños, y desde muy niña sabía quiénes eran Perseo, Teseo, Casandra; además mi padre tenía a Shakespeare, a Calderón de la Barca, a Cervantes, estaban ahí, los leí muy joven, no entendía mucho, pero los leí: la literatura fue y es lo más importante para mí.
“Luego entré a la preparatoria, había varias áreas, yo entré a la de Humanidades donde tuve profesores muy destacados, entre ellos a Agustín Yáñez y profesores que me enseñaron mucho de literatura; tenía un profesor de geografía a quien le interesaba mucho la literatura, se llamaba Alberto Escalona, con él leímos tragedia griega, por ejemplo la Orestíada. Luego tuvimos un profesor muy famoso, legendario, don Erasmo Castellanos Quinto, profesor de literatura universal, gracias a él leí por ejemplo el Gilgamesh, la Ilíada, la Odisea, se sentía muy cercano a la tragedia griega, sobre todo a la épica griega. Éramos como cien alumnos, sin embargo a mí me vio y me dijo que me parecía a Ifigenia por mi perfil, según él, griego”.
KAFKA Y BORGES
Kafka y Borges pululan en la segunda parte de Las genealogías. Por eso, una de las preguntas que había que formular a Margo Glantz era cómo llegaban los libros de Kafka, traducidos por Borges, a sus manos:
“Mi papá recibía la revista Sur, una revista argentina singular donde colaboraba Borges, era de Victoria Ocampo, revista muy cosmopolita; también recibía periódicos argentinos porque en aquella época, a pesar de que era más complicado el correo, recibíamos más libros de Argentina, Chile, era más ágil la comunicación; recibía también el periódico La Nación que tenía un suplemento con tiras cómicas, en una se contaba la historia de la Argentina que yo conocía casi mejor que la historia de México, por esas revistas que mi padre compraba.
“A los trece años leí Kafka, por alguna razón, yo creo que me los regaló mi padre, no me acuerdo, pero tenía yo los Diarios de Kafka y otros de sus libros; luego leí El proceso, como a los 16 años, bastante chica pero ya no tanto. A los 13 La metamorfosis me marcó enormemente y, además, al leer La metamorfosis de Kafka leí a Borges, sin saber quién era, porque era el lenguaje de Borges, ya que él lo tradujo.
“También leí muy joven Las palmeras salvajes de Faulkner, traducida por Borges; entonces, indirectamente conocí a Borges aunque lo leí más tarde, lo conocí a partir de sus traducciones, eso me impactó mucho inconscientemente porque en aquella época yo leía sólo por placer”.
— ¿Cuál es la aportación específica que hizo Borges de la obra de Kafka? A diferencia de otras traductores.
“La metamorfosis es un libro impresionante. Despertarte un día hecho escarabajo es una invención impresionante que sigue impactando a la gente que lo lea, los jóvenes que lean eso se impactan, y pues yo me impacté obviamente, pero además con un lenguaje muy cuidadoso, un lenguaje del que me fui nutriendo sin saber, era el lenguaje de Borges, que luego fue uno de mis autores preferidos en mis clases de la Universidad y en mis lecturas.
“Esa formación intelectual y escrituraria casi inconsciente va incrementando el placer de la lectura; hay libros que producen una revolución en quien los lee, leía con asiduidad con voracidad, casi como enloquecida; y mi padre me compraba todos esos libros, porque si no ¿quién me los hubiera dado? A Julio Verne me lo leí completito, leía yo otros libros de folletín: Víctor Hugo, Los miserables; leí a Eugenio Sue con Los misterios de París, El judío errante; luego Los hermanos Karamázov, Crimen y castigo, El príncipe idiota, de Dostoievski. Tenía yo 14 o 15 años.
“Luego, en esa biblioteca circulante empecé a enterarme de la literatura en lengua alemana: Hermann Broch, Thomas Mann, Wassermann, un judío alemán que murió antes del nazismo, pero muy conocido en la Alemania prenazi, y luego sus libros fueron prohibidos, pero cuando yo lo leí todavía se podían conseguir en Argentina, mi papá los compraba. También había otro escritor muy interesante, se llamaba León Feuchtwanger; El judío Süss, un libro que narraba la discriminación, el antisemitismo en Alemania; y poco a poco fui tomando sin saberlo muy bien la decisión de convertirme en profesora de literatura”.
LA ESCRITORA Y SUS AMIGOS
Los amigos de Margo Glantz también ocupan un lugar especial en Las genealogías: José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y, por supuesto, Sergio Pitol.
“De José Emilio fui muy amiga. pero mucho más amiga de Sergio Pitol, mi gran amigo durante muchos años, era mi alter ego, viajamos muchos, leíamos juntos, él leía mis textos, yo leía los suyos, era un interlocutor y yo también era una de sus interlocutores. También fui muy amiga, no con la intimidad con la que fui amiga de Sergio Pitol, de Monsiváis; y a José Emilio pues seguí toda su carrera, al principio él me seguía a mí, luego yo lo seguí a él”.
— ¿Cómo o dónde los conoció?
“A Monsiváis y a Pitol los conocí en manifestaciones antinorteamericanas cuando llegó Nixon (1969-1974), en fin, en las manifestaciones antifascistas desde el principio, porque todos éramos absolutamente muy de izquierda, yo estaba muy a favor de la Unión Soviética, era fan de Stalin -–error de juventud-, oía las conferencias de Lombardo Toledano, me gustaba el cine soviético.
“Recuerdo que mi padre contaba que Diego Rivera lo fue a ver, cuando aún era muy amigo de Trotsky, a quien mi padre se parecía. Desde muy niña estuve muy vinculada con Frida Kahlo y con Trotsky, sin saberlo, ¿no?, pero recuerdo muy bien que después de que lo asesinaron y yo salía con mi papá, la gente decía: ‘ahí va Trotsky con su hija’, y me daba miedo.
“José Emilio me traía sus primeros libros, me los llevaba a mi casa, me los dedicaba, era más joven que yo y cuando empezaba a dar clases me preguntaba cómo daba yo clases; luego él fue mi maestro, pero yo al principio fui en cierta medida su maestra porque tenía nueve años más que él. Fuimos ambos miembros de jurados de teatro: él tenía 20 años, yo 29. Sigo siendo muy amiga de Cristina Pacheco y de Laura Emilia, su hija.
“Pero mi amigo íntimo, él más cercano fue Sergio, y Sergio era amiguísimo de Monsiváis, venían muchísimo a mi casa Sergio y Monsiváis; con Sergio me empecé a llevar más a partir de los años 80, con Monsiváis desde antes, ambos éramos asiduos cinéfilos y yo publicaba en La Cultura en México de Siempre!, que él dirigía, en una época en que Sergio Pitol no estaba en México, estaba en Europa; me hice muy amiga de él cuando regresó a México en el 80 y estuvo aquí hasta el 83, luego se fue a Checoslovaquia, lo fui a visitar varias veces, luego me fui a Londres y nos vimos muy a menudo; desde que regresó a regresó a México en 1988 hasta su muerte, y hasta poco antes de su muerte nos seguimos viendo”.
— Finalmente, ¿cómo se siente de ser parte de esta generación de escritores de la literatura hispanoamericana?
“Yo empecé a escribir muy tarde, escribí ensayo durante toda la década de los 60 y en la década de los 70 y luego empecé a publicar en 77 en el periódico Unomásuno; en el periódico empecé con Las genealogías, que fue mi primer libro de ficción, lo publiqué en 1981, yo tenía 51, así que empecé a escribir ficción tardíamente. Entonces, me consideraban parte de esa generación pero como crítica, como académica, nadie me llamaba escritora, yo era una crítica literaria. En el 71 compilé y prologué el libro Onda y escritura que tuvo buena y mala fortuna; es decir era conocida como académica, como ensayista, pero no como creadora.
Concluyó Margo Glantz: “Ahora soy sobre todo escritora, ha sido una evolución complicada, difícil, ahora se olvida que soy también una académica y ensayista, que para mí eso es muy importante, las tres cosas; y periodista, las cuatro cosas; y viajera, las cinco cosas; y tuitera, las seis cosas”.