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sábado, febrero 17, 2024
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Coahuila: el asesinato de Eliseo Barrón que cambió a la prensa

Cuando en 2009 Los Zetas se hicieron notar en Torreón tomaron por sorpresa a los periodistas y lo peor estaba por venir. A Eliseo lo encontraron muerto en un canal. El resto de colegas vivíamos con la “bota en el cuello”

 


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Luis Morales

—Se llevaron a Eliseo, se llevaron a Eliseo. Lo sacaron de su casa—, me dijo mi amiga con la voz alterada en el celular.

—¿Ya le marcaste? —le pregunté. No sería la primera vez que alguien decía que habían “levantado” a mi amigo Eliseo Barrón, desde que empezó a complicarse cubrir la fuente policíaca o de seguridad en Torreón, Coahuila. Era mayo de 2009.


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Como en las ocasiones anteriores, tomé mi teléfono y le marqué a Eliseo, lo tenía registrado en la lista de contactos con su nombre clave: “El Patrón”, el alías solo obedecía a que Barrón era muy mandón, hijo de un líder ejidatario e ingeniero agrónomo de profesión. Era claro cuando quería algo.

Iba en mi carro por el periférico a la altura de Galerías en Torreón. Era la tercera vez que intentaba llamar sin éxito. Tuve una sensación extraña, pero me resistía a preocuparme. Camino a mi casa, en el sur de Ciudad Lerdo, Durango, hice otras llamadas. Otros compañeros me llamaban para hacerme la misma pregunta. ¿Se llevaron a Eliseo?

Atravesé todo el periférico de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo. La casa de Eliseo, en el fraccionamiento Bugambilias estaba a medio camino. Antes de llegar a mi casa mi amiga me llamó de nuevo:

—Ya viene la Policía de Torreón a mi casa. ¿Quieres que vayan por ti también?

Ella vivía en la zona Centro de Gómez Palacio. Pensó en ponerse a salvo con familiares en Torreón y no dudó en pedir ayuda.

—No—, le dije. Pensé: “¿Y si están afuera de mi casa? ¿Si están esperando a que llegue? ¿Si sólo van a estar afuera observando mi reacción? Policía tendiéndome la mano, mejor no”.

Llegue a mi casa en una pequeña privada. Intenté relajarme y ponerme cómodo. La llamada de un amigo, oficial del Ejército, me alertó. Confirmaba que sí se habían llevado a Eliseo de su casa. Lo sacaron frente a su esposa y sus dos niñas pequeñas. Se lo llevaron en shorts, descalzo.

Me levanté de la cama y me vestí. Mezclilla, camisa y mis botas industriales. “A mí no me van a llevar encuerado”, pensé. Le dije a mi esposa: “Te quedas arriba con los niños. Voy a estar sentado en la sala. Si escucho algún ruido, rechinar de llantas, voy a salir. No voy a dejar que nadie entre”.

Mientras esperaba en el sillón pude ver como la empresa Multimedios, donde trabajaba Eliseo Barrón Hernández, para prensa, radio y televisión, confirmaba la noticia de la forma más riesgosa posible. Mencionaban a su fuente, Judith, la esposa de Eliseo, quien por instinto marcó a la empresa para notificar lo ocurrido, para pedir ayuda. Ponerla como fuente en televisión la ponía en riesgo y podría hacer volver a los captores.

Las horas transcurrieron en nada. Ya en la mañana me alisté para ir a mi trabajo en El Siglo de Torreón. Había caras largas por doquier. Sentía que me veían como un “muerto en vida”, deambulando por la redacción. Antes de las 10 de la mañana fue oficial. Encontraron el cuerpo de Eliseo Barrón en un canal de riego en las inmediaciones de un ejido al norte de Gómez Palacio. Entonces tuve esa sensación. El miedo se apoderó de mí pero había que seguir adelante.

El asesinato de Eliseo fue uno de los nueve casos similares registrados contra periodistas en México en 2009. Era la mitad de la llamada “guerra contra el narco”, del ex presidente  Felipe Calderón. 47 periodistas murieron en esa administración.Y hoy son más de 120 los periodistas asesinados en el país desde 2000 a la fecha.

La ejecución de Eliseo se contabilizó en los registros de la entonces Procuraduría General de Justicia del Estado de Durango. Apenas tres semanas atrás había sido asesinado Carlos Ortega Melo Samper, de El Tiempo de Durango, y seis meses después pasaría lo mismo con su compañero Bladimir Antuna Vázquez.

Dos semanas después, elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional, según la versión oficial, detuvieron a cinco personas personas con armas y droga en un puesto de revisión. Uno de los detenidos fue señalado como supuesto autor material de la privación de la libertad y posterior homicidio de Eliseo.

La Procuraduría General de la República en Coahuila integró la averiguación previa, consignación y solicitó la orden de aprehensión contra los cinco implicados, supuestos miembros del grupo criminal de Los Zetas. Dos meses y medio después fueron condenados. El Estado, la Federación, habían actuado. Según la versión oficial, el crimen no quedó impune.

El asesinato de Eliseo Barrón ocurrió casi a mitad de 2009, año en el que hubo 179 muertes violentas tan sólo en Torreón. La ciudad fue escenario de la disputa por el territorio entre los grupos locales dedicados al narcomenudeo y los crecientes Zetas, que buscaban lograr el bastión y hacer lo mismo en Gómez Palacio, Lerdo y los demás municipios de La Laguna de Coahuila y Durango.

La estadística oficial, la que maneja el Ministerio Público de Homicidios, indicaba que de 2000 a 2006, se promediaban en Torreón, Coahuila de 30 a 33 muertes violentas al año, con un porcentaje de efectividad en el esclarecimiento de los crímenes del 90 por ciento, según consta en reportes oficiales y publicaciones periodísticas de aquel tiempo.

Cuando Los Zetas se hicieron notar en Torreón, a todos nos tomaron por sorpresa. Tanto a policías, agentes investigadores, periodistas, empresarios, gobernantes. Nadie quedó exento. 2007 cerró con 39 asesinatos. Los últimos  fueron a mitad de diciembre, cuatro oficiales del Ejército fueron ejecutados en pleno centro de la ciudad. Lo peor estaba por venir.

La muerte se duplicó en Torreón el siguiente año. Los asesinatos tipo “ajuste de cuentas” o por rivalidad delincuencial aumentaron a 90. Ante este escenario, Eliseo, mi amiga periodista y yo, ya habíamos elaborado nuestro propio “protocolo de actuación” en la cobertura de noticias en zona de guerra, pues en eso se había convertido Torreón.

No contábamos con experiencia previa para actuar ante situaciones de crisis y estábamos bajo la amenaza latente de Los Zetas, quienes siempre se las ingeniaban para hacernos llegar su “línea editorial”. Lo primero que acordamos fue cubrir juntos todos los hechos noticiosos. Llegar juntos y retirarnos juntos. Al redactar, decidimos escribir prácticamente igual. El dato extra, el párrafo revelador, ya no cabían en mis notas. Teníamos la “bota en el cuello”, no íbamos a desatar la molestia de los “civiles armados”, que siempre estaban al tanto de nuestras publicaciones.

Por eso, cuando mi amiga me dijo: “Se llevaron a Eliseo”, me pregunté:  “¿Qué les molestó? ¿Qué escribió Eliseo que no hayamos escrito nosotros?” Si se enojaron con él por algo publicado, lo lógico sería que vinieran por mí porque prácticamente cubríamos lo mismo.

Recordé entonces que cinco días antes cubrimos nota donde se anunciaba la baja de 302 elementos de la Policía de Torreón. Al final de la rueda de prensa, Elíseo abordó a un alto funcionario federal y le hizo tres veces la misma pregunta sin obtener respuesta. El servidor público no quiso opinar sobre el respeto a los derechos humanos durante las intervenciones del Ejército. Eso fue lo único que Eliseo hizo distinto a nosotros antes de su muerte.

Después del asesinato de Barrón, otro joven periodista tuvo el mismo destino. Valentín Valdés perdió la vida en enero de 2010 en  Saltillo, Coahuila. Un párrafo extra en una nota sobre la detención de un fuerte líder delincuencial marcó la diferencia. Muy caro el costo de una exclusiva.

La cobertura de las noticias fue distinta, mermada. La libertad de expresión no podía ejercerse, no había garantías, los medios formales matizaban la información. Era más “llamativo” un accidente vial que el asesinato a balazos de una joven embarazada en pleno Día de las Madres (de 2010) en la escalinata de la colonia Cerro de la Cruz, aunque fuera testigo del desgarrador alarido de la mujer que abrazaba en el suelo a su hija ya sin vida. La “línea editorial” ordenó que no se publicara nada.

Me  hice periodista en octubre de 1998 y en marzo de 2011 dejé la pluma y la libreta para incursionar en la administración pública, que comparto desde hace seis años con la academia de en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila. Eliseo fue mi compañero de profesión cinco años. Su muerte significó muchas cosas. Una de ellas fue que le tocó ofrendarse por los demás, por todos los que la vimos cerca, los que seguimos haciendo lo mismo con mayor reserva.

Eliseo nunca se imaginó que en el año de su muerte, en Torreón se contaron 179 homicidios, otra vez el doble. Tampoco vio los récords funestos o negativos lograron cantidades increíbles en los años posteriores.

En 2010 fueron 365 asesinatos, uno al día y en 2011 con 738 muertes violentas en Torreón según cifras de la Fiscalía General del Estado. Fue en éste último año, donde cuatro compañeros periodistas, dos hombres y dos mujeres fueron agredidos físicamente por Los Zetas, les aplicaron “un castigo” para hacer notar el poder del entonces líder. Los cuatro renunciaron a sus trabajos. La cobertura de estas noticias se redujo a sólo manejar la versión oficial, siempre que la hubiera.

El clímax fue 2012 con 761 homicidios en Torreón, que se convirtió en una de las cinco ciudades más violentas del mundo.

En su texto, Periodismo y muerte: bases teóricos y psicosociales y el caso México, Ramón Reig, doctor de la Universidad de Sevilla, dice que “miedo, muerte y periodismo son tres factores que se unen para construir una dinámica periodística que crea incertidumbre y encrucijadas profesionales”. En esos años que me tocó vivir.

En el funeral de Eliseo, apenas había entrado al lugar cuando una llamada telefónica me alertó de nuevo.

—Sálganse de ahí. Van a ir por ustedes—, me dijo mi amigo del Ejército.

Colgué y le dije a mi amiga.

—Mejor vámonos. No podemos estar aquí—.

 

 

 

 

 

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