Jarrito nuevo, ¿dónde te pondré?
Refrán mexicano
Emilio Gamboa Patrón era el secretario particular del señor presidente de la República. Por eso don Miguel de la Madrid Hurtado le ordenó llamar a Baja California: “Invite a estos señores a que por separado, vengan a tomarse un cafecito”.
Gambota Patrón tomó la lista y con ayuda de sus auxiliares la jerarquizó y la agendó.
* Francisco Santana Peralta de Mexicali,
* Armando Gallego Moreno, también de Mexicali,
* Xicoténcatl Leyva Mortera de Tijuana, y
* Óscar Baylón Chacón, residente de Tecate.
Uno tras otro debía presentarse con el señor presidente.
Todos, incluyendo a Miguel de la Madrid, acudían por primera vez a una cita como esa.
Pero el presidente decidió escucharlos para ver por cuál se decidía para candidato del PRI a gobernador del estado.
Cuéntase que un auxiliar de Gamboa Patrón se comunicó con todos y les explicó el motivo, dándoles día, hora y Los Pinos.
Cierto amigo de Xicoténcatl recuerda que Leyva Mortera comentó en alguna ocasión, que cuando recibió la llamada, creyó que era broma, porque de la Secretaría Particular le dijeron que “… el señor presidente quiere tomarse un cafecito con usted y espera lo acepte”.
“No ‘mames’”, rememora que fue la respuesta para enseguida, al darse cuenta que era en serio, también le puso seriedad a sus palabras.
Lo curioso de aquella lista era que de los cuatro presuntos, tres eran parte del equipo miltonista, pero en lo curioso también iba lo dramático: ninguno de ellos la hizo a pesar de tener un gran maestro político.
Individualmente, la mayoría pensaba que el ingeniero Óscar Baylón Chacón sería el bueno. Era el que tenía más experiencia. Que se había codeado con más señorones. El más serio y el que había ocupado más puestos públicos que ninguno.
Inclusive Baylón tuvo otra gran ventaja a su favor: intencionalmente o no, fue el último programado para ser recibido por el presidente.
De hecho, Baylón Chacón quedaría fresquecito en la memoria de Miguel de la Madrid.
El presidente escuchó al broncote de Francisco Santana. A lo mejor a don Miguel no le gustó el vozarrón o no lo sintió con seriedad como para el cargo. Pero la suya no fue una entrevista larga.
Uno se imagina a don Armando Gallego Moreno medio azorado en el despacho presidencial. Ceremonioso, fino, perro sin aparecer entero en imagen política. Podría haber estado bien después del frívolo Bob, pero lo único que no le gustó a Miguel de la Madrid fue que Armando Gallero era consuegro de Milton Castellanos. El gobernador saliente había hecho gala de nepotismo. Otro más, no.
Indudablemente que Xicoténcatl estuvo en su elemento cuando llegó a Los Pinos. También uno se imagina que ni siquiera dejó hablar al presidente. Que hizo gala de su verbo. Que no dejó de sonreírle a don Miguel tal y como papá Xico se lo enseñó. Seguramente le dijo al presidente cuántos metros cuadrados tiene Baja California, cuántos litros de agua había en la presa Rodríguez, la cantidad exacta de pesos y centavos en la banca y, en medio de tantas precisiones, sorprendió al presidente con un libro especialmente escrito para aquella ocasión, basado precisamente en le lema presidencial: La renovación moral de la sociedad.
Con todo y eso uno piensa que Baylón podría imponerse en aquella pasarela particular presidencial. Pero no fue así.
Una noche cuando ya no era presidente don Miguel, durante una cena en Tijuana, y en aquella mesa donde había más confianza que buenos platillos, alguien le preguntó por qué se había decidido por Xicoténcatl Leyva Mortera.
Una frase de Baylón, dijo, lo eliminó: “Señor presidente, estoy preparado hasta para no ser gobernador”.
Y eso, según el exmandatario, nada más no. Significaba que colocaba en un nivel igual el sí y el no.
En aquella misma cena alguien más preguntó:
-¿Y Xicoténcatl?
Don Miguel respondió rápidamente:
-Me impresionó. Me impresionó.
Pero también De la Madrid Hurtado fue el primer desilusionado de haberlo escogido.
Carlos Zapico, exreportero de El Mexicano, llamó a ZETA, allá por abril de 84, cuando era director de Prensa de los Estados de la Presidencia de la República, para decirme:
-Jesús, Manuel (Alonso) me pide que vengas a echar una platicadita.
Y allá vamos.
Manuel Alonso, que era el director de Comunicación Social de la Presidencia de la República, recibió al reportero en Los Pinos. Y en un comedor, solamente frente a Zapico, le preguntó con detalle, sobre los rumores, de algunos informantes bajacalifornianos, referentes a las negativas o afirmaciones que los reporteros hacían respecto al gobierno de Xicoténcatl.
Fue una chara demasiado larga. Terminó casi anocheciendo.
Hasta que Manuel, sin explicaciones del motivo, pidió disculpas para salir un momento del comedor.
Regresó como a los diez o quince minutos.
-Ya hablé con el señor presidente. Le expliqué todo lo que me dijiste y te da las gracias por tu tiempo y tus opiniones.
Enseguida pidió a un ayudante que lo comunicara telefónicamente con el secretario de Gobernación.
-Manuel -le dijo al licenciad Bartlett-, referente al caso de Xicoténcatl, ya hablamos con Blancornelas y el presidente está enterado de todo. Me pide que te diga que este asunto no es periodístico, es político y que por eso ahora está en tus manos.
Cuando terminó la conversación, el reportero preguntó:
-¿Cómo que no es periodístico?
Alonso explicó:
-Sí, es que a Leyva Mortera le hablaron de la Presidencia para pedirle cuentas y culpó de sus problemas a la prensa, principalmente a ZETA. Pero ahora que está todo aclarado, es un asunto exclusivo de Gobernación.
El reportero metió aguja para sacar hebra preguntando si lo iban a quitar.
Manuel Alonso fue muy claro en su respuesta.
-No -dijo-, sería tanto como decir y reconocer que el presidente se equivocó al seleccionarlo -advirtiendo que-, esto, por favor, no es para publicarse.
El periodista remachó:
-Y para acabarla de amolar, fue el primero que escogió.
-Pues sí -confirmó Alonso-. Así menos lo pueden quitar.
Zapico se ofreció para ser mensajero presidencial ante Xicoténcatl, para que compusiera su camino, pero Alonso le dijo que no. Que ese ya no era asunto de Gobernación.
Y advirtió que seguramente mientras Miguel de la Madrid fuera presidente, Xico no dejaría, “desgraciadamente”, de ser gobernador.
Y lo cumplió.
Tomado de la colección Pasaste a mi Lado de Jesús Blancornelas, páginas 140 a 143.