Despertar por la mañana para ir a trabajar o a estudiar es algo bastante normal para mí. Mientras camino por las calles de mi colonia escucho a mis vecinos preguntarse por la balacera que se escuchó por la noche. Eso también es bastante normal. Ocho de la mañana; voy tarde a la clase de la primera hora. Tomo un transporte de esos que tienen capacidad para 12 personas. No sé cómo pero vamos 17 personas en el mismo carro. En el taxi se escucha (a un volumen muy elevado) una canción que dice: “Si no sirves pa’ matar, sirves para que te maten”.
Ya estoy en la escuela. Llegué tarde. En el tiempo de descanso que tengo entre clases aprovecho para leer las noticias en el celular. Balaceras, muertos, narcotraficantes, secuestros: las noticias principales. Al salir de clases me regreso a casa. Tomo un transporte de la misma ruta del que utilizo por la mañana. El chofer escucha: “Si no sirves pa’ matar, sirves para que te maten”.
Me bajo en la entrada a la colonia donde vivo. Al caminar por la calle principal se escuchan corridos por todos lados. Como si fuera telenovela mexicana, siempre se cuentan las mismas historias: el que no tenía nada y ahora lo tiene todo; el que pasa desapercibido, el que llama la atención donde quiera que se pare y al que le sobran las morritas. Por las calles, las desapariciones y los levantones están presentes a cualquier hora. En otras palabras, vivimos en una sociedad sin libertad de movimiento. Como dirían los religiosos: Con el Jesús en la boca.
Mientras estoy en casa tengo el hábito de ver las noticias en la televisión. Sangre, muertos, narcotraficantes, secuestros: las noticias principales. Al caer la noche, bajo la luz de la luna y en la comodidad de mi cama, me acuesto a leer un buen texto. Al poco tiempo se escucha una balacera tan cerca y tan lejos de donde vivo. A los pocos minutos, el rojo y azul de las torretas de la policía invaden la privacidad de mi cuarto.
A la mañana siguiente me despierto temprano para ir a la escuela. Al salir de mi casa, interrumpo con un saludo de buenos días a mis vecinos mientras se preguntan por la balacera que se escuchó por la noche. En el resto del día se vuelven a hacer presentes los estereotipos que conforman la llamada narcocultura: desde la música, historias, frases, hasta series de televisión. Lo único que cambia es el número de muertos en las noticias; ayer sumaban 125 en lo que va del año y de la noche a la mañana ya son 142.
Hay personas que consideran que las noticias ya no se leen en papel, pero hay cientos de periodistas que han dado su vida por tratar de llevar historias para dar a entender que la narcocultura puede cambiar mentalmente a una sociedad. Eso, para mí, vale la pena mencionar.
Parece que por cada grito a la verdad se corre el riesgo de perder la vida. Aunque no se esté involucrado con el crimen organizado, muchas veces se promueve la narcocultura sin que se tenga esa intención. La música que escuchamos es un gran ejemplo. Tan solo hay que tomarnos un momento para comprender la complejidad del tema y para reflexionar. La narcocultura cada vez está más presente y de una manera más fuerte en el día a día de nuestra sociedad. ¿Pero por qué?
Atentamente,
Juan Carlos Frausto García, estudiante de Comunicación
Tijuana, B.C.