Cuando Joaquín Archivaldo “El Chapo” Guzmán Loera compartía mensajes de texto con su esposa, Emma Coronel Aispuro, así como presuntas amantes, les pedía reenviar detalles de operaciones y conteos de toneladas de cocaína. Esto fue dado a conocer por la fiscalía, a razón de que el capo espiaba los teléfonos de mujeres y decenas de allegados con un programa informática intervenido por el Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), con ayuda de Christopher Rodríguez, un hacker colombiano que trabajó para el sinaloense en 2008 y después colaboró con las autoridades estadounidenses como testigo protegido.
Rodríguez instaló a Guzmán un sistema encriptado de comunicaciones para establecer llamadas telefónicas seguras, enviar mensajes de texto y correos electrónicos difíciles de intervenir, así como una aplicación de espionaje.
Dos años después, a partir de febrero de 2010, Rodríguez comenzó a trabajar con el FBI usando el mismo sistema de comunicaciones que le instaló a “El Chapo” para que el gobierno norteamericano interceptara sus llamadas, mensajes de texto, correos electrónicos y lo pudieran ubicar por medio de aparatos electrónicos que usaba para comunicarse.
“Christian (Rodríguez) podría ser elegible a recibir los 5 millones de dólares que ofrecía el Departamento de Estado por información que llevara a la ubicación y captura del Chapo”, declaró Stephen Marston, agente especial del FBI, sobre el hacker, quien no está acusado de algún delito en Estados Unidos y estudió hasta el tercer semestre de la carrera de Ingeniería en Comunicaciones.
En la Corte neoyorquina y ante el Jurado, Marston leyó en voz alta la transcripción de varios mensajes de texto que llegaban a “teléfonos especiales” marca BlackBerry, que implicaron directamente Guzmán Loera en el tráfico, distribución y venta de drogas ilegales en Estados Unidos, delitos que se le imputan.
Sobresalía un mensaje en el que el sinaloense contó a su esposa Emma que había escapado de una redada policial en una de sus casas de seguridad en Cabo San Lucas, Baja California Sur, el 22 de febrero de 2012, al salir por la parte de atrás. “Oh, amor, eso es horrible”, respondió ella. Posteriormente él le pidió enviar un poco de tinte para bigotes y reemplazar la ropa interior, el champú y una loción de afeitar que había olvidado.
Por otra parte, el padre de Emma Coronel usó el teléfono BlackBerry de ella para coordinar el envío de “kilos de cocaína” a Estados Unidos y los detalles del trasiego. Asimismo, hubo mensajes entre “El Chapo” y una mujer identificada como Agustina Cabanillas Acosta, supuesta amante suya.
Según el agente del FBI, bajo el interrogatorio del fiscal Michael Robotti, Guzmán Loera intercambió con Cabanillas Acosta mensajes sobre el tráfico, distribución y venta de “hielo” (metanfetaminas) en entidades estadounidenses como Phoenix, Arizona, y Detroit, Michigan.
En otros mensajes llegaron copias de las actas de nacimiento de las mellizas que tuvo con Coronel Aispuro, la solicitud de su esposa para conseguir el pasaporte estadounidense y recibos médicos de la liposucción a la que se sometió Cabanillas Acosta a finales de 2011. Además, había transcripciones de llamadas de Lucero Guadalupe Sánchez López, la llamada “narcodiputada” sinaloense, a quien también se relacionó sentimentalmente con el capo.
Al terminar el testimonio del agente especial del FBI, la fiscal Andrea Goldbarg llamó al estrado de los testigos al hacker colombiano, quien narró que se reunió con “El Chapo” en la sierra de Sinaloa en diez ocasiones, que habló por teléfono con él cientos de veces y le cobró 100 mil dólares por instalarle el primer sistema de comunicaciones encriptado.
Christopher Rodríguez explicó que al sinaloense le gustaba tanto el programa informático que le instaló, que le pidió usar la aplicación de espionaje en teléfonos móviles y computadoras para saber qué hacían sus colaboradores y parejas sentimentales.
En una ocasión, “El Chapo” se encontraba con una mujer y, mientras la entretuvo tres minutos, el hacker instaló la aplicación de espionaje, según narró él mismo durante su testimonio ante el Jurado de la Corte neoyorquina.
Con dicha aplicación, Guzmán podía escuchar las llamadas telefónicas, leer mensajes de texto y correos electrónicos, así como abrir los micrófonos de los teléfonos y computadoras de forma secreta, para escuchar lo que se decía alrededor de los aparatos electrónicos y de los lugares donde se encontraban.