Tras el circo, maroma y teatro, la vergüenza de los leperos de la copa mundial, ahora caravanas. Mi Tijuana, una ranchería hasta 1919, es una ciudad de inmigrantes. Por accidente geográfico de cercanía al entorno económico de Alta California, Estados Unidos. Cuando la Ley Seca inició en 1920 generó auge de visitantes de paso desde San Diego y hasta San Francisco, Arizona y más. Primero a Mexicali y Ensenada y en breve a Tijuana y de paso Rosarito, para libar en bares o sólo a restaurantes para poder acompañar sus comidas de forma moderada. Con auge poblacional e ingresos per cápita, caray, muy superiores a Guadalajara, el D.F, etcétera.
Y luego nuestra época de incomparable: el Casino de Agua Caliente en un nivel más alto que Las Vegas, incluso que Monte Carlo en Europa, cuando acá en Tijuana se ganaban sueldos a nivel de primer mundo. Y donde se filmaron películas con estrellas de Hollywood, y sí, eso a pesar de la gran crisis mundial. Pero ya antes narré cómo Cárdenas lo cerró por maniobra de política sucia en 1935 e inició la sórdida leyenda negra contra Tijuana.
Luego por la guerra mundial de 1939 a 1945, y la Corea del 51 a 54 resurgieron entonces la “Revu”, el hipódromo, el toreo, el jai alai y las gloriosas playas tranquilas de Rosarito y Ensenada. Cuando el nivel de vida seguía siendo muy superior al del interior y la gente seguía llegando, si ben la población apenas rondaba las 100 mil almas.
Los 60 y 70 fueron del “milagro mexicano” con el excelente secretario de hacienda Antonio Ortiz Mena, cuando el país crecía, recórcholis, a tasas del 6% hasta el 8% año con año. Y aunque Estados Unidos terminó el programa de braceros (que Roosevelt inició en 1942 para que Ávila Camacho le enviara más petróleo y entrara en guerra contra Alemania y Japón) al 31 de diciembre de 1963, entonces iniciaron las primeras maquiladoras, que sí pagaban bien.
Pero el sueño color azul celeste se acabó en 1976 por culpa del populista izquierdista Echeverría, que dejó de seguir el prudente modelo de manejo de administración hacendaria de Ortiz Mena de sólo gastar al nivel de lo que crecía la economía nacional. Y qué revés, nos endeudó con el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional y devaluó. Luego otro cardenista, el aun peor de catastrófico López Portillo, que nos endeudó peor y devaluó masivamente en 1982, y precisamente el cambio más radical para mi Tijuana se vino desde los 80.
Los que sí somos tijuanenses recordamos que al hundirse las posibilidades económicas en el sur, por la narcoviolencia de Sinaloa y el temblor del D.F fue a partir de cuando, literalmente, nos invadieron mayor número de emigrantes de esas y otras entidades. Innegable que muchas personas de niveles deficientes de educación se vieron forzadas. Mi Tijuana, tan generosa, les hemos dado cabida, cobija y empleos. Nuestros hermanos a la vez, claro, han traído sus peculiaridades, tamboras, uso descarado de narcocorridos, lenguas altisonantes, en fin.
Hoy es otra cosa de ese México cuando en mi Tijuana teníamos optimismo, cordialidad y efectivamente nos saludábamos en las calles. Ha crecido de 100 mil o 150 mil gentes a más de 2 millones de personas, o sea, 20 veces más. Claro, el mapa urbano –sobre todo las características del perfil social y cultural- en mucho la hacen irreconocible hoy. El mundo cambia y no debemos pretender quedarnos en el pasado, pero sí debemos valorarlo. Han desaparecido los vestigios de Tijuana de los 20, 30 a 60. El hipódromo, jai alai, toreo ya cerraron y la “Revu” está semidesierta.
Hoy llena de parques industriales con maquiladoras, pero que “pagan” salarios tan míseros que en nada se acercan a lo que ofrecían en los 60 o 70, es por esta sencilla razón que tienen niveles de rotación elevadísimos. Y ahora, como tijuanense nato, veo este otro vuelco en la historia de mi ciudad. Primero llegaron hermanos haitianos a nuestra tan generosa Tijuana. Ahora nuestros hermanos centroamericanos quienes, claro, los trataremos con toda dignidad. Pero que no abusen en causar torpezas por seguir malos consejos provocándonos trastornos. Políticos, ya detengan estas invasiones desde Chiapas. No empiece aquí reprobando como Peña, Sr. López Obrador. Feliz Navidad.
Atentamente
José Luis Haupt Gómez
Tijuana, B.C.