La caravana de más de ocho mil ciudadanos de diversas latitudes de Centroamérica, Honduras, Guatemala y El Salvador deja una serie de interrogantes como las que enunciaré a continuación:
I. Lejos estamos de cumplir con las virtudes teologales, preceptos cristianos cuyo cumplimiento no puede eludir un creyente, fe, esperanza y caridad; y tratamos a los hondureños particularmente con desprecio y posturas xenofóbicas. Es cierto que en la caravana se “colaron” algunos individuos con tendencias delincuenciales, pero en su mayoría el agrupamiento estaba integrado por familias buscando mejores oportunidades de trabajo y de paz, ya que provienen de un país azotado por la violencia.
II. Segunda interrogante: ¿Quién o quiénes pagaron la movilización, organización de tantas personas dispuestos a todo y cuál es el verdadero propósito del agrupamiento de ciudadanos centroamericanos cruzando violentamente la frontera con México? ¿Se trata de crear un fenómeno de desestabilización para Estados Unidos o para México? ¿O fue una puesta en escena para exhibir ante los votantes norteamericanos el hecho de que su presidente está acertado en cuanto a la necesidad de elevar el muro que separe con México y evitar así conflictos fronterizos, pérdidas de empleos y comisión de delitos, ideados y dirigidos a Estados Unidos por ciudadanos mexicanos que tendrán efectos criminales en los Estados Unidos? ¿Por qué el gobierno mexicano no emplea los dineros que está invirtiendo en los migrantes, en aportaciones para la subsistencia de los indígenas mexicanos y personas en situación de pobreza?
Todo es sospechosismo puro, pues aunque los medios informan que las autoridades federales de los Estados Unidos tienen detectado al autor o autores del ataque a los puntos fronterizos principalmente de Tijuana, mientras no haya transparencia en la información, se seguirán elaborando complots, ciertos o imaginarios, aprovechando los datos de una realidad triste, porque se ha convertido a un grupo de ciudadanos hambrientos, en carne de cañón de una guerra política donde predomina el racismo y el desprecio a la dignidad de las personas, que además de ser objeto de discriminación cruzando la frontera, convierten a su trabajo en mercancía de bajo precio.
En días pasados apareció en el periódico Excélsior una fotografía de un camión de redilas adaptado para transportación de cerdos, atiborrado de personas que formaban parte de la caravana y cuyo objetivo no pudieron explicar, únicamente pedían trabajo para dar de comer a sus familias si lograban cumplir con el famoso sueño americano.
A las autoridades mexicanas valdría la pena observar cómo las autoridades migratorias, la policía federal, policías municipales y el ejército, quedaron inermes frente a la embestida que los atropelló de una multitud dispuesta a todo inclusive a enfrentarse a los cuerpos armados, guardia nacional y Border Patrol.
La solución a este problema tiene que ver mucho con oportunidades de trabajo y de educación para los demandantes, cuidando que no se afecte el estado de derecho como sucedió este sábado pasado que se llegó incluso a la comisión de hechos delictuosos al constituirse un verdadero motín peligroso por su descontrol y ejemplo de anarquía, que hay que cuidar no se vuelva a repetir.
Arnoldo Castilla es abogado y catedrático de la UABC.