Columna invitada
Como cada año, por estas fechas, hago una reflexión a partir de procesar recuerdos, releer algunos artículos sobre el tema y consultar las fuentes tradicionales sobre el movimiento estudiantil de 1968. En cada uno de los últimos treinta años, he escrito algunas cosas sobre el movimiento, buscando llenar vacíos, evitar los lugares comunes y, sobre todo, no idealizar los hechos y sus repercusiones. Para quienes lo vivimos es tarea difícil, pero se pueden contrastar reflexiones que, conteniendo la emoción que genera escribir sobre lo ya vivido, busquen procesos que dosifiquen la pasión y la lleven de la mano del análisis objetivo. Esto que hoy escribo, intenta caminar por esa ruta y, al mismo tiempo, busca proporcionar elementos que sirvan para recuperar y enriquecer la rica, compleja y contradictoria experiencia del Movimiento Estudiantil del 68, en un presente y un futuro que parece incierto.
Contra el olvido y la memoria selectiva nos obliga a intercalar reflexiones sobre la mitificación, las vanguardias, los movimientos sociales, el pueblo, las generaciones y la contradictoria, complementaria y tensa relación entre lo instituyente y lo instituido.
Como en el cuento de Augusto Monterroso: “y cuando desperté, todavía estaba ahí”. El recuerdo y la presencia inmutable del movimiento estudiantil de 1968, en cada mes de octubre de cada año, de cada década, siempre reaparece en mi memoria. Difícil ejercicio analizar con ojos de protagonista y, al mismo tiempo, mitigar las emociones encontradas que suscitan un largo movimiento social recordado a partir de una fecha dolorosa. Difícil ejercicio hacer una reflexión objetiva sobre hechos que todavía no han merecido una respuesta seria del Estado que los desató y que borró las pistas necesarias para su esclarecimiento. Difícil olvidar cuando no se han cerrado las heridas ni ajustado las cuentas. Por fortuna, hoy podemos recurrir a la razón sentimental y observar ese acontecimiento con un distanciamiento racional y su inevitable dosis de proximidad sensible.
Leyendo desapasionadamente los acontecimientos de 1968, el movimiento puso en duda el ámbito y la capacidad de explicación de conceptos como: movimiento social, clases, pueblo, masas y multitud. Hoy, vista la historia con una mirada contemporánea, podemos aventurarnos a decir que aquellos años estaban mostrando algunos adelantos de realidades sociales, presentado barruntos de futuros mediatos. Nuevos movimientos sociales, nuevos comportamientos políticos de masas reactivas: suma de singularidades para convertirse en pluralidades.
Los años y las décadas, transcurren y el tiempo y la sociedad mitifican e institucionalizan esos sucesos. En los ritmos de la claudicación a los principios juveniles y en la institucionalización de las vanguardias, juegan un papel determinante las diferencias de edad dentro de las generaciones.
Entre el 2 y el 12 de octubre del 68, la ciudad de México vivió prácticamente bajo una dictadura por parte de las fuerzas represivas del gobierno. El 2 de noviembre de ese día de muertos, apareció una enorme “V” de la victoria, con una cruz en su centro, rodeada de cempasúchiles y otras ofrendas florales e innumerables veladoras sobre la plaza de Tlatelolco, donde cayeron los estudiantes y miembros de la sociedad que los apoyaban. Nacía otro mito del 68, el que el pueblo construyó.
El movimiento de 1968 no sólo combatió al autoritarismo: además agregó contenido a la palabra libertad. Transformó la percepción de nuestra sociedad para ampliar la agenda de los problemas urgentes. Antes del 68, el principal dilema lo fijaba la lucha de clases. El 68 fue un vehículo poderoso para diseminar mapas sociales nuevos. A pesar de las fricciones, estimuló una conversación intensa que obligó a revisar creencias, valores y planos culturales. Fue un movimiento social, pero también político; fue un movimiento cultural y a la vez artístico; fue épico, pero sobre todo fue un movimiento que buscaba un terremoto ético. Las causas del feminismo, el ambientalismo, la democracia, la no discriminación, la transparencia, los derechos humanos, la libertad de expresión o la lucha contra la corrupción, encuentran de un modo u otro en el 68 una matriz de gestación.
Para los que formamos parte de la generación del 68, así como para otras que se suman a partir de nuevos agravios del Estado y sus gobiernos, está pendiente ese ajuste entre memoria y olvido. Por lo pronto, aunque el olvido también es importante, en el momento actual todavía resulta impertinente. No se puede olvidar lo que está presente de diferentes formas y en diversos grados en los protagonistas que estamos vivos y continuamos transmitiendo nuestras experiencias a las nuevas generaciones.
No se puede olvidar, porque el Estado no ha asumido sus excesos ni castigado a los culpables. Cierto, es vital utilizar la historia en beneficio del presente, pero también el exceso de historia aniquila. Lograr el equilibrio entre la memoria y el olvido es una tarea pendiente en el México del siglo XXI, pero las trabas como el 2 de octubre y otras más que se han acumulado en cincuenta años, mantienen al país suspendido perpetuamente entre el pasado y el presente.
En la memoria colectiva no hay olvido completo ni memoria obsesiva.
Dr. Álvaro de Lachica y Bonilla. Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste, A.C.
Correo: andale941@gmail.com