Asentados en un terreno federal a la orilla de la Vía Rápida Alamar, la colonia La Nueva Esperanza es el asentamiento irregular más grande de Tijuana; abarca más de tres kilómetros lineales y alberga a más de 500 familias en casas hechas de cartón, madera y láminas. Predio en el que desde hace más de 20 años comenzaron a poblar migrantes, sobre todo trabajadores y ex trabajadores de las maquilas de la Zona Industrial de Otay
Postrado en una silla en la calle frente a su casa, entre sillones destartalados, plantas, montones de tierra y grava, Zigifredo Jacobo Aceves, no pierde la sonrisa. Platica con su vecina, quien aprovecha la soleada mañana para lavar su camioneta; es domingo y se prepara para ir al centro religioso que acostumbra cada semana con su familia.
A un costado, entre lo que parece ser una calle, llena de piedras y charcos que dejó la lluvia del viernes anterior, una tercia de niños juega alegremente con una pequeña bicicleta desgastada por tanto uso y que se turnan a cada rato, mientras su padre los observa recargado en una madera desvencijada que la hace de portón de su casa.
Unos metros más adelante, una mujer acompañada de una niña pequeña empuja con dificultades una carriola en la que transporta una bebé; va sorteando los baches, el lodazal y uno que otro objeto y montón de basura que le imposibilita ir a paso firme por la única vía que recorre toda la colonia, y que hace difícil el acceso por la cantidad de sillas, sillones, montones de basura que hay a cada paso.
Ellos son vecinos de la colonia La Nueva Esperanza, un asentamiento irregular ubicado al borde de la Vía Rápida Alamar en Tijuana, territorio que comprende casi tres kilómetros lineales desde la altura del fraccionamiento Urbi Quinta Marsella, hasta el rancho conocido como El Establo, muy cerca del Bulevar Terán Terán.
Sitio en el que viven alrededor de 500 familias, la mayoría personas adultas que sobreviven con 800 o mil pesos que ganan semanalmente en las maquiladoras donde trabajan. La zona está considerada un cinturón de pobreza de la ciudad, los programas de desarrollo social “no llegan” o los reciben a cuentagotas, como bien señala el señor Zigifredo.
La mayoría de las casas están construidas con retazos de madera, hojalata, cartón y otros materiales como lonas de campañas políticas que ellos mismos adquirieron, ya que “aquí el progreso y las promesas electorales ni siquiera llegan”, cosa que se puede observar por el lado de la Vía Rápida, debido a que las casas están prácticamente parchadas con materiales diversos, a punto de desmoronarse ante los fuertes vientos.
En cada casa suelen vivir de cuatro a seis integrantes de una familia, algunos de hasta tres o cuatro en un solo cuartito de aproximadamente 3×7 metros, donde también tienen perros, gatos y el montón de chatarra que utilizan para cuando les hace falta una pieza para parchar o cubrir una reparación en la vivienda.
PRODUCTO DE LA MIGRACIÓN
El señor Zigifredo salió a los 25 años de edad de su pueblo Atototlán, Jalisco -hace 37 años- con rumbo a Tijuana y con la intención de cruzar hacia Estados Unidos para encontrar una mejor calidad de vida, pero un incidente con un “pocho” provocó que agentes de migración lo deportaran.
No le quedaron ganas de intentar cruzar nuevamente al país vecino y decidió quedarse en la ciudad; durante 20 años anduvo deambulando por varias partes, entre un trabajo y otro, hasta que encontró uno fijo en una de las maquiladoras que se encuentran en la Zona Industrial de Otay.
Sin casa y sin suficiente dinero para solventar algún espacio propio, junto con otros compañeros y trabajadores de otras maquilas, se refugiaron en esos terrenos a la orilla del Río Alamar.
De a poco, como la mayoría de sus vecinos, fueron llevando palos, madera, pedazos de lámina, fierros, lonas y algunos objetos como sillones, sillas, mesas y demás que en sus maquilas iban desechando, así construyeron cada uno lo que ahora son sus hogares, en los que ponderaba la oscuridad por falta de servicios de energía eléctrica, y suciedad ante la falta de agua.
Posteriormente fueron llegando personas de estados como Michoacán, Morelos, Guerrero, Jalisco, Estado de México, algunos tijuanenses e incluso de países como Honduras, la mayoría debido a que trabajaban en las maquiladoras; sin embargo, “el progreso nunca llegó” y la colonia sigue siendo un conjunto de espacios atrincherados con tablas y palos por doquier.
DESALOJO Y CHARLATANES
Varios años después, en 2013, con el inicio de las obras de la canalización del río y la Vía Rápida Alamar, fue como se dio a conocer ese lugar, debido a que varios de los predios fueron recortados y removidos unos metros hacia afuera del canal, otros simplemente eliminados; para no ser desalojados el Estado, les ofreció terrenos en la colonia El Niño, en la Zona Este de la ciudad.
El señor Zigifredo se levanta de su silla y camina hacia el interior de su casa para mostrar el terreno que él tuvo que recorrer para no afectar esas obras y no ser desalojado; en su predio de madera y cartón, vive una sobrina y su familia, además de una serie de perros chihuahuas que le hacen compañía.
Su casa denota la pobreza que impera en la mayoría de los vecinos, en el pasillo hay gran cantidad de materiales como tablas y láminas que ha ido resguardando como repuesto en caso de algún accidente.
“Todos vivimos con el miedo latente de que un día nos agarre un incendio de noche”, dice un tanto consternado, por eso entre vecinos tienen prohibido quemar basura.
Al fondo de la casa está su cuarto junto al baño, todo instalado de manera hechiza, donde ha sobrevivido por más de 17 años, tiempo en el que solamente “una ocasión se paró un político importante por aquí para ofrecernos ayuda”.
En 2013, el entonces gobernador del Estado, José Guadalupe Osuna Millán, asistió a la colonia para pedirles que “se recorrieran” para permitir las obras o para que desalojaran y tomaran los predios que les ofrecieron, cosa que algunos hicieron, aunque don Zigifredo decidió quedarse.
Curiosa y atenta a la charla que se estaba llevando a cabo, la señora Luz Marina Aguilar, quien lleva más de 18 años en la colonia, comenta que también decidió quedarse en la colonia porque “ya le había agarrado cariño” y aunque “físicamente no son las más cómodas, económicamente sí son una garantía”.
Las personas en este establecimiento irregular no pagan Impuesto Predial, menos aún renta, algunos siguen colgándose con “diablitos” a la luz, a pesar de que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) instaló medidores hace dos años.
Pero también comparte que los pocos que habían “agarrado terreno” en la colonia El Ñino, se regresaron a las pocas semanas, debido a les quedaba demasiado lejos de sus trabajos, no tenían dinero para construir o se les vino abajo con las lluvias porque no estaban “acondicionados”.
Vecinos acusan que de esa situación surgieron charlatanes que se han acercado con falsas promesas de que les ayudarán a lotificar los predios, a regularizarlos o simplemente a emprender los procesos de regularización, todo a cambio de dinero.
Situación que, acusa, a muchos de los vecinos los hicieron perder todos sus ahorros, por eso varios no pudieron “levantarse” y hacer algo mejor por sus viviendas, lo cual han denunciado constantemente a las autoridades, pero no han encontrado eco de su parte.
La mayoría de las personas dice no invertir en mejorar sus casas, porque además de escasos recursos, aunque no lo aceptan del todo, dicen vivir con temor de que algún día les arrebaten todo en lo que puedan estar invirtiendo, por eso prefieren seguir en esa situación hasta que un día puedan regularizarlos.
APOYO ENTRE VECINOS COMO SUSTENTO DE LA COLONIA
Sentada en una silla bajo un techo -igual improvisado con retazos de madera- que la cubre del sol, la señora María del Carmen Morales, observa atenta el registro fotográfico que se realiza en uno de los desagües que salen de la colonia y atraviesan hasta salir a la canalización.
Un espacio lleno de basura, como casi toda la calle que atraviesa la colonia de un extremo a otro, que no sólo sirve para que corra la corriente que baja cuando cae la lluvia, sino que también utilizan ellos como vías para poder salir de la colonia, debido a que por ahí no entra ningún sistema ni ruta de transporte, “ni taxis”, haciendo más difícil y complicada la situación en la colonia.
Para ir de un lado a otro, las personas tienen que caminar por la calle de terracería y cruzar toda la colonia; en tiempos de lluvias el terreno se hace lodo y es complicado transitarlo a pie, razón por la que muchas veces los niños dejan de ir a las escuelas y los padres llegan “con el lodo hasta las rodillas” a sus trabajos.
Los que cuentan con carro les dan “aventón” a los que andan de pie, ya sea para acercarlos a la Vía Rápida, al Puente Mazatlán o al Bulevar Terán Terán, incluso cuando llevan a los niños a las escuelas.
Solamente una pequeña parte de la vía está pavimentada, es el camino que lleva de la Vía Rápida hacia los fraccionamientos URBI que se encuentran colindando con este asentamiento, y que más allá culmina con la Plaza Monumental que recientemente fue inaugurada y cuenta con todas las condiciones y servicios.
Responsabilidad de los predios aún por determinarse
Referente a la situación legal e injerencia de los terrenos en los que se asienta la colonia La Nueva Esperanza, ZETA buscó a la autoridad del Estado pertinente, quienes compartieron que tienen registro de que la injerencia es de orden estrictamente federal, al estar instalados al borde de un río.
Sin embargo, desde la Comisión Nacional del Agua se informó a este Semanario que luego de que se construyó allí la canalización y la Vía Rápida, la demarcación no quedó clara ni concreta, por lo tanto, se trabaja en una nueva para saber hasta dónde tal espacio sigue siendo de injerencia federal o si corresponde al Estado.
De igual forma, detallaron que por tratarse de un tema de orden social y tomando en cuenta que son demasiadas personas, por el momento no se tiene contemplado un desalojo; para ello, antes tendrían que trabajar en medidas alternas con el propio Estado y el Municipio de Tijuana.
Molesta y con ciertos aspavientos, la señora María del Carmen, originaria de Cuernavaca, Morelos, comenta que como esos desagües han servido para comunicarse de un lugar a otro, en temporadas de lluvias también representan un peligro porque baja la corriente y arrastra infinidad de basura que tapan la boca de los dos túneles que hay en la colonia, provocando inundaciones.
Como medida, los vecinos han instrumentado acciones de apoyo entre ellos, ya sea para evitar que “ensucien” la colonia, para que ésta tenga mejores perspectivas, que los niños vayan a las escuelas o incluso, para generar la seguridad en la misma, ya que ahí la Policía nunca se mete.
El “abandono de las autoridades” y la falta de presencia policiaca, hace que en La Nueva Esperanza pondere también la violencia e inseguridad por parte de algunos vecinos que “ante la falta de recursos, se dedican a robar las casas o a las mismas personas”, además de generar entornos en los que el consumo de drogas en mayúsculo y, para evitarse un problema, simplemente dejan que pasen las cosas.
AYUDA NO LLEGA DEL ESTADO O MUNICIPIO, SINO DE ESTADOUNIDENSES
Vecinos de la colonia coinciden que la contribución de las autoridades
municipales y del Estado para coadyuvar con su situación ha sido nula.
Ni siquiera los candidatos se paran por ahí cuando andan en campaña, muchos menos llegan las promesas, como suelen hacer en etapas preelectorales. Sin embargo, en las casas se pueden observar lonas de campañas políticas que llegaron ahí porque las sacaron de la basura.
Actualmente la colonia cuenta con el servicio de luz por parte de la CFE instalado desde hace cuatro años, y con el servicio de agua por parte de la Comisión Estatal de Servicios Públicos de Tijuana (CESPT), una toma comunitaria de agua que se les puso hace dos años gracias a la constante petición que estuvieron haciendo durante años al Estado.
En entrevista con ZETA, Alfonso Álvarez Juan, secretario de Desarrollo Económico estatal, detalló que dado que esos terrenos son federales e invadidos, colindan con los municipales y estatales donde se encuentra URBI Quinta Marsella, por eso fue posible instalar esa toma.
Hasta antes de ello, la gente utilizaba algunas veladoras por la noche y para sobrevivir sin el servicio de agua compraban tambos que les costaban 25 pesos cada uno o pedían pipas; algunos llegaban a invertir hasta uno diario, gasto en el que se les iba la mayoría de sus recursos.
De ahí en fuera, dicen, por más que han solicitado apoyos para pavimentar, para plantar árboles, para poner un centro recreativo u otras cosas, no les han hecho caso del todo, aunque han recibido despensas de manera esporádica.
La única ayuda que reciben de manera también esporádica es de un grupo de estadounidenses que frecuentemente cruza la frontera para llevarles comida, granos, artículos para el hogar u otras cosas para cubrir sus necesidades básicas de sobrevivencia, como en la temporada de frío que ya se avecina.
Una de las épocas del año que más padecen, debido a que carecen de estructuras para solventar las bajas temperaturas, sobre todo porque no pueden prender calentones o fogatas para calentar un poco el hogar ante el constante temor a ser consumidos por el fuego.
Para redimir la situación, los colonos piden cobijas o prendas en sus propios lugares de trabajo, incluso algunas organizaciones civiles han organizado los llamados “cobertones”, para recabar cobertores que les son donados. “Sólo así uno puede sobrevivir al frío”, dice la señora María del Carmen.
El grupo de norteamericanos también “apadrina” a doce niños de la colonia para continuar con sus estudios, son destacados alumnos y están estudiando en una escuela particular a la que los llevan diariamente -de la cual no revelaron el nombre-.
El resto de los menores debe sortear el camino de terracería caminando, a veces las lluvias y los encharcamientos, para asistir a la primaria y secundaria más cercanas, ubicadas en las colonias Patria Nueva y Mesetas del Guaycura, donde la gran mayoría no llega a concluir los estudios y por ende terminan en las maquilas.
CONTRASTES
A unos cuantos metros de la colonia, se encuentra URBI Quinta Marsella, una serie de fraccionamientos con todos los servicios y necesidades básicas, y que además, cuenta con una calle principal completamente pavimentada que desemboca en una construcción que contrasta con la referida. Es la Plaza de Toros recientemente construida y a la que los colonos de La Nueva Esperanza llaman “el coliseo”, un lugar al que suelen asistir políticos, empresarios y afición, quienes a pesar que en su paso hacia ese lugar tienen como vista obligada la colonia de madera y palos, ninguno se ha detenido para consignar las peticiones que los colonos les han hecho.
CON “LA ÚLTIMA ESPERANZA” EN LA MANO
Es domingo, día familiar para los vecinos, y a pesar de todas las carencias que ellos detallan, no pierden la sonrisa y menos “la esperanza” que algún día su situación pueda cambiar; dicen que ese es su hogar y no creen que algún día puedan ser desalojados, sin embargo, saben que “con los políticos todo puede ser posible”.
Como refiere la señora Luz María, tampoco quieren que sea todo “de a gratis, queremos pagar nuestros terrenos, pero también que nos ayuden, porque aquí aunque nuestras casitas son de madera, son nuestro hogar y aquí hemos hecho ya gran parte de nuestras vidas”.
“NO ESTÁN EN UNA SITUACIÓN CRÍTICA”: ESTADO
Pese a que las más de 500 familias que viven en este asentamiento están en casas de madera y cartón, para las autoridades del Estado la situación “no es tan crítica como parece”, como lo hizo saber en entrevista Alfonso Álvarez Juan, secretario de Desarrollo Social estatal, quien argumentó que en las reiteradas ocasiones que ha asistido, ha percibido que muchas de las casas cuentan con sistema de televisión por cable, la mayoría cuenta con teléfono celular y una cantidad considerable de personas tiene automóvil.
Lo cual “da una idea del nivel socioeconómico que no representa de extrema pobreza” como se pudiera pensar, sin embargo, “no por eso se deja de apoyar, ver y atender” a las personas que se encuentran en este tipo de situaciones, porque a final de cuentas, es responsabilidad de la secretaría brindar el apoyo que se requiera.
Desde su gestión, a esa colonia se les ha apoyado con despensas, lonas y a través del programa de mejoramiento de vivienda, se les ha entregado material para la renovación de pisos, aunado a que constantemente asiste el camión que les lleva servicios para la prevención médica y se les apoya con servicios funerales cuando fallece una persona.
Álvarez Juan resaltó que pese a que de igual manera se les ha ofrecido la reubicación en otros puntos de la ciudad, como la colonia El Niño, algunos vecinos han optado por regresar, lo cual ya es “decisión personal” de cada uno de ellos, y es algo que como autoridad no pueden controlar, al estar en un predio federal.
A pesar de las oportunidades que se les dan a estas y otras personas en situaciones similares, el funcionario considera que luego “se acostumbran” a vivir de esa manera por razones meramente personales.