Una sangrante herida del pasado,
desgarrando el corazón en mil pedazos,
vuelve a mi mente el ser amado,
queriéndola estrechar entre mis brazos.
Sufro ya 25 años de su ausencia
y aún no acepto su partida,
algunas noches percibo su presencia
y eso hace cicatrizar mi herida.
Fue una vida bonita de recuerdos,
recuerdos tristes, alegres y de llanto,
muchos momentos locos y otros cuerdos,
la veneré y la amé y hoy la extraño tanto.
A veces me despierta con su aroma a rosas,
siendo su presencia, me invade la alegría,
¡quiero verla con sus trenzas hermosas!,
luego se va dejándome triste, como la vida mía.
Hablo de la mujer que me llenó de besos,
hablo de la mujer que me cubrió con su ternura,
hablo de su amor entre embelesos,
hablo de mi madre y su dulzura.
Cuando lo tienes todo, te llenas de grandeza,
tienes hermanos que te olvidas de ellos,
cometes errores, todos llenos de torpeza,
puedes ser diferente y conservar recuerdos bellos.
Te llenas de soberbia cuando todo lo tienes,
te sientes inmortal con aires de intocable,
mas cuando se te va la de canas en las sienes,
te vuelves más humano, más amable.
Cuando tienes a tus padres, los llenas de tristezas,
no acatas, no respetas, no valoras su cariño,
al quedarte solo, lamentas tus torpezas,
y aunque eres hombre, lloras como cuando eras niño.
Cuando tu madre muere, sientes morir con ella,
¡lloras!, ¡gritas!, te inconformas y a Dios reclamas,
no aceptas que se haya ido a convertirse en una estrella,
no entiendes por qué Dios te quita lo que más amas.
Inicias una etapa, la más triste de tu vida,
con un enorme e insoportable dolor a cuestas,
¡gritas!, ¡lloras!, te sientes con la moral caída,
con las palabras de aliento te molestas.
Solo te quedan los recuerdos de ella
para disfrutarlos cuando quieras,
ella está convertida en una estrella
que solo la verás cuando te mueras.
Alfredo Flores Zamora
Tijuana, B.C.
