Va la niña caminando
en la oscura serranía
y sus manos cual palomas
con gran empeño la guían.
Sus ojos son dos estrellas
extraviadas en el cielo,
sin aquel brillo de antaño
de bellísimo lucero.
Nada es fácil en la vida
sin el abrigo del sol
ni el amparo de la luna
cuando llega el desamor.
Se oye el canto de un jilguero
y la niña se detiene,
para escuchar su tonada
mientras lo mira en su mente.
Lo observa tan pequeñito
y le sorprenden sus notas,
de cantador zalamero
que con su voz la enamora.
Abre los ojos inquieta
cuando el aroma percibe,
de un jardín lleno de flores
bellas rosas y alhelíes.
No le importa estar a oscuras
porque escucha y puede oler,
mientras siente la caricia
del viento al amanecer.
El amor crece en su pecho
como bella flor silvestre,
ella no ve con los ojos
sino con su alma perenne.
Su vida la vive a oscuras
pero persigue de frente,
lograr sus sueños y metas
y todo lo que ella quiere.
Al cielo sube las manos
embriagada de emoción,
pues las gracias quiere dar
con todo su corazón.
Lourdes P. Cabral
De su libro “Manantial de Amor”
San Diego, California