En esta otra ocasional vez que escribo, unos detalles que creo, no se deben dejar de mencionar.
Repasando historia, antes se les llamaba faraones, emperadores, sultanes o reyes; ahora son presidentes (o cancilleres). Antes eran califas y visires, hoy día son primeros ministros y secretarios de gobierno. Antes eran príncipes y duques, hoy los conocemos como senadores y diputados.
Los marqueses, condes y barones, en estas épocas son gobernadores, diputados locales y alcaldes. Los condestables y mayorazgos para estas fechas son generalísimos y comandantes.
Aunque los tiempos cambian y los actores de gobierno hoy llevan otros nombres, a fin de cuentas son la misma cosa, la única gran diferencia está en que antes, los grandes señores tenían sus castillos y tierras en medio de sus súbditos que vivían a sus alrededores, y como andaban a caballo o a pie, no podían irse demasiado lejos ni muy rápido, por lo que tenían que proteger, cuidar y defender sus territorios; y no maltratar demasiado a sus siervos.
En el presente, al revés, les es tan fácil a los politiquillos llevarse dineritos a EUA, a los politicotes a las Islas Caimán; y a los politicazos, sus dinerotes hasta Suiza, y “de volada” escapan en jets privados sin la molestia de tenerse que quedar a vivir entre la borregada que esquilma, todo “gracias” a las rapidísimas transferencias electrónicas que hacen.
Entonces, ¿estamos mejor en este mundo moderno que en las épocas “anticuadas”? Y así ya vamos a medio siglo de estar siendo “curados de espantos”, sí amable lector -50 años desde la matanza de Tlatelolco, en 1968 (que por enésima vez desilusionó al país a encarar que estábamos bajo la dictadura “blanda” del PRI)-, luego vinieron las devaluaciones de 1976, 1982 y 1994 que nos arruinaron económicamente a la clase media. Hoy, la cuasidictadura disfrazada como “partidocracia”, nos madrugó tras la alternancia desde Fox, Calderón y Peña. En esta elección, ni Meade, López, “El Bronco”, Anaya, no fueron oferta nueva ni limpia al país.
Por ello hay que procurar analizar serena y lógicamente, razonando sin jolgorio, juerga ni triunfalismos, o en vez de por hígado (visceralmente), ni arrebatos o enojos (ilógicos), sino con sensatez serena.
Reiterando que nosotros nos castigamos solo porque ya sabemos lo que nos ha pasado cuando por “votar de castigo”, seguimos el juego sucio a la partidocracia -de ilusos echamos a los de un partido y les damos “carro completo” a los de otro que salen peores. En fin, la lógica era muy obvia, pero sin más opciones que las usadas para acorralar a los que votaron, ¿cuántos lo hicieron porque de verdad creyeran o estuvieran convencidos de la capacidad u honestidad de los políticos? O ¿Cuántos votaron solo por echar fuera a los repugnantes partidos enquistados?
Al cierre del domingo 1 de julio, la partidocracia con los medios de prensa, hicieron algarabía de que había sido una “fiesta cívica” de elección popular y limpia. El lunes 2 fue puro jolgorio y escandalazo que el señor López ganó con poco más de la mitad de votos, hoy sigue con que ha sido el reflejo de la decisión del pueblo, bla, bla.
Y que el señor López será el nuevo “Batman al rescate”, como Echeverría en 1970; López Portillo en 1982; Salinas en 1994; Fox en 2000, bla, bla. Pero numéricamente, las cifras estadísticas sólidas de los que votamos fueron el 64% de los electores del país. Matemáticamente, el señor López solo se llevó el 34% proporcional de votos.
Entonces, un 36% no quiso avalar para nada, este sistema partidocrático. Ese voto vacío sí ha sido mayoría “arrasadora” de población que sigue sin creerle nada a ninguno. Pero, claro, publicar esta realidad ciudadana del desgane del sistema, ahí sí se enojan los fanáticos y les tiembla la pluma a los periodistas y la voz de los locutores.
Así pues, evalúo lógica y fríamente este otro episodio marcado del descrédito del statu quo. Una amplia mayoría negándose a votar y otra castigando a los enquistados. Ánimo. Debemos apoyar a nuestra patria, pero con lógica y sensatez, sin rebajarnos a ningún político.
Atentamente,
José Luis Haupt Gómez
Tijuana, B.C.