Tras la caída de Huerta, Cárdenas llegó a la Ciudad de México el 15 de julio de 1914 y consiguió ser ascendido a Mayor. Primero anduvo en Morelos, combatiendo contra los zapatistas. Luego, con el grado de Teniente Coronel fue enviado a Sonora, donde se libraban los encuentros preliminares de la guerra entre carrancistas y villistas.
De acuerdo con un pacto celebrado en esos días entre el carrancismo y Villa, las fuerzas que formaban parte Cárdenas debían ponerse a las órdenes del general huertista, Juan G. Cabral, a quien se le iba a encomendar la misión de restablecer el orden alterado por la pugna entre el gobernador villista, José Ma. Maytorena, y el coronel carrancista, Plutarco Elías Calles.
Maytorena dominaba la mayor parte de Sonora y tenía sitiado a Calles en Agua Prieta. Cárdenas, con 400 hombres, recibió órdenes de atacar al sitiado, pero en lugar de hacerlo, se pasó al carrancismo, porque intuía que en el carrancismo iba a encontrar las mejores oportunidades de “conquistar fama”, como había escrito en su diario. Por lo tanto, este episodio le ganó la buena voluntad de Calles, quien gestionó su ascenso a Coronel. En seguida lo pusieron al frente de un regimiento enviado a Chihuahua, en persecución de Villa, y tras un breve tiempo volvió a Sonora para tomar parte en la sangrienta guerra contra los yaquis rebeldes. Tan eficazmente cumplió las órdenes recibidas, que el gobernador Calles empezó a verlo como su favorito. En 1918 lo enviaron a Michoacán a liquidar los último focos anticarrancistas, y al año siguiente pasó con el mismo objetivo a la huasteca veracruzana. En mayo de 1920, el Coronel Cárdenas fue de los primeros en adherirse al Plan de Agua Prieta. Encontrándose en Papantla, llegó de improvisto el General Rodolfo Herrero, quien dos días antes había supervisado el asesinato de Carranza y había huido a la huasteca, buscando la protección que esperaba recibir en territorio obregonista. El problema que representaba la aparición del magnicida para Cárdenas, era demasiado para que él se atreviese a resolverlo por cuenta propia, por ello lo comunicó telefónicamente a Calles y recibió órdenes de conducirlo a la Ciudad de México. Mientras llegaban de dar a Herrero un merecido premio, como al fin se hizo, consideraron conveniente dejar pasar algo de tiempo y armar la farsa de un juicio para que el escándalo se olvidara (de este hecho, se coliga que los actores intelectuales del crimen fueron quienes lo protegieron, Obregón y Calles).
Obregón ascendió a Cárdenas a General de Brigada, tenía apenas 25 años, y lo nombró Comandante Militar y gobernador provisional de Michoacán.
En 1923 pasó a Jalisco para participar en el combate a la rebelión huertista; sin embargo, ahí lo hirieron, lo capturaron y tuvo la suerte de ser perdonado. En 1928, ya como divisionario, se le eligió gobernador constitucional de su Estado y apoyó la reelección de Obregón. Cuando fue eliminada la revuelta escobarista (1929), se convirtió en uno de los hombres más destacados del país por haber sido lugarteniente de Calles y porque el triunfo hizo a éste, el amo de la política nacional. En 1929, Cárdenas asumió la presidencia del PNR, previa solicitud de licencia para abandonar el cargo de gobernador, y en septiembre y octubre de 1931 fuera secretario de Gobernación en la presidencia de Ortiz Rubio, y al año siguiente, secretario de Guerra en la de Abelardo L. Rodríguez; a esas alturas se le llamaba ya “el ahijado predilecto del General Plutarco Elías Calles”.
Apenas terminó su mandato como gobernador constitucional de Michoacán, Cárdenas contrajo matrimonio con la que sería su esposa de toda la vida: Amalia Solórzano, cuya familia de ideas conservadoras se oponía a aceptar como yerno, a un militante que no quiso casarse por la Iglesia, de modo que los suegros no estuvieron presentes en la ceremonia civil celebrada el 25 de septiembre de 1932.
Nadie dudaba de que Calles creyera tener en Cárdenas a otro pelele, pues éste, con una gran habilidad y diplomacia, así se lo había hecho creer.
Continuará…
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C